El carnaval de La Habana era por así decirlo la mayor y más popular fiesta de la capital cada año, donde participaba regularmente una gran parte de la población y numerosos visitantes extranjeros y se caracterizaba por la presentación y recorrido por determinadas calles de la ciudad, primeramente por el Paseo del Prado y después por todo el litoral del malecón, de muy bellas carrozas con vistosos diseños y atractivas muchachas, y múltiples comparsas con excelentes coreografías de danzas tradicionales y hermosos vestuarios, siempre acompañadas de una bulliciosa y contagiosa música caribeña.
Los orígenes de esta gran festividad datan de la época colonial en el siglo XVI, coincidiendo con las fiestas del Día de Reyes, donde se les permitía a los esclavos africanos y a sus descendientes reunirse y desarrollar a plenitud su rica cultura. Otra importante festividad, conocida como Carnestolendas o Carnaval, también dio origen a estos festejos; esta se celebraba los tres días anteriores al Miércoles de Ceniza, el que estaba comprendido entre el 4 de febrero y el 10 de marzo, y en ella, negros y mulatos, con pintorescos atuendos, formaban una gran congregación y demostraban sus excelentes habilidades danzarías al ritmo de tambores y cornetas, siendo este precisamente el precedente más antiguo conocido de las posteriores comparsas.
A finales del siglo XIX, con la guerra de independencia, las autoridades españolas suspendieron todas las actividades carnavalescas y esa prohibición duró hasta el término de las hostilidades, a principios del siglo XX. En 1902, con la instauración de la República, se reiniciaron las festividades del carnaval habanero, propiciándose además que la participación en estas actividades fuera mucho más amplia e interracial, aunque desde ese momento, se mostró preferencia por utilizar en estas fiestas el recorrido de carros ornamentados y carrozas, de marcada influencia del sur de los Estados Unidos, en detrimento de las tradicionales manifestaciones de origen afro-cubano como las comparsas y las congas, y en 1916, la suspensión de estas últimas fue prácticamente total, aunque fueron otra vez autorizadas en 1937, por el gran atractivo que resultaban estos espectáculos folclóricos para el creciente número de visitantes extranjeros que cada vez más asistían a estos festejos. A partir de ese momento, las fabulosas comparsas nunca más faltaron en el carnaval habanero, desfilando a lo largo del Paseo del Prado y deleitando a todos los presentes con sus magníficas coreografías y contagiosa música. Cada barrio habanero se esmeraba en presentar el mejor espectáculo en el carnaval de cada año y presumía orgullosamente de su comparsa; entre las que se destacaban, El Alacrán, del Cerro; Los Marqueses, de Atarés; Las Boyeras, de Los Sitios; Los Dandys, de Belén; La Sultana, de Colón; Las Jardineras, de Jesús María; Los Componedores de Batea, de Cayo Hueso y Los Guaracheros, de Regla. En estas comparsas, además de los famosos faroleros, quienes portaban altos aditamentos muy adornados con colores brillantes que hacían girar de forma continua, eran muy apreciados por el público los llamados “Muñecones”, enormes figuras que representaban de forma muy simpática a los más diversos personajes.
La organización y preparación de las carrozas y las comparsas pasaron a manos de los sindicatos y organizaciones de masas, perdiéndose la antigua tradición de ser promovidas por los barrios capitalinos y desde el primer carnaval “socialista”, celebrado en febrero de 1962, se comenzaron a introducir temas políticos en los espectáculos de las carrozas y comparsas, como por ejemplo, “Muñecones” ridiculizando a la Organización de Estados Americanos (OEA), al “Tío Sam” y a otros símbolos representativos considerados proimperialistas; enormes letreros lumínicos alusivos a la campaña de alfabetización y otros proyectos ejecutados por el gobierno; carteles y pancartas de propaganda socialista y otras cosas bien alejadas de los conceptos iniciales de los festejos del carnaval.
El tradicional Paseo del Prado, que había sido siempre el principal escenario de realización del carnaval habanero, con su concebida tribuna presidencial en áreas exteriores del Capitolio Nacional, fue sustituido por el litoral del malecón, desde la Avenida del Puerto hasta el Hotel Nacional y este fue colmado de numerosos quioscos a ambos lados de la calle, donde se apilaban miles de personas en una frenética búsqueda de bebidas y comestibles, desplazándose el hasta entonces placer de disfrutar del esplendor de los espectáculos del carnaval por el de ir a buscar comida.
Todos estos cambios introducidos arbitrariamente fueron lacerando cada vez más las antiguas tradiciones carnavalescas habaneras y algo que le dio el “tiro de gracia” a estos festejos y desilusionó mucho más a la población fue el traspaso de la celebración de los carnavales, de febrero para el mes de julio, con el propósito de celebrar el “triunfo del socialismo”, en un infructuoso afán de borrar todo vestigio del pasado.
El carnaval habanero representa otra de las tantas manifestaciones de la crisis espiritual y material en la que han sumergido a la sociedad cubana que ha resquebrajado lo más preciado de sus raíces y cultura a causa de una subordinación cada vez mayor a una fallida política e ideología.
Muy buen relato, triste realidad, como ha ido involucionando el país desde sus raices y tradiciones hasta la museria total
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