Capítulo XXXII (Parte 1): Los Marielitos

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Los Marielitos

 


Todo comenzó en agosto de 1979, cuando un policía de tránsito cubano nombrado Ángel Gálvez, dejó su motocicleta estacionada en la Quinta avenida, saltó la enorme verja del jardín de la Embajada del Perú, ubicada en la Quinta avenida entre las calles 70 y 72, en el municipio Playa, y solicitó asilo político. Este hecho sin precedente se trató con mucha reserva por las autoridades cubanas y fue poco divulgado, pero marcó el primer eslabón de una larga cadena de acontecimientos que sucederían irremediablemente después. 


Solo unos pocos meses posteriores al primer incidente, el 17 de enero de 1980, un vehículo cargado con doce personas, atravesó el portón del jardín diplomático solicitando asilo.


A solicitud del Gobierno cubano y en plena violación de las leyes internacionales, el entonces embajador peruano Edgardo de Habich Rospigliosi accedió a que miembros de las fuerzas especiales del Ministerio del Interior del régimen entraran a la Embajada y sacaran por la fuerza a los refugiados de la residencia diplomática. Sin embargo, este acto no se llevó a consumar porque la decisión del embajador fue revocada de inmediato por el entonces presidente peruano Fernando Belaúnde Terry, quién desautorizó al alto funcionario, lo sustituyó, dándole instrucciones al nuevo embajador de recibir a todos los cubanos que pidieran asilo.


Esta declaración estimuló aún más a los cubanos con ansias de libertad y precipitaron los acontecimientos. El 31 de enero, otras tres personas entraron a la embajada peruana y pidieron asilo. El 28 de marzo, irrumpió en el jardín de la sede diplomática un ómnibus con su conductor y dos jóvenes más. La cuenta se iba incrementando rápidamente llegando a la cifra de 19 “ingresantes”, tal y como les nombraron los funcionarios peruanos.


Solo pocos días después, el 1 de abril alrededor de las 3:55 p.m., ocurrió el episodio que desencadenó la crisis de la toma de la Embajada del Perú. Un ómnibus de la ruta 79, que cubría el recorrido Lawton – Playa se estrelló contra la verja de la Embajada del país andino. El chofer del ómnibus urbano se identificó como Francisco “El “Títere” quién venía acompañado por Héctor Sanyústiz y Radamé Gómez, entre otras pocas personas. Este incidente desató un tiroteo que le costó la vida al guardia de seguridad cubano Pedro Ortiz Cabrera, producto de una bala que rebotó y le alcanzó en el fuego cruzado, resultando también heridos Sanyústiz y Gómez.


Apenas ocurrieron estos hechos, se presentó en la Embajada el jefe de Protocolo de la Cancillería cubana, Roberto Meléndez, pidiéndole a sus conciudadanos que desistieran del intento, pero no tuvo ningún éxito. Por su parte, los diplomáticos peruanos se negaron a entregarle a las autoridades cubanas a quienes habían irrumpido en la embajada. 


Enfurecido con la situación que se le iba fuera de control y tomando el incidente como pretexto, el máximo líder de la Revolución intentó intimidar a los diplomáticos de la Embajada con el retiro de la protección si no le entregaban a todos los que entraron al recinto. Los diplomáticos peruanos no cedieron ante las amenazas y protegieron a los refugiados. De ahí que el empecinado dirigente, como represalia, retiró la seguridad de la sede diplomática y manifestó públicamente a través de todos los medios de difusión masiva que todo aquél que quisiera asilarse en la Embajada lo podría hacer sin enfrentar represalias. El orgulloso gobernante nunca imaginó que le iban a tomar literalmente la palabra y en menos de 48 horas 10.856 personas entraron a los predios de la Embajada peruana para solicitar asilo.


Recuerdo que ese día me encontraba con mi novia en la casa de unos tíos y primos de ella que vivían relativamente cerca de donde ocurrieron los hechos antes narrados. Estábamos muy alegres jugando dominó y tomándonos unos traguitos de ron y de pronto oímos la noticia del máximo líder por la radio. Uno de los primos de mi novia se levantó de la mesa y de forma muy callada se dirigió a la puerta de salida y se fue de la casa. Pues resulta, que al siguiente día nos enteramos de que el primo se había dirigido a la Embajada del Perú, había entrado y solicitado asilo político.


El encargado de la Embajada, el diplomático peruano Ernesto Pinto-Bazurco Rittler, en representación de su Gobierno, se comprometió a garantizar el asilo político de todos los cubanos que ya habían ingresado. Perú pidió ayuda a organizaciones internacionales y a otros países. Costa Rica, Canadá y España aceptaron recibir a una parte de los refugiados.


Durante varios largos días, en la sede diplomática de la nación andina, los cubanos estuvieron hacinados, muchos a la intemperie y con apenas alimentación. Prácticamente, había alrededor de cinco personas por metro cuadrado de jardín. Pero cualquier sacrificio era insuficiente con tal de alcanzar el ansiado camino hacia la libertad.



Cubanos en la Embajada


Aunque los seguidores del régimen no tardaron en estigmatizarlos, tildándolos como delincuentes, vagos, inadaptados y enfermos mentales, ese numeroso grupo de personas era una muestra absoluta de todos los sectores de la sociedad: había médicos, ingenieros, agricultores, abogados, gente muy educada, menos educada y nada educada. Había incluso, personas vinculadas a la revolución, miembros del Partido Comunista que ya habían abierto los ojos y se habían convertido en desafectos. Había niños llevados por sus padres, adolescentes estimulados por la aventura y ancianos. No eran solo habaneros, al correrse la voz por toda la isla, vinieron de todas las provincias del país.


La respuesta no esperada del pueblo cubano disgustó aún más al mandatario y ante el inusitado auge del fenómeno y sin dar ninguna explicación autorizó a los exiliados cubanos a atracar sus embarcaciones en el Puerto del Mariel para recoger a los familiares que desearan abandonar el país, comenzando de esta forma la célebre historia de los “marielitos”.



Discurso


Como era su costumbre y propio de su característica personalidad, el mandatario cubano enseguida pensó en trasladarles el problema a los odiados enemigos del Norte. Ya lo había hecho anteriormente en 1965, cuando provocó una gran crisis, al admitir que los cubanos del exilio recogieran a sus parientes, algo que se convirtió en un verdadero dolor de cabeza para el gobierno del entonces presidente norteamericano Lyndon Johnson, y en esa ocasión, les dio salida por el puerto de Camarioca en Matanzas. Inmediatamente Washington reaccionó y estableció una válvula de escape legal, llamandole “Vuelos de la Libertad”. Entre 1965 y 1973 salieron 300.000 cubanos ordenadamente del país, a través de estos vuelos. Otros dos millones se quedaron sin poder realizar sus sueños. En 1980, el astuto mandatario insistió en el mismo esquema. Primero creó el conflicto ya conocido de la Embajada del Perú y después, nuevamente autorizó a la flotilla de embarcaciones de los exiliados cubanos para que recogieran a su parentela. En esta ocasión sólo cambió el puerto de salida, en lugar de Camarioca, sería el puerto del Mariel. La historia se repetía, solo cambió el escenario.



Cubanos en el Mariel


La Revolución cubana en ese momento cumplía más de veinte años en el poder y el régimen ya había tenido tiempo suficiente para imponer todos sus fracasados programas y experimentos sociales. También hasta ese momento ya había producido algunas cosas en abundancia: miseria, represión, emigración y separación de las familias cubanas, algo de lo que ya los cubanos estaban hartos.


Continuación: Parte 2

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