Los Cortes de Electricidad en Cuba Después de la Revolución.
Una inolvidable tradición familiar – heredada quizás de nuestros ancestros – era la de compartir invariablemente los malos y los buenos momentos que se nos iban presentando en la vida; toda mi familia siempre fue muy unida y nos apoyábamos mutuamente, haciéndonos la vida mucho más feliz y llevadera y algo que siempre recuerdo son las visitas que hacía en unión de mis padres a mis parientes más cercanos.
Muy cerca de lugares tan emblemáticos en la Habana como el Mercado Único, los “Elevados” y la Planta termoeléctrica de Tallapiedra, unos tíos maternos muy queridos habían comprado un terreno, ubicado entre las calles Arroyo, Chamorro y Diaria, y decidieron construir una pintoresca vivienda, la cual, siempre he guardado en mi mente en el rincón de mis más preciados recuerdos.
La casa de mis tíos era un bello bungalow, edificación muy típica de la época, que tenía paredes y techo de madera, este de dos aguas y cubierto con mantas rojas de papel de techo, su piso, de cemento pulido, estaba coloreado con un pigmento muy atractivo. Al frente, la vivienda estaba delimitada por un amplio portal que daba acceso a su interior. Al entrar, lo primero que encontrábamos a la derecha era una sala pequeña y al otro lado, un cuarto grande muy ventilado e iluminado, donde dormían mis tíos, que tenía una ventana que daba al portal, seguidamente estaba el comedor a la derecha y a la izquierda, un baño pequeño que colindaba con el segundo cuarto, donde dormían mis cinco primos, este quedaba frente por frente a la cocina y por el fondo se comunicaba con un patio grande, todo pavimentado y cercado, que contaba, en un costado, con un corral techado donde se criaban cerdos y al otro costado, tenía sendos lavaderos, donde mi tía lavaba la ropa de la numerosa familia, y lo hacía también para algunos clientes externos, con el fin de obtener una modesta entrada económica.
Al lado izquierdo y muy cerca de la casa, se erigía una enorme nave, equipada con algunos equipos de carpintería y todo lo necesario para la confección de cajas y huacales de madera que se utilizaban en el cercano Mercado Único y también se enviaban a otras provincias para emplearse como envases de productos agrícolas o en las fábricas de frutas en conserva y mosaicos. El camino algo angosto que pasaba justo frente a la casa no estaba pavimentado y por él circulaban muchos camiones cargados con materias primas que depositaban al final de este pasaje para su posterior comercialización. Este entrañable lugar fue escenario de muchos momentos felices las muchas veces que lo visitaba con mi familia, los que compartía con mis primos jugando a los “escondidos”, al “pegao”, al “cogío” y a otros tantos emocionantes juegos infantiles, mientras los mayores se deleitaban jugando al dominó, el pasatiempo más popular de Cuba, siempre acompañados por una exquisita limonada bien fría - ¡tan refrescante! – o alguna otra delicia que tan cariñosamente nos brindaba mi tía.
En algunas ocasiones, mis primos, sus amigos más cercanos y yo íbamos, acompañados de mi padre, a jugar pelota a un terreno de beisbol que pertenecía a una escuela primaria que estaba muy cerca de la muy nombrada Planta termoeléctrica de Tallapiedra, una de las dos que suministraba energía eléctrica a la ciudad de la Habana, la cual estaba integrada a la red de generación nacional de energía.
La Planta termoeléctrica de Tallapiedra era una de las más antigua del
país, puesta en funcionamiento a finales del siglo XIX en el entonces barrio de
Tallapiedra, a orillas de la bahía de la Habana. Modernizada un tiempo después
con tecnología norteamericana, bastante avanzada para la época, hasta 1959 fue
la planta termoeléctrica más grande del país, generando unos 96 MW, lo que
constituía una quinta parte de la producción nacional.
A finales de 1958, Cuba estaba considerado el segundo país del Tercer Mundo con mayor producción per cápita de energía eléctrica, solo detrás de Argentina. Pero buena parte de la energía que se utilizaba en la isla para mover su principal industria, la azucarera, no provenía de la electricidad producida en las termoeléctricas. Sus 172 centrales azucareros operaban gracias a la quema del bagazo y esta considerable fuente de generación de energía no se tenía en cuenta en los balances energéticos nacionales de aquella época, por lo que, con ella, se hubiera podido dejar muy atrás en el per cápita a Argentina e incluso a otros países europeos como España.
Los famosos cortes de energía eléctrica o “apagones” comenzaron a producirse por primera vez en Cuba a finales de la década del 60, llegando para quedarse desde ese entonces, y se recrudecieron a principio de los años 90, después del desplome de la Unión Soviética, que era el principal abastecedor de petróleo del país después del triunfo de la revolución, y el consiguiente corte radical de su suministro; estos extensos “apagones”, que asombraron mucho a los habaneros, no habían ocurrido antes.
A pesar de las enormes inversiones realizadas en este sector en la isla y los incontables recursos gastados - o malgastados - , el Sistema Energético Nacional, no logró estabilizarse totalmente nunca más y los llamados “apagones” llegaron para quedarse, para desgracia de los cubanos. Las termoeléctricas del país, incluyendo la de Tallapiedra, no dejaron de tener afectaciones cada año, saliendo del sistema nacional de distribución de energía por largos períodos de tiempo, por muy diversas causas, con una significativa afectación a la industria y a la población. Por otra parte, de los 172 centrales azucareros activos con que contaba la isla en 1959, solo quedaron algo más de una veintena, la mayoría muy ineficientes, perdiéndose definitivamente el apreciable suministro de energía que aportaban al país y que disminuían el consumo de combustibles fósiles no renovables.
Además de las otras tantas penurias que ya afectaban a la población, los “apagones” fueron la causa principal de un mayor descontento e irritación. Las familias cubanas en todo el país sufrían a menudo de largos cortes de energía eléctrica “planificados” por el gobierno, para suplir el déficit de generación de energía que se producía fundamentalmente en las horas que más la necesitaba la población, conocidas como las horas “picos”. Durante estos tristes momentos, alumbrados por una simple vela o a la luz de los desempolvados “quinqués”, familias enteras se acomodaban en los balcones, en los portales o incluso, en los techos de sus viviendas, a esperar irremediablemente el instante, nunca exactamente conocido, del restablecimiento de la “corriente”, mientras se abanicaban sin cesar por el calor sofocante y para espantar los molestos mosquitos.
Mas allá de la tan “cacareada” propaganda triunfalista, muy típica de este gobierno, si comparamos el crecimiento de la producción per cápita de energía que ha tenido el país durante todo el periodo revolucionario en relación con otros países de Latinoamérica, Cuba se quedó muy por debajo del lugar que ocupaba en la región al triunfo de la revolución, y después de una etapa de relativo y muy fugaz desarrollo, mientras duró la dependencia soviética, comenzó un acelerado y creciente deterioro de toda la industria nacional de generación de energía, hasta un punto, que se puede considerar irreversible.
Un capítulo para recordar, en ese año nació mi segunda hija y no fue fácil soportar los apagones sumado al calor intenso que se vive en nuestro país una etapa bien difícil la que llegó para quedarse desgraciadamente.
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