Han pasado más de tres décadas y aún recuerdo el día en que cayó el muro. No era solo un muro de ladrillos y concreto como cualquier otro; era la manifestación física del estrepitoso desplome de un poderoso imperio. La caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, no fue solo un momento en la historia, sino el inicio del desmoronamiento de un sistema: el socialismo, encabezado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), un coloso que parecía inquebrantable.
La URSS, fundada en 1922, fue el primer Estado socialista del mundo y, con el tiempo, se convirtió en una superpotencia con una gran influencia global. Su sistema político y económico, basado en el socialismo, se extendió a través de Europa del Este mediante el Pacto de Varsovia, y también en Asia, África y América Latina, con Cuba como puntal, formando el denominado "campo socialista". Su mapa político estaba constituido por 15 repúblicas socialistas, aunque solo cuatro fueron fundadoras de la URSS.
A pesar de que durante años las señales de crisis eran evidentes, a partir de los años 80 la URSS protagonizó la mayor crisis geopolítica del siglo XX. La ineficiencia del sistema de planificación centralizada, la corrupción y la represión política generaron la desilusión de la población. La economía soviética, una maquinaria rígida e ineficiente, se desmoronaba bajo su propio peso. Aquella planificación centralizada que había impulsado su auge inicial ahora la asfixiaba.
La caída de la URSS marcó el fin de un imperio cuyos orígenes se remontan a la Edad Media, cuando estuvo bajo el dominio de los zares, continuando en la era moderna bajo el yugo del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). A diferencia de otros imperios, su decadencia no fue causada por una guerra externa ni por revoluciones internas que colapsaran su economía. Su desmoronamiento comenzó en el propio núcleo de su máxima autoridad: el PCUS.
En 1985, Mijaíl Gorbachov asumió la secretaría general del PCUS y tomó las riendas de la URSS. Inició un proceso de reformas - perestroika y glasnost - que, lejos de revitalizar el régimen, solo aceleraron su descomposición y marcaron el principio del fin. Seis años después, el poder soviético cayó definitivamente, y Gorbachov pasó a la historia como el último líder de la URSS. En diciembre de 1991, todo terminó. La bandera roja flameante sobre el Kremlin fue arriada por última vez. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el gran experimento socialista, dejó de existir.
En el caso de Cuba, el fin de la URSS en diciembre de 1991 tuvo un efecto inmediato y devastador. Se interrumpieron abruptamente valiosas ayudas y privilegios comerciales, lo que sumió al país en una crisis social y económica conocida como el Período Especial. Entre 1990 y 1993, el Producto Interno Bruto (PIB) disminuyó un 33%, debido en gran parte a la pérdida de los subsidios soviéticos, sumado a la caída de los precios del azúcar a principios de los años noventa. Durante más de 30 años, la URSS había sido el soporte ideológico, financiero y material de La Habana; con su caída, Cuba quedó prácticamente aislada ante el mundo. Para finales de 1991, mientras las antiguas repúblicas socialistas se subían al tren del cambio, Cuba era el último reducto de la Guerra Fría en Occidente.
Una de las mayores interrogantes que dejó este período es por qué no colapsó también el socialismo en Cuba. A diferencia de la URSS, donde se impulsó un proceso de apertura, el máximo líder cubano optó por un camino opuesto: la "rectificación de errores y tendencias negativas". Este proceso revertía las políticas de mayor apertura y economía de mercado que se habían implementado unos años antes, con el objetivo de instaurar un socialismo aún más radical.
Muchos de los acontecimientos en Europa, como la caída del Muro de Berlín, no fueron reportados por la prensa oficialista cubana. El discurso dominante mostraba los efectos negativos que podrían haber ocurrido en la isla si se tomaban decisiones similares. Sin embargo, las noticias llegaban por distintas vías, y el ambiente en las calles era una mezcla de asombro y esperanza. Asombro porque nadie imaginó que aquello podría suceder; esperanza porque muchos creían que Cuba sería la próxima ficha de dominó en caer.
Pero la visión del líder cubano era muy distinta. Aceptar aquellas reformas habría significado perder el poder, permitir elecciones y abandonar su posición privilegiada, algo que nunca estuvo dispuesto a hacer. Durante su mandato, su interés personal primó sobre el bienestar de su pueblo, evitando a toda costa cualquier amenaza a su liderazgo. Contra todos los pronósticos, el modelo socialista cubano sobrevivió al colapso soviético y a la debacle del campo socialista, y aún persiste.
La caída del imperio soviético fue más que el fin de una superpotencia; demostró que ningún régimen basado en la opresión y la falta de libertades individuales puede durar para siempre. La historia ha mostrado que los imperios surgen, florecen y caen, pero la voluntad del pueblo, una vez despertada, es imparable. Quizá esa sea la lección definitiva de la caída de aquel imperio en 1991: por muy fuerte que parezca un régimen, cuando su gente deja de creer en él, sus días están contados.