Una noche de Agosto de 1979, mientras estábamos sentados comiendo en la mesa del comedor de la casa, sonó el teléfono y rápidamente me levanté de la mesa y me dirigí a tomar la llamada pensando que era la de mi novia, que acostumbraba a realizarlas con mucha frecuencia, pero cuál no sería mi enorme sorpresa al oír una voz algo extraña, aunque remotamente conocida, que me saludaba con mucho cariño y me afirmaba una y otra vez que era un familiar muy querido nuestro que estaba llamando desde Puerto Rico. Aunque quedé un instante anonadado y sin poder expresar palabras, rápidamente reaccioné y lo reconocí, comenzando a entablar una muy emotiva conversación, preguntándonos por la familia, la salud, el trabajo, el estudio y otros detalles generales, hasta que llegamos al punto donde él me hizo saber que había reservado pasajes para venir a visitarnos a Cuba la próxima semana. Esto para mí resultó bastante impactante dado que, desde el momento de su partida a mediados de 1960, pensábamos que nunca más nos volveríamos a ver, dada la estricta y absurda política seguida por el gobierno revolucionario desde la toma del poder en 1959, de no permitir el retorno a la isla de todos aquellos que se habían ido, catalogándolos como desafectos a la Revolución y despectivamente nombrándolos “gusanos”, por considerarlos traidores a la patria. Pues resultó que, dados los nuevos acontecimientos, en aquel momento, parece ser que a los “gusanos” les habían salido alas, convirtiéndose en sendas “mariposas” que retornaban al suelo que las vio nacer.
De forma sorpresiva, a partir de enero de 1979, miles de cubanos que habían emigrado a los Estados Unidos desde los primeros meses de la toma del poder revolucionario empezaron de forma masiva a visitar a sus familiares en Cuba, algo prácticamente impensable años antes. Durante todo el año, casi 100.000 visitantes temporales visitaron a la isla desde distintos puntos del territorio norteamericano, principalmente desde Miami. Aunque la inmensa mayoría de los que emigraron no había renunciado en lo más mínimo a las razones por las que se habían marchado, cuando se hizo posible, muchos de ellos visitaron la isla, anteponiendo el llamado de la sangre a las diferencias ideológicas.
Este insólito y para muchos incomprensible relajamiento de la política inicial de las relaciones entre el gobierno cubano y los cubanos en el exilio, realmente se venía fraguando desde algunos años antes, pero su momento cumbre fue el diálogo entablado en 1978 entre líderes del régimen cubano y 140 representantes de la recién nombrada “Comunidad” cubana en el exterior, acontecido durante el mandato del entonces presidente norteamericano Jimmy Carter, donde se firmó finalmente un acuerdo que autorizaba a la inmensa mayoría de los emigrados cubanos a regresar a la patria, en visita temporal, a partir de enero de 1979.
Pero todo no era felicidad para los que decidían emprender esta nueva aventura. Todos los cubanos emigrados para poder entrar a su país de origen tenían que enfrentarse al inconveniente - y a la vergüenza - de tener que realizar un procedimiento bastante engorroso e improvisado, acorde con las leyes vigentes en la isla. En estas regulaciones, se estipulaba que todos los cubanos que habían salido definitivamente del país a partir de 1959 y que habían adquirido otra ciudadanía, habían perdido automáticamente la ciudadanía cubana. Sin embargo, todos los viajeros cubanos, independientemente de su estatus migratorio en los Estados Unidos, tenían obligatoriamente que entrar a Cuba con un pasaporte cubano vigente y un permiso de entrada especial – algo verdaderamente insólito -. Por suerte, desde 1968, bajo la administración de Jimmy Carter, se había abierto en Washington la Sección de Intereses del gobierno cubano en los Estados Unidos, con un consulado que podía ocuparse de esas solicitudes de manera directa, lo que inicialmente, debido a la enorme cantidad de pedidos, resultaba bastante tormentoso. Posteriormente, en vista de las dificultades, las propias agencias de viajes fueron las que se encargaron de realizar esos trámites, y el proceso se agilizó un poco más.
Por otra parte, los cubanos que deseaban viajar, se enfrentaban muchas veces a una fuerte tensión, porque no todos los cubanos residentes en los Estados Unidos estaban de acuerdo con la nueva política de apertura, asociando este viaje a Cuba con hacerle el juego al comunismo y sus lacayos y algunos asumieron posiciones extremadamente violentas, promoviendo fuertes amenazas y realizando acciones directas contra las agencias de viaje cubanas radicadas en el país. Felizmente, estos funestos personajes solo eran una minoría y sus demandas en contra de esos viajes y a favor de la ruptura de las relaciones con Cuba no prosperaron, al menos por el momento.
El gobierno cubano le sacó también mucho provecho a esta coyuntura histórica y política y de forma oportunista, se agenció, a través de la realización de estos viajes, de una significativa entrada de divisas al país. En primer lugar, todas las visitas debían establecerse y efectuarse únicamente a partir de la adquisición de “paquetes turísticos”, previamente pagados a una agencia de viaje cubana, con un costo mínimo de 740 dólares por persona, por nueve días de estancia en la isla, excluyendo los gastos de pasaporte y documentación. Este "paquete" incluía la estancia en un hotel, independientemente de si el viajero tenía la intención o no de hospedarse en él. Por lo que, muchos viajeros que lógicamente optaban por hospedarse en las casas de sus familias, de todas formas, tenían que pagar el mismo importe, aun sin haber visitado el hotel. En segundo lugar, se establecieron en muchos de estos hoteles tiendas para la venta exclusiva a las personas de la “Comunidad” que venían de visita, ofertándoles variados artículos importados como: productos de aseo, prendas de vestir, equipos electrodomésticos y otros, a precios exorbitantes en divisas, obligando practicamente a los visitantes a realizar enormes gastos, apremiados por satisfacer las necesidades de sus ansiosos familiares, quienes sufrían la terrible escasez que imperaba en esos momentos en el país. Finalmente, los visitantes venían colmados de numerosos regalos con destino a su familia, teniendo que pagar un alto impuesto aduanal si se pasaban de las 44 libras estipuladas para sus maletas de viaje, teniendo que asumir también el pago de jugosos sobornos a inescrupulosos funcionarios estatales para que no les decomisaran los preciados artículos que traían para sus familiares.
Como muchos otros episodios pasados, el gobierno cubano ha mantenido el más profundo mutismo y no se ha dignado en abordar nunca más este triste pedazo de la historia que repercutió enormemente en las fibras más sensibles de la población cubana, dejándole profundas huellas, jamás borradas, además que nunca logró justificar, dentro ni fuera de la isla, cómo fue posible que se realizara el milagro del regreso de aquellos controvertidos “gusanos” de antes, convertidos en agasajadas “mariposas”.