Capítulo LIV: Cruzando Fronteras

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Personas con pasaportes y maletas en un aeropuerto, simbolizando los desafíos y la libertad de viajar desde Cuba.

 


Una mañana de finales de septiembre de 2001, después de estacionar mi pequeña moto scooter Peugeot a la entrada de las oficinas de mi trabajo y casi al entrar a la instalación, me topé con el Director General, quien, tras darme los acostumbrados “Buenos días”, me pidió que lo acompañara a su despacho.



Moto scooter Peugeot.


Después de ofrecerme una humeante taza de café y de intercambiar breves comentarios sobre el clima, la familia y otros temas sin mayor relevancia, finalmente me reveló el verdadero motivo de nuestra reunión. Para mi total sorpresa, me informó que, debido a mis excelentes resultados y aptitud en el trabajo, había decidido enviarme a México a principios del próximo mes, para representar a nuestra entidad en una Feria Internacional de Vivienda y Urbanismo que se celebraría en el México Trade Center, en Ciudad de México.



Edificio del México Trade Center.


Para mí, aquella propuesta fue insólita e inesperada, pues era la primera vez que tendría la oportunidad de viajar al extranjero, algo que, para cualquier cubano de esos tiempos, representaba un auténtico “premio”.


Tras el triunfo de la Revolución en enero de 1959, durante los primeros meses se produjo una salida masiva de personas al exterior (turistas, empleados y opositores), y el gobierno, en ese momento, facilitó su flujo fuera del país. Sin embargo, a partir de principios de la década de 1960, el régimen comenzó a establecer controles mucho más estrictos sobre quién podía salir y bajo qué condiciones (requisitos de pasaporte, permisos especiales, cartas de invitación o la famosa “tarjeta blanca” o “permiso de salida”).


Durante gran parte del período de 1960 hasta 2012, el Estado exigió a los ciudadanos cubanos un permiso de salida (“exit visa”) para poder salir del país y, en la práctica, a muchos se les denegaba por motivos de seguridad o por “razones administrativas”.


Algunas de las categorías restringidas o impedidas de salir definitivamente de Cuba incluían:


• Periodistas independientes, disidentes políticos y defensores de derechos humanos.

• Profesionales de la salud (médicos y personal sanitario).

• Jóvenes sujetos al servicio militar obligatorio.

• Personas con procesos penales abiertos o sanciones (medidas cautelares).

• Familiares de personas que habían emigrado “ilegalmente” o que no regresaron tras viajes autorizados.

• Personas consideradas de “interés” para la seguridad nacional o con acceso a información sensible.

• Personas con obligaciones económicas o administrativas pendientes ante el Estado.

• Otras categorías profesionales consideradas “clave” (investigadores, técnicos especializados).


Estas normas limitaron durante décadas la salida temporal de muchos ciudadanos, despojándolos de un derecho común en la mayoría de los países. Las autorizaciones de viaje temporal se otorgaban principalmente a dirigentes, funcionarios del Estado, artistas, deportistas u otras personas seleccionadas, con pasaporte oficial, retirado a su regreso al país.


Todas estas restricciones estaban reguladas por el Decreto-Ley No. 26 “Ley de Migración”, del 19 de julio de 1978, junto con su Reglamento (Decreto No. 27/1978), que establecía que ningún ciudadano cubano podía salir del país sin la “autorización de salida”, conocida como “permiso de salida” o “tarjeta blanca”, que el Estado se reservaba el derecho de otorgar o no.


En mi caso, además de ese permiso, tuve que solicitar la visa correspondiente en el consulado de México, la cual, felizmente, me fue otorgada días antes de mi salida programada: ¡el 11 de octubre de 2001!


Quizás esa fecha no signifique nada para algunos, pero si recordamos que un mes antes, el 11 de septiembre, ocurrieron los atentados terroristas al World Trade Center en Nueva York, la coincidencia es notable. Mi salida hacia México era precisamente el 11 de octubre, y mi visita sería al México Trade Center. Si hubiera sido supersticioso o atendido las advertencias de amigos y familiares, quizá habría rechazado el viaje. Sin embargo, mi pasión por conocer nuevos lugares y respirar otros aires fue más fuerte, y disfruté una estancia maravillosa: descubrí muchas cosas nunca antes vistas y pude, como otros cubanos con la misma oportunidad, comprar mis primeros soñados equipos electrónicos y traer regalos para la familia.



Atentado a las Torres Gemelas en Nueva York.


Así, sin haberlo planeado, pasé a la selecta categoría de cubanos que habían escapado de la enorme burbuja del “sistema socialista perfecto” y su alabada “sociedad planificada”, para conocer algunas facetas del “despiadado sistema capitalista” y su “sociedad de consumo”. Ese primer viaje al extranjero fue transformador y cambió radicalmente mi forma de pensar. No solo fue un regalo inesperado, sino también una ventana hacia el mundo real, fuera del ostracismo en que crecimos. Fue un recordatorio de que la libertad de explorar, conocer y decidir es un privilegio humano invaluable, y que cada oportunidad para cruzar fronteras, físicas o mentales, puede transformar nuestra vida y nuestra forma de entender el mundo.


Más de cinco décadas después, el 16 de octubre de 2012, el Gobierno cubano anunció la supresión del obsoleto requisito de permiso de salida, y los cubanos dejaron de necesitar la famosa “tarjeta blanca”. No obstante, la capacidad real de viajar del cubano desde entonces y hasta la fecha sigue estando condicionada —y limitada— por:


• Visas y requisitos impuestos por los países de destino.

• Recursos económicos (costos excesivos de pasaporte, billete, visados, etc.).

• Medidas sanitarias y de control internacional (pandemias).

• Restricciones administrativas puntuales en casos concretos (personas investigadas, militares o determinadas categorías que pueden seguir sometidas a limitaciones administrativas).


Aunque se han logrado ciertas libertades en la posibilidad de viajar de los cubanos, el Estado continúa controlando y limitando los derechos legítimos de los ciudadanos, reservando privilegios solo para la alta cúpula y sus allegados. Así, el acceso al exterior sigue siendo, para muchos cubanos, un verdadero “premio”, al igual que el que obtuve en 2001, y dejará de serlo solo cuando ocurra un cambio radical.


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