Capítulo XXI (Parte 2): Bon Appétit

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Restaurante



Los habaneros siempre han tenido el buen gusto y la excelente costumbre, desde tiempos inmemoriales, de disfrutar en familia del placer de una buena comida y no solamente en casa, sino también en alguno de los numerosos restaurantes con los que ha contado la ciudad. La Habana, hasta 1958, se destacaba por la cantidad, variedad y calidad de sus establecimientos gastronómicos y estaba entre las ciudades del continente que más instalaciones tenía, de todas las categorías, para satisfacer al cliente más humilde y para complacer al más exigente y refinado. Desde una muy modesta fonda de barrio, sentado en un típico taburete campesino cubano, detrás de una rústica mesa, hasta el restaurante más lujoso, acomodado frente a una relumbrante y bien presentada mesa, contemplando una impresionante vista nocturna de la ciudad, en algún selecto reparto citadino.


Comenzando por los lugares más humildes, podemos referirnos al origen de las fondas cubanas, lo cual se pierde en el tiempo; quizás estas vengan desde el mismo comienzo de la colonización española, cuando aquellos intrépidos navegantes tuvieron que satisfacer sus necesidades alimentarias mientras permanecían en el país y esperaban la llegada o salida de las flotas, desde o hacia su entrañable terruño. Lo que sí está claro, es que, desde sus inicios, eran lugares muy austeros en los que se servían comidas típicas caseras a un precio muy económico. Aunque, obviamente, las primeras fondas fueron fundadas por los españoles, las más famosas fueron después las chinas, con su enigmático misterio oriental, y posteriormente le sucedieron las criollas, que perduraron un tiempo después del triunfo de la revolución, hasta que finalmente, desaparecieron. En estos modestos centros gastronómicos, esparcidos por toda la ciudad, se servían fundamentalmente platos de la cocina tradicional cubana, como picadillo a la habanera, pescado frito, huevos fritos, potaje de frijoles negros, arroz blanco, platanitos maduros fritos, entre otros, aunque también podían encontrarse algunos platos típicos de la cocina española o china, como la fabada asturiana y el arroz frito respectivamente. Era muy demandada también en estos lugares una sencilla ración denominada “completa”, que comprendía varios platos simples, a un precio muy asequible, que satisfacía las necesidades de muchas personas de bajos ingresos.



Fonda


Uno de los más renombrados restaurantes habaneros de hoy en día tuvo su origen precisamente a partir de una de estas fondas, la muy famosa Bodeguita del Medio, que comenzó cuando Armenia, la esposa de Ángel Martínez, su propietario, cocinaba el almuerzo para dos o tres amigos habituales en el propio espacio que comprendía su bodega, ubicada atípicamente justo en el medio de una de las cuadras de la calle Empedrado, en La Habana Vieja. Gracias a la sazón de la esposa de Ángel, que preparaba platos de comida genuinamente cubanos, al ambiente bohemio del lugar, amenizado con música tradicional cubana, la Bodeguita del Medio se convirtió con el tiempo en uno de los lugares turísticos más emblemáticos de la ciudad por el que han pasado numerosos visitantes, algunos tan famosos como Errol Flynn, Salvador Allende y Nicolás Guillén, quienes quisieron dejar su huella en el local a través de algún recuerdo personal, o simplemente con una firma en sus paredes. El trago más famoso de la casa era el Mojito, una mezcla de ron cubano, lima, azúcar, soda y yerba buena, que tanto disfrutaba y mencionaba en sus exitosas novelas el relevante escritor norteamericano Ernest Hemingway en sus frecuentes visitas al local.



La Bodeguita

Menu

Mojito


Como todos los restaurantes habaneros, la Bodeguita del Medio fue intervenida después de 1959 y fue otra víctima de la devastadora “ofensiva revolucionaria”; sus paredes fueron pintadas, perdiéndose el valioso patrimonio de las firmas originales que habían estampado muchas personas notables y se extraviaron también fotografías y otros objetos que muchas de ellas habían dejado como constancia de su estancia en el lugar. Años más tarde, tratando de aliviar el desastre cometido, se reabrió el local, montando las muy pocas fotos recuperadas y dibujando las firmas originales borradas de sus paredes, en el afán de reconstruir el ambiente de su época, pero ya el mal estaba hecho, pues el valor patrimonial del lugar se había perdido definitivamente. A pesar de estas y otras desgracias, la Bodeguita mantuvo el embrujo encantador de sus primeros tiempos y se convirtió en lugar obligado de visita de turistas de todos los confines del mundo. Es principalmente de este celebre restaurante que mantengo los más gratos recuerdos ya que estuvo vinculado a las vivencias personales de una parte importante de mi vida, coincidiendo con el inolvidable y trascendental momento del nacimiento de mi querido hijo.


Muy cerca de la Bodeguita, también en La Habana Vieja, se encontraban un buen número de excelentes restaurantes de la talla de La Mina, El Floridita, El Patio y La Torre de Marfil y un poco más alejados, pero cercanos a la casa donde vivía, estaban otros que visité muchas veces como, La Casa de los Vinos, El Baturro, La Fayette, La Zaragozana y el Puerto de Sagua, también de inigualable calidad.



Restaurantes


Pero indiscutiblemente, los restaurantes más lujosos y elegantes eran exclusivos de la residencial zona del Vedado, sobresaliendo entre ellos, La Torre, el Monseigneior y el Emperador. Aún recuerdo cuando visitaba el restaurante La Torre, ubicado en la cima del edificio FOCSA, la espectacular vista panorámica de la ciudad que de allí se podía apreciar y sus exquisitos canelones, uno de sus más sabrosos platos. Otro lugar imprescindible, si se quería impresionar y conquistar a una hermosa dama, era el Emperador, con la mística ceremonia de su cake helado flameado Baked Alaska.



Canelones

Baked Alaska


En esta misma área del Vedado, también se encontraban otros restaurantes tan estelares como el Polinesio, el Castillo de Jagua, el Mandarín, El Cochinito, El Conejito, Rancho Luna, La Carreta, La Roca y Las Bulerías y del Municipio Playa, los que tengo más en mente son el 1830, El Aljibe y el Tocororo, aunque existían otros de muy buena calidad.



Restaurantes habaneros


Cada uno de estos restaurantes llevaba un sello distintivo que lo hacía realmente insuperable y muchos de ellos formaban parte de la historia de la capital, por lo que resulta imprescindible dedicarles algunos merecidos comentarios.


Tal es el caso del restaurante El Floridita, inaugurado en el año 1817 con el nombre de La Piña de Plata, ubicado en la esquina de las calles Obispo y Monserrate, en La Habana Vieja. Este restaurante-bar se hizo mundialmente famoso por la presencia del escritor Ernest Hemingway, quien acostumbraba a visitarlo con regularidad, al igual que a la Bodeguita del Medio - “… mi mojito en La Bodeguita, mi daiquirí en El Floridita …” -.



Estatua


Otro de reconocido renombre era el restaurante 1830, ubicado justo en la desembocadura del río Almendares, en Avenida Malecón y calle 22, en los límites del Vedado y Playa; este famoso restaurante era considerado uno de los más elegantes y legendarios de La Habana. En el siglo XIX, fue primeramente el restaurante Arana, famoso por su especialidad de arroz con pollo a la Chorrera (en honor al antiguo Fuerte de la Chorrera); luego se convirtió en el hotel La Mar; después fue transformado en una lujosa vivienda nombrada Villa Miramar, que fue rentada por varias personas famosas, y finalmente la vivienda fue adquirida y restaurada por la familia Currais en la década del 50, la cual la convirtió en una sucursal del famoso restaurante la Zaragozana, fundado en 1830, fecha por la que fue bautizado y adquirió su conocido nombre. Una característica que lo distinguía era que en sus exteriores tenía una hermosa glorieta árabe de estilo morisco, construida con materiales traídos de España y diseñada por el célebre arquitecto César E. Guerra Massager. Poseía además en sus jardines una preciosa isla japonesa, hecha de piedras y caracoles, obra atribuida al ingeniero japonés Nasagade, muy amigo de uno de los varios dueños que tuvo el inmueble, Carlos Miguel de Céspedes, quien fuera ministro de Obras Públicas del gobierno de Machado.



Glorieta


Independientemente de esta numerosa cantidad de relevantes restaurantes con que contaba la capital, no siempre fue fácil para los habaneros poder asistir a ellos y hubo momentos que casi resultaba un premio poder sentarse en una de sus mesas. Recuerdo que, a principios de la década del 70, las reservaciones en los restaurantes se otorgaban a los trabajadores en sus centros laborales en las discutidas y siempre candentes asambleas de méritos y deméritos, donde era muy común la disputa acalorada entre los trabajadores por ganarse la posibilidad de obtener uno de estos “beneficios”. Posteriormente, se pasó a la etapa donde los turnos en los principales restaurantes de la ciudad se tenían que reservar por teléfono, lo que no era un método muy descabellado y resultaba común en cualquier país del mundo, excepto en Cuba, puesto que las llamadas telefónicas demoraban en ser atendidas y cuando, por fin, lograbas comunicarte, ya estaban dados todos los turnos - increíblemente -. Después, se pasó al método de entrada a los restaurantes por orden de llegada, realizando enormes filas, que duraban horas, con la posibilidad de que al final de la jornada no pudieras entrar o que solo encontraras en el menú la cuarta parte de los platos que se ofertaban, si tenías suerte.


Parte anterior: Parte 1

Continuación: Parte 3

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