Los años 80 fueron prolíferos en acontecimientos trascendentales de todo tipo que tuvieron una amplia repercusión a nivel global. Siguiendo un orden cronológico, podemos mencionar, entre los más importantes, el asesinato del famoso músico británico John Lennon el 8 de diciembre de 1980, en la entrada del edificio Dakota, en Nueva York; el intento de asesinato del presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan el 30 de marzo de 1981, en las afueras del Hotel Hilton, en Washington, D.C.; la muerte del rey del reggae, Bob Marley, el 11 de mayo de 1981, víctima de una extraña enfermedad; el atentado contra el Papa Juan Pablo II el 14 de mayo de 1981, del cual se salvó milagrosamente; el surgimiento entre 1980 y 1981 de los primeros casos del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) en los Estados Unidos; la guerra de Las Malvinas en 1982 entre Argentina y Gran Bretaña; el asesinato de Indira Gandhi, primera ministra de la India, el 31 de octubre de 1984, por parte de dos de sus propios guardaespaldas; la explosión del transbordador espacial Challenger el 28 de enero de 1986, momentos después que despegara en el Centro espacial Kennedy, en Cabo Cañaveral, Florida, Estados Unidos; la explosión de la planta nuclear de Chernobyl en Ucrania el 26 de abril de 1986, uno de los mayores desastres medioambientales de la historia; la histórica caída del Muro de Berlín en Alemania, el 9 de noviembre de 1989, uno de los hechos más icónicos del desmembramiento del campo socialista y otros muchos acontecimientos más que, en realidad, sería muy difícil enumerarlos. Sin embargo, dentro de todos estos hechos, hubo uno en que Cuba se vio directamente involucrada y que quedó marcado como uno de los más colosales fiascos que tuviera el máximo líder de la Revolución y, por ende, representaba la caída definitiva de una imagen y una retórica de la que él hasta ese momento se enorgullecía. Me refiero a la invasión a la isla de Granada, nombrada operación “Urgent Fury”, ocurrida el 25 de octubre de 1983, por parte de fuerzas del ejército de Estados Unidos con el respaldo de una coalición de dispositivos militares de seis países caribeños. Era precisamente la etapa en que el dirigente cubano vivía una gran euforia, envalentonado por sus incursiones en Angola y Etiopía y sus intervenciones en otros países de Centroamérica y concibió la irracional idea de enfrentar a las tropas norteamericanas con un puñado de civiles y un escaso personal militar para defender las posiciones cubanas en el aeropuerto de Point Salines, al sur de la isla.
Desde hacía ya un tiempo, en Granada se encontraban trabajando en la construcción de la pista de un aeropuerto varios cientos de colaboradores civiles cubanos. En repetidas ocasiones el gobierno de Estados Unidos se había expresado contra el proyecto de construcción de este aeropuerto alegando que sería ofrecerle un nuevo campo aéreo a la Unión Soviética en la región, lo que ponía en riesgo los intereses de los Estados Unidos en el Caribe. El gobierno del entonces primer mandatario Ronald Reagan acusó a Granada de construir instalaciones para ayudar a la militarización soviético-cubana en el Caribe, y de ayudar al transporte soviético y cubano de armas a los insurgentes centroamericanos, siendo este el verdadero motivo de su intervención militar, aunque posteriormente alegara que la invasión se proponía salvaguardar las vidas de más de un centenar de norteamericanos que estudiaban en la Escuela de Medicina de la Universidad de Saint George. El régimen cubano, por su parte, aseguraba que aquel aeropuerto sería destinado al “turismo internacional”, pero las evidencias demostraron posteriormente que, en realidad, este sería utilizado con fines militares por la Unión Soviética y Cuba, en momentos en que los conflictos en Centroamérica y Angola estaban en su máximo apogeo.
A pesar de los años transcurridos, no he podido olvidar aquella noche de octubre de 1983. Yo me encontraba en casa de mis padres y casualmente estábamos viendo la televisión cuando, de repente, las noticias de la invasión a Granada interrumpieron la transmisión habitual. Un dramático comunicado oficial fue leído por un conocido locutor el cual, vestido de miliciano y con una voz sumamente grave, anunciaba de la intervención norteamericana en la isla caribeña y que los cubanos que se encontraban en Granada cumpliendo la misión de la construcción de un aeropuerto se habían enfrentado a la 82 División Aerotransportada de los Estados Unidos y “habían caído heroicamente combatiendo”. El comunicado concluía asegurando que el último de ellos se había “inmolado abrazado a la bandera”.
Como era ya muy habitual en los medios de difusión oficialistas del régimen cubano, esta historia fue muy mal contada y toda esta dramaturgia implementada ese funesto día y transmitida a todo el país resultó ser una gran farsa.
Poco tiempo después todo el pueblo se enteraría del gran fiasco en que había incurrido el régimen al dar por hecho y anunciar lo que suponía su máximo líder que habría ocurrido a los cubanos en Granada si hubiesen cumplido sus órdenes. Pero, afortunadamente, no las cumplieron, y de esa forma los muertos, en lugar de 700, solo fueron 25 y en realidad, hasta el último cubano no se había “inmolado abrazado a la bandera”. La mayoría de los cubanos que se encontraban en la isla fueron hechos prisioneros y devueltos a Cuba, así como los 25 muertos.
Después de ocurrida la deposición y el magnicidio del primer ministro de Granada Maurice Bishop el 14 de octubre de 1983 por las fuerzas leales a Bernard Coard, se desató una gran ola de violencia en la isla caribeña y ante la inminente intervención militar por parte de los Estados Unidos, el líder revolucionario cubano decide no retirar ni un solo cubano de Granada y enviar a un militar de alta graduación para hacerse cargo de la defensa de las instalaciones y posiciones cubanas en el territorio granadino. Este militar resultó ser el coronel Pedro Benigno Tortoló Coma quien, antes de su partida, recibió estrictas órdenes personales del mandatario cubano, las cuales debía ejecutar a su llegada a Granada, insistiéndole que debía defender sus posiciones a toda costa “hasta el último hombre y la última bala”, aún con el conocimiento de que no podía contar con refuerzos desde Cuba. Pero las cosas no le salieron como esperaba al líder cubano; el coronel Tortoló nunca tuvo la decisión de inmolarse ante una causa que ya consideraba perdida desde antes que lo enviaran a Granada. Actuando con acertado tino militar frente a fuerzas abrumadoramente superiores, logró romper el cerco de las posiciones donde se encontraba para refugiarse junto a otros compañeros en la embajada de la Unión Soviética, establecida desde el año anterior con el general de la inteligencia militar Gennadiy Sazhenev como embajador. A su llegada a La Habana y aún sin conocer todos los detalles de lo sucedido, el mandatario cubano compararía a Tortoló con Antonio Maceo y lo recibió al pie de la escalerilla del avión. El coronel se cuadró ante él y le expresó que la misión encomendada por “el Partido y usted” había sido cumplida. Pero, desgraciadamente para él, poco tiempo después ocurrió lo inesperado; el constructor Mario Martín Manduca testimoniaría por televisión que, cuando resultó herido en la columna vertebral y miró a su alrededor, “el coronel no estaba allí”. Poco le duraron al coronel Tortoló los momentos de gloria. Recriminado fuertemente por el máximo líder revolucionario y su hermano, fue enviado de inmediato a un tribunal de honor militar que lo degradó y posteriormente fue enviado a Angola en calidad de soldado raso. Desde ese mismo instante, viviría sin gloria y con inmensa pena, cargando siempre sobre sus hombros con el bochornoso estigma de ser el hombre que huyó del combate en Granada y no se inmoló como estaba previsto.
Mientras esto sucedía, ateniéndose como siempre al acertado e incisivo humor popular, en las calles de La Habana circulaba un hiriente choteo: “Si quieres correr veloz, usa tenis Tortoló”, en alusión a la supuesta cobardía demostrada por el excoronel cubano. Sin embargo, el análisis sereno y pormenorizado de los hechos nos conduce a valorar la actuación del alto oficial de manera diametralmente opuesta. Desde el punto de vista del arte militar, actuó con acierto. Se vio obligado a enfrentar a fuerzas de élite, superiores en número y armamentos, por lo que atinó al ordenar el repliegue de sus subordinados hacia puntos elevados y, en definitiva, nunca se rindió y se limitó a retirarse de un combate perdido de antemano y evitar caer prisionero. Pero no fue eso lo esencial: Lo más importante es que se negó a destinar a sus hombres a un exterminio total decretado desde La Habana de forma irracional por el máximo líder de la Revolución.
Después de los sucesos de Granada y el colosal fiasco cometido, la imagen de la invencibilidad cubana y la retórica de la inmolación patriótica quedaron severamente dañadas. Y eso fue algo que el líder cubano nunca pudo perdonar ni asimilar.