La Novedosa Experiencia Cubana de la Escuela al Campo (Parte 1).
Es curioso que en muchas ocasiones oír la letra de una canción nos transporta, cual máquina del tiempo, a un suceso lejano de nuestra vida y nos hace recordar hasta el último detalle cómo si lo estuviéramos viviendo nuevamente. Tal es el caso para mí de la canción “Tu amor, mi amor” del antiguo grupo musical “Formula V” – “…aunque estés lejos tú de mí, contigo sueño y soy feliz …” -, que marcó para siempre una parte importante de mis vivencias, mi primera experiencia en la “escuela al campo”. Cada vez que oigo esa canción, me remonto a aquella fría noche de sábado cuando, montados sobre la cama de un camión, nos dirigíamos mis compañeros y yo al campamento de las niñas, alejado unos cuantos kilómetros del nuestro y cantábamos todos, entre otras muchas, aquella bella melodía.
En septiembre de 1968, había comenzado mi enseñanza media en la Escuela Secundaria Básica “Enrique Galarraga”, que ocupaba en esa época la magna instalación de un antiguo convento de monjas aledaño a la iglesia de Jesús María, ubicada en el parque del mismo nombre, entre las calles Vives, Revillagigedo, Puerta Cerrada y Águila. De esta escuela conservo muy gratos recuerdos e innumerables vivencias, algunas muy alegres y otras no tanto, pero todas, vivencias al fin, contribuyeron a forjar mi carácter y espíritu futuro. Allí fue donde conquisté a mi primera novia, donde aprendí y me formé con excelentes profesores, algunos extremadamente exigentes y otros muy simpáticos y relajados, donde conocí a mis mejores amigos, algunos de ellos, lamentablemente, ya fallecidos y otros que he mantenido durante toda mi vida y donde, como antes mencioné, participé en mi primera “escuela al campo”, a mi entender, una de las más significativas experiencias que tuvieron en su vida los adolescentes de mi época, en la que definitivamente se rompían las cadenas de la cómoda dependencia paternal.
Mantengo en mi memoria aquella muy concurrida reunión de padres celebrada en uno de los salones de mi escuela donde, entre otras cosas, anunciaron la inminente fecha de partida hacia el campo y el lugar donde estaban ubicados los campamentos de los varones y las hembras, separados entre ellos por decenas de kilómetros, que en mi caso se encontraba en el algo distante poblado de Güines, en la provincia de la Habana y se nombraba “El Cristo”. Unos pocos días después, me entregaron la ropa de trabajo: una camisa y un pantalón de mezclilla – que me quedaban inmensos -, un par de botas rústicas y un sombrero de guano. Y con esto terminaba, por el momento, la preparación en la escuela, pero comenzaba la más importante y angustiosa, la preparación en la casa. Mi madre debía arreglarme la ropa que me dieron en la escuela y ajustármela a la moda de la época y además buscarme otras ropas apropiadas para el trabajo en el campo; mi padre tenía que conseguirme una maleta de madera con su correspondiente candado, una cuchara y un jarro de aluminio, y ambos, debían adquirir y completarme el imprescindible “abastecimiento alimentario” de galletas, pan tostado, leche condensada, gofio y el no menos importante “fanguito” (modalidad de leche condensada cocida), que paliaría la ya conocida escasa dieta alimentaria de los campamentos, pero lo principal, todas aquellas acciones debían ejecutarlas en un tiempo récord de apenas tres días, por lo que este proceso se transformaba en una verdadera odisea.
Continuación: Parte 2
Bonitas historias primo,así mismo era,es bonito recordar
ResponderBorrarRecordar es volver a vivir muy buenos revuerdos
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