Capítulo XII (Parte 1): El Campo Alegre

2

 

Surcos Sembrados en el Campo

La Novedosa Experiencia Cubana de la Escuela al Campo (Parte 1).

Es curioso que en muchas ocasiones oír la letra de una canción nos transporta, cual máquina del tiempo, a un suceso lejano de nuestra vida y nos hace recordar hasta el último detalle cómo si lo estuviéramos viviendo nuevamente. Tal es el caso para mí de la canción “Tu amor, mi amor” del antiguo grupo musical “Formula V” – “…aunque estés lejos tú de mí, contigo sueño y soy feliz …” -, que marcó para siempre una parte importante de mis vivencias, mi primera experiencia en la “escuela al campo”. Cada vez que oigo esa canción, me remonto a aquella fría noche de sábado cuando, montados sobre la cama de un camión, nos dirigíamos mis compañeros y yo al campamento de las niñas, alejado unos cuantos kilómetros del nuestro y cantábamos todos, entre otras muchas, aquella bella melodía.



Estudiantes Montados en un Camion en la Escuela al Campo

Grupo Musical Español Fórmula V


En 1966, se inició en Cuba otro nuevo “experimento”, esta vez le tocó al de “la escuela al campo”, que sería el embrión de las escuelas secundarias y preuniversitarias en el campo que surgieron un tiempo después. El nuevo proyecto consistía en enviar a todos los estudiantes de enseñanza media y media superior a campamentos en el campo, durante 45 días cada curso, para trabajar en diversas labores agrícolas, con el objetivo de utilizarlos como una fuerza productiva nada despreciable y al mismo tiempo formar al “hombre nuevo” que requería la revolución y que teorizaban habitualmente en sus escritos y discursos sus principales dirigentes. Primeramente, se dispuso la movilización de más de 8.000 estudiantes de secundaria de la provincia de Camagüey para que iniciaran este plan y poco tiempo después, lo siguieron los de otras secundarias capitalinas, quienes fueron transportados en ómnibus hacia esta misma provincia para trabajar durante 45 días en múltiples faenas agrícolas. A partir de este momento, este plan se generalizó a todos los confines de la isla, continuando año tras año y abarcando a todas las modalidades de educación vigentes en el país de alguna u otra forma.


En septiembre de 1968, había comenzado mi enseñanza media en la Escuela Secundaria Básica “Enrique Galarraga”, que ocupaba en esa época la magna instalación de un antiguo convento de monjas aledaño a la iglesia de Jesús María, ubicada en el parque del mismo nombre, entre las calles Vives, Revillagigedo, Puerta Cerrada y Águila. De esta escuela conservo muy gratos recuerdos e innumerables vivencias, algunas muy alegres y otras no tanto, pero todas, vivencias al fin, contribuyeron a forjar mi carácter y espíritu futuro. Allí fue donde conquisté a mi primera novia, donde aprendí y me formé con excelentes profesores, algunos extremadamente exigentes y otros muy simpáticos y relajados, donde conocí a mis mejores amigos, algunos de ellos, lamentablemente, ya fallecidos y otros que he mantenido durante toda mi vida y donde, como antes mencioné, participé en mi primera “escuela al campo”, a mi entender,  una de las más significativas experiencias que tuvieron en su vida los adolescentes de mi época, en la que definitivamente se rompían las cadenas de la cómoda dependencia paternal.



Parque Habanero de Jesús María


Mantengo en mi memoria aquella muy concurrida reunión de padres celebrada en uno de los salones de mi escuela donde, entre otras cosas, anunciaron la inminente fecha de partida hacia el campo y el lugar donde estaban ubicados los campamentos de los varones y las hembras, separados entre ellos por decenas de kilómetros, que en mi caso se encontraba en el algo distante poblado de Güines, en la provincia de la Habana y se nombraba “El Cristo”. Unos pocos días después, me entregaron la ropa de trabajo: una camisa y un pantalón de mezclilla – que me quedaban inmensos -, un par de botas rústicas y un sombrero de guano. Y con esto terminaba, por el momento, la preparación en la escuela, pero comenzaba la más importante y angustiosa, la preparación en la casa. Mi madre debía arreglarme la ropa que me dieron en la escuela y ajustármela a la moda de la época y además buscarme otras ropas apropiadas para el trabajo en el campo; mi padre tenía que conseguirme una maleta de madera con su correspondiente candado, una cuchara y un jarro de aluminio, y ambos, debían adquirir y completarme el imprescindible “abastecimiento alimentario” de galletas, pan tostado, leche condensada, gofio y el no menos importante “fanguito” (modalidad de leche condensada cocida), que paliaría la ya conocida escasa dieta alimentaria de los campamentos, pero lo principal, todas aquellas acciones debían ejecutarlas en un tiempo récord de apenas tres días, por lo que este proceso se transformaba en una verdadera odisea.



Maleta de Madera para la Escuela al Campo

Leche Condensada Hervida (Fanguito)


Finalmente llegó el día de la partida, que resultó ser también todo un acontecimiento. Numerosas familias acompañados de sus hijos que partían y muchos vecinos cercanos de la zona se agruparon en las áreas exteriores de la escuela, que en mi caso eran las de la esquina de Revillagigedo y Vives en el parque de Jesús María, en espera de la llegada de los camiones que cargarían las numerosas maletas que, organizadas por campamentos y con su respectivo rótulo identificativo, llevarían a su destino. Se veían por algunos lugares, las incontrolables lágrimas de los padres, que se separaban por primera vez de sus adolescentes hijos, los que solo muy poco tiempo atrás eran sus muy mimados niños. En otros rincones más apartados, se daban sus últimos abrazos y besos furtivos – de ese día - amorosas parejitas de enamorados. Hasta que, por fin, llegaron los ómnibus y se aparcaron en una larga fila a un costado del parque, acentuándose en este momento las escenas dramáticas, arreciándose los llantos y haciéndose más intensos los abrazos, hasta el instante de la subida de nosotros a nuestro correspondiente vehículo. Cuando partieron los ómnibus, muchos padres corrieron junto a ellos por varios metros agitando nerviosamente sus manos en señal de despedida, otros, sin embargo, se quedaron parados, mirando anonadados como se alejaban rápidamente sus más preciados tesoros, mientras esto sucedía, todos nosotros, sentados o parados dentro de los ómnibus, cantábamos muy felices, a viva voz, la más reciente canción de moda – “… tu amor, mi amor, tralalalá …”.


Continuación: Parte 2

Tal vez te interesen estas entradas

2 comentarios

  1. Bonitas historias primo,así mismo era,es bonito recordar

    ResponderBorrar
  2. Recordar es volver a vivir muy buenos revuerdos

    ResponderBorrar