Comenzaré refiriéndome a los más famosos: el “Sans Souci”, el “Montmartre” y el “Tropicana”, de los que lamentablemente solo pude conocer el último pero que, según la opinión de muchos expertos en la vida cultural habanera, los tres estaban considerados entre los mejores del mundo.
El cabaret “Sans Souci” estaba ubicado en Arroyo Arenas, justamente en el kilómetro 15 de la carretera central oeste. Fue fundado en la época en que transcurría la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y llegó a ser uno de los lugares más populares de Cuba y del mundo. Hubo un tiempo en que celebridades de cualquier parte del orbe, artistas, músicos, políticos, deportistas, etc., en su paso por la capital tenían entre sus mayores prioridades visitar este emblemático lugar. Entre las figuras más importantes que pasaron por este cabaret en distintos momentos de la historia podemos destacar, entre otros, a Frank Sinatra, Kirk Douglas, Nat King Cole, Mario Moreno (Cantinflas), Rocky Marciano, Libertad Lamarque y Marlon Brandon y se comenta que el debut en centros nocturnos de la famosa vedette cubana Rosita Fornés lo hizo en este sitio, a principio de la década del 40. Es bien conocido también, que muchas tenebrosas figuras de la Mafia estuvieron vinculadas de una u otra forma a este cabaret, que a la vez fungía como un gran casino de juegos. Norman Rothman, un conocido miembro de la Cosa Nostra, fue su gerente una temporada, y este fue un asociado cercano de Santo Trafficante Jr., uno de los más poderosos jefes de la Mafia en los Estados Unidos. Un día después del triunfo de la Revolución el cabaret Sans Souci fue vandalizado y saqueado, cerrando definitivamente desde ese momento sus puertas para Cuba y para el mundo.
La historia del cabaret “Montmartre” merece un espacio aparte. Ubicado en la calle P entre Humboldt y 23, en una céntrica zona del Vedado habanero, antes de convertirse en cabaret, este lugar fue primeramente una vaquería; después sería la sede de la agencia de autos Dodge en Cuba, la cual fue totalmente destruida por el ciclón del 26; posteriormente, se convirtió en el primer cinódromo de La Habana, donde se ofrecían a diario carreras de galgos; hasta que, a finales de los años 40, fue construido e inaugurado en el lugar el famoso cabaret, con una decoración acentuadamente francesa, tomando su nombre de un popular barrio de París. Por el extremado lujo y glamur de sus espectáculos, este centro nocturno se convirtió, con el paso de los años, en un lugar icónico de la vida nocturna de la ciudad y a pesar de ser bastante caro para la época, era el favorito de los habaneros y de muchos visitantes foráneos, por su enigmático ambiente, sus fastuosos espectáculos y excelentes producciones musicales. El cabaret “Montmartre” era considerado el más francés de los cabarets cubanos cuando, en las décadas del 40 y del 50, a La Habana le llamaban el “París de América”. En su tiempo fue el mayor establecimiento nocturno de espectáculos bajo techo del país y gran parte de América, contando con un diseño interior que evitaba la paralización de sus programaciones debido a la influencia de las inclemencias del tiempo. Además de funcionar como cabaret, también operaba como un fastuoso casino, abriendo sus puertas desde la tarde y operando durante toda la noche, los siete días de la semana, convirtiéndose en el lugar de visita obligada de muchos artistas, escritores, políticos y de otros personajes de la alta sociedad de La Habana prerrevolucionaria, teniendo también estrechos vínculos con célebres figuras de la Mafia estadounidense, como Meyer Lansky, quien fue accionista mayoritario del lugar por muchos años. Al triunfo de la revolución, el lugar fue intervenido y cerrado definitivamente, permaneciendo por largos años en pleno y total abandono, hasta que en Agosto de 1974 fue reabierto como un restaurante, el Moscú, el cual tuvo muy buena acogida popular, pero lamentablemente, este fue totalmente destruido por un siniestro incendio en 1989, casi al comienzo de los conocidos cambios que ocurrieron en la Unión Soviética y demás países del campo socialista y se mantuvo por más de 30 años en ruinas hasta que, recientemente, el régimen cubano decidiera edificar en el área un lujoso hotel.
Pero sin lugar a duda, el cabaret “Tropicana” es de los tres, el que se considera más exitoso y felizmente, es el único del que guardo mis propias vivencias. Rodeado de un ambiente tropical, maravillosamente exótico, entre frondosos árboles y palmeras, fue inaugurado el 31 de diciembre de 1939, en los antiguos terrenos de la finca Villa Mina, ubicada en la calle 72 entre 45 y Línea del Ferrocarril, en la zona de Marianao, La Habana. Inicialmente llevaba el nombre de “Boite Du Nuit”, pero muy pronto, fue rebautizado con el nombre de “Tropicana”, inspirado en la melodía homónima del compositor y músico cubano Alfredo Brito, que fue estrenada en ese mismo lugar y que se tomó después como tema de presentación de los espectáculos. El excelente compositor llamó a su obra de esa manera teniendo en cuenta la vegetación tropical del lugar (“Tropi”), unida a la gran cantidad de palmas canas que también poseía (“cana”); al unir esas dos palabras, resultó el nombre de “Tropicana”. El “Paraíso bajo las estrellas”, como se conocía también a este afamado cabaret, rompió con todos los esquemas tradicionales internacionalmente conocidos para este tipo de instalaciones y se construyó al aire libre, rodeado de una tupida vegetación, de ahí, su mayor encanto. Esta característica, unida a su extrema elegancia y exquisito servicio gastronómico y a la excelente producción y presentación de sus espectáculos, lo convirtieron en un sitio de ensueños y de obligada concurrencia de una amplia audiencia proveniente de todas partes del mundo. Las presentaciones de “Tropicana” han sido aclamadas en todo el orbe y debido a ello, este cabaret ha sido distinguido y premiado por distintas instituciones internacionales como, por ejemplo, la Academia Norteamericana de la Industria de Restaurantes, la cual, en 1992 le concedió el codiciado premio “Best of the Best Five Star Diamond”, al considerarlo como el mejor cabaret de América.
Recuerdo muy bien que este fue el primer cabaret que visité en mi temprana juventud y quedé completamente impactado. Mi primo y su esposa me invitaron, junto a mis queridos tíos, a disfrutar de este magnífico lugar una bella y estrellada noche de septiembre, por lo que literalmente estuvimos todo el tiempo bajo las estrellas, y al llegar y presenciar detenidamente su magnitud y exuberante elegancia, estuve un largo tiempo totalmente fascinado. Mientras degustábamos una sabrosa cena y bebíamos unos refrescantes “Cuba Libre”, a las once en punto de la noche, comenzó el trascendental espectáculo, el que contó durante toda su presentación con una excelente coreografía, vestuario, iluminación y respaldo musical. Todas las actuaciones e interpretaciones de sus artistas fueron realmente fabulosas, pero lo que más me impactó y quedó eternamente grabado en mi memoria, fue una de sus composiciones danzarías más fascinantes, donde una de las bellas bailarinas que conformaba el elenco artístico es lanzada desde los niveles más altos del enorme escenario hacia los brazos de un grupo de bailarines que la esperaban muy expectantes en el nivel inferior - ¡definitivamente espectacular! -. Es justo que añada a este hasta ahora agradable relato, que el final de la noche no fue para mí exactamente muy feliz. Resultó que, en aquellos tiempos era un requisito indispensable para la entrada a ese lugar, llevar un vestuario bien elegante, sin ningún tipo de distinción y, por ende, los caballeros tenían que vestir de traje y corbata. Este hecho fue para mí un tanto traumático porque en ese entonces no contaba con ese tipo de vestuario y tuve que pedirlo prestado a un buen amigo, y como mi amigo, era mucho más alto que yo, mi querida madre – siempre tan hacendosa – tuvo que hacer maravillas para poder arreglarlo presurosamente y tenerlo listo para que pudiera asistir a la tentadora invitación. Pues sucedió que, quizás embriagado por las intensas luces y la estruendosa música del lugar, o quizás porque de forma inexperta tomé unos cuantos tragos de más, al finalizar el espectáculo y dirigirnos hacia nuestra casa, fui portador de una completa y desagradable embriaguez – tremenda borrachera - que terminó totalmente con la hasta el momento perfecta elegancia de mi vestuario, el cual terminó definitivamente manchado y muy estropeado, independientemente de los enormes esfuerzos que hiciera mi madre después por recuperarlo. Como es de suponer, el insustituible momento de devolverle la ropa a mi querido amigo fue uno de los más vergonzosos y amargos que he sufrido en toda la vida, aunque muy amablemente de su parte, él trató en vano de disminuir su efecto con una gran carcajada.
Aunque los tres cabarets antes citados eran indiscutiblemente los íconos de los establecimientos de este tipo en La Habana, había otros, algo más pequeños, pero que también sobresalían por la calidad de sus espectáculos y por la elegancia y buen gusto de su ambiente, tal es el caso del cabaret “Parisién”, ubicado en el emblemático Hotel Nacional de Cuba. Este cabaret fue inaugurado inicialmente como un fabuloso casino de juego y para amenizar el lugar, por él pasaron importantes figuras de la talla de Nat King Cole, Esther Borjas, el cuarteto Los Modernistas, Las d´Aida, La Orquesta Aragón, la Orquesta Jorrín, Compay Segundo y Alberto Herrero, entre muchos otros que llenaron de vida y brillantez sus inigualables espectáculos nocturnos. Otro de los más famosos era también el “Salón Rojo”, localizado en los bajos del entonces ultramoderno Hotel Capri; tuvo su apertura durante las vacaciones de Acción de Gracias de 1957, dando la bienvenida en la inauguración de su entonces elegante casino al actor y mafioso norteamericano George Raft. El “Copa Room” era otro de los lugares imprescindibles en las noches habaneras; ubicado en el impresionante Hotel Habana Riviera, sobresalía por su exquisito diseño interior y mobiliario original muy a tono con la década de los 50. Este majestuoso hotel situado frente por frente al malecón habanero, fue inaugurado en diciembre de 1957 y su construcción y administración inicial estuvo a cargo del famoso mafioso Meyer Lansky, quien abandonó apresuradamente el país dos años después de culminado el edificio, por los motivos que todos conocemos.
Muy alejado de lo continuamente promulgado por la propaganda oficialista revolucionaria, la vida nocturna habanera antes del 59 y en sus primeros años después del triunfo de la Revolución, era muy alegre y en extremo divertida, a pesar de la incuestionable carencia de algunos y la abundancia de otros. Había infinitas opciones, para todos los gustos y para todos los bolsillos; desde los lugares más exclusivos y selectos, donde concurrían mayormente las clases más pudientes, hasta otros sitios más modestos, pero igualmente excelentes y agradables. La gran mayoría de los jóvenes que, como yo, tenían una muy módica entrada económica, podían disfrutar y compartir frecuentemente con sus familiares, amigos o sus parejas las más agradables y exquisitas noches que, cada jornada, nos proporcionaba La Habana de entonces, algo que, lamentablemente, estoy seguro, no pueden decir muchos jóvenes de hoy.
Sin subestimar en grado alguno las maravillosas noches y fabulosos lugares de otras ciudades del mundo como París, Las Vegas o Nueva York, las noches habaneras, con sus bares, clubes y cabarets, se podían ubicar entre las más divertidas y espectaculares del mundo; lástima que de ellas solo quede ahora una caricatura de lo que antes fueron.
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