Capítulo XXVII (Parte 2): La Habana de Noche

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La Habana





Fue también después que comencé a cursar mis estudios preuniversitarios que pude entrar por primera vez a uno de los numerosos clubes nocturnos que existían en La Habana. Quizás fue porque ya tenía un poco más de madurez y posibilidad económica o porque las hasta entonces férreas restricciones que la mayoría de los padres imponían a sus preciadas hijas, comenzaban poco a poco a tener una distensión – estoy casi seguro de que fue por lo segundo -. Un club nocturno era el lugar ideal para compartir por dos o tres horas con alguna bella chica, no más, debido a la incuestionable hora de llegada de esta a su casa, que nunca podía exceder de las doce de la noche, con caminatas o guaguas incluidas. La cómplice obscuridad del lugar, la excelente música romántica de fondo, la calidad y bajo precio de sus cocteles y la extrema amabilidad y discreción de los camareros, hacían del sitio uno de los lugares de mayor disfrute de los jóvenes de mi época.


El número de clubes nocturnos con que contaba la capital en aquella época era realmente impresionante y recuerdo que visité muchos de ellos, pero no quisiera abusar de mi memoria y solo mencionaré los que, según mi opinión, eran los más conocidos y concurridos por todos. Comenzaré por los ubicados en la zona del Vedado capitalino que eran los más numerosos: “Turf”, en la esquina de Calzada y F; “Imágenes”, en Calzada y C; "Olokku", en Calzada y E; “Sherezada”, en los bajos del edificio FOCSA, en M y 17; “La Red”, en 19 y L; “Johnnie’s 88” en O entre 23 y 25; “Atelier”, en 17 y 6; “Maxim’s” en 3ra. y 10; “Tropical”, en Línea y F; “Karachi”, en 17 y K; “Sayonara”, en B y 17; “El Gato Tuerto”, en 19 y O; “La Zorra y el Cuervo”, en 23 y O; “Club 21”, en 21 y 22 y “El Johnny”, en A y 3ra. En otras áreas de La Habana, aunque no existían tantos centros de este tipo, algunos sí eran muy famosos como: “Palermo”, en Amistad y San Miguel; “Prado 260” y “Morocco Club”, a un costado del Paseo del Prado; “Río Cristal”, “Mambo’s Club”; “Bambú Club” y “Reloj Club”, en la Avenida de Rancho Boyeros y el “Barbaram”, en la Avenida 26, justo frente al Zoológico.



Club

Club nocturno

Night Club


La mayoría de los clubes nocturnos de la época tenían aproximadamente las mismas características, por lo que me referiré solamente a las que más comunmente los distinguían. Un club nocturno que se respetara debía estar provisto de muchos pullmans; estos eran unos cómodos asientos tapizados, ubicados a lo largo de las paredes del local, con altos respaldos, separados uno de otro por unas pequeñas mesitas de madera y cristal, lo cual garantizaba una completa privacidad entre las parejitas de enamorados; tenía que tener muy escasa luz, condición que era únicamente violada por el tenue destellar de las linternas de los camareros cuando tomaban o traían los pedidos a las mesas; debía poseer también un espacio relativamente grande al centro del salón donde las parejitas podían bailar, muy apretaditas, alguna bella melodía del momento, por lo general romántica, la cual era transmitida por sendos altavoces a un volumen muy adecuado a las circunstancias, más bien bajo, debido a que el principal propósito de este lugar no era precisamente demostrar las habilidades danzarías de las parejas que lo visitaban. Por último, el hablar en susurros o simplemente el no hablar, era un requerimiento prácticamente sagrado e inviolable del recinto. Es justo resaltar, que una de las habilidades adquiridas por los trabajadores de aquellos lugares tras muchos años de labor, era acudir al reclamo de los clientes, por alguna pequeña señal que hacían estos con la mano levantada o por algún pequeño silbido emitido por ellos para llamar su atención, y nunca en ningún otro momento, lo que hacía que no hubiera cabida a indeseables sorpresas y se garantizara en todo momento la más estricta privacidad y discreción para las parejas. Otra de las bondades de aquellos establecimientos era que, en ningún caso, exigían un consumo mínimo, lo cual era muy beneficioso y se adaptaba perfectamente a las condiciones y posibilidades de los jóvenes de la época, que en su mayoría estudiaban y como yo, contábamos con un muy bajo presupuesto, suministrado únicamente por nuestros padres, por lo que en muchas ocasiones, cuando nos encontrabamos muy apretados, podíamos pasar toda una agradable noche con dos únicos cocteles, preferiblemente, los nombrados “Telegrama” (licor de menta, ron carta blanca y hielo), muy apreciado por las damas y que les hacía un rápido efecto de desinhibición mental y “Ron Collins” (ron carta blanca, azúcar, limón, agua de soda y hielo) para los caballeros, con un costo total de cinco pesos, esto, sumado a una, para aquellos tiempos, aceptable propina de dos pesos, hacían que el camarero muy amablemente, con cara sonriente, nos deseara muy buenas noches y nos exhortara a un pronto retorno.


Coctel


Había también sus excepciones, que quizás por ser atípicas o algo exóticas, resultaban muy interesantes y convenientes, sobre todo para los caballeros, me refiero a algunos clubes que, además de los pullmans, contaban con sendos reservados, como el “Reloj Club”, el que estaba algo alejado del centro de la ciudad y que, por estas dos razones, costaba mucho más trabajo poder convencer a la inocente dama de que asistiera. Y otros, como el “Sherezada” que, siguiendo la tradición árabe, tenía sus asientos directamente en el piso, sumidos en una densa obscuridad, lo que, de entrada, hacía mucho más relajado y sofisticado el encuentro amoroso.


Resulta obvio, que con el transcurso del tiempo todas las cosas cambian y no necesariamente deben mantener el mismo patrón inicial, aunque en el caso de los clubes nocturnos de La Habana, el cambio fue tan radical, que según mi modesta opinión y la de muchos amigos de mi generación, el cambio no fue para bien. La mayor parte de estos clubes, se reconvirtieron de la noche a la mañana en escenarios de actuación de una gran variedad de artistas de todo tipo, muchos de ellos de dudosa calidad y reputación, entre los que sobresalían cantantes solistas, cómicos, bandas musicales y hasta orquestas de música popular, donde a lo menos que se aludía en sus interpretaciones era al tema romántico, y con este intempestivo cambio, se perdieron para siempre las principales bondades que hacían tan adorables estos entrañables lugares, su tranquilidad, su privacidad y su discreción. Debido a la presencia de estos artistas de la farándula, la cantidad de personas que arrastraban consigo era incalculable y prácticamente resultaba imposible que muchos jóvenes pudieran acceder a estos lugares, al sobrepasarse con creces sus capacidades, amén del astronómico precio que se les exigía por la entrada a cada lugar, estableciéndose prácticamente en todos los casos un elevado consumo mínimo, que a veces era bien poco asequible a los jóvenes, quienes acosaban a sus pobres padres con la petición de que les dieran una remesa mucho mayor, que ya muchos no podían asumir, y por supuesto, significativamente muy superior a la que nuestros padres nos podían ofrecer en nuestros tiempos de juventud. La seguridad de estos sítios cambió radicalmente también y muy frecuentemente se veía afectada por rencillas, broncas y riñas tumultuarias, con muy graves consecuencias la mayor parte de las veces, influenciadas por un lado, por la gran disparidad de las conductas sociales y la calidad humana de las personas que asistían a estos lugares, y por otro lado, por la creciente euforia provocada por la estridente música transmitida a todo volumen por los altavoces – muy diferente a las románticas y suaves melodías de mis tiempos - y la frecuente emisión de algunas de las múltiples composiciones del género urbano, muy demandadas por la juventud, pero provistas de una explícita vulgaridad y fuertes promotoras de violencia. Este aspecto era lo que más preocupaba a la mayoría de los padres, quienes sufrían al conocer del mal ambiente de estos centros nocturnos y temían por la seguridad de sus hijos, algo literalmente opuesto a lo que ocurría en estos mismos centros antaño. Por si fuera poco, aparejado a este tan poco propicio escenario, también se multiplicó como nunca la prostitución, el proxenetismo y el consumo de sustancias prohibidas, algo bastante difícil de ver en los tiempos de mi juventud.


En resumen, de aquellos plácidos y románticos clubes nocturnos que disfrutaban tanto las parejas de mi generación en sus años mozos, ha quedado bastante poco, quizás lo único perdurable sea ver, con mucha añoranza, sus nombres al paso por cada lugar, si no tuvieron el infeliz destino de desaparecer por completo como los dinosaurios.



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Continuación: Parte 3

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