El número de clubes nocturnos con que contaba la capital en aquella época era realmente impresionante y recuerdo que visité muchos de ellos, pero no quisiera abusar de mi memoria y solo mencionaré los que, según mi opinión, eran los más conocidos y concurridos por todos. Comenzaré por los ubicados en la zona del Vedado capitalino que eran los más numerosos: “Turf”, en la esquina de Calzada y F; “Imágenes”, en Calzada y C; "Olokku", en Calzada y E; “Sherezada”, en los bajos del edificio FOCSA, en M y 17; “La Red”, en 19 y L; “Johnnie’s 88” en O entre 23 y 25; “Atelier”, en 17 y 6; “Maxim’s” en 3ra. y 10; “Tropical”, en Línea y F; “Karachi”, en 17 y K; “Sayonara”, en B y 17; “El Gato Tuerto”, en 19 y O; “La Zorra y el Cuervo”, en 23 y O; “Club 21”, en 21 y 22 y “El Johnny”, en A y 3ra. En otras áreas de La Habana, aunque no existían tantos centros de este tipo, algunos sí eran muy famosos como: “Palermo”, en Amistad y San Miguel; “Prado 260” y “Morocco Club”, a un costado del Paseo del Prado; “Río Cristal”, “Mambo’s Club”; “Bambú Club” y “Reloj Club”, en la Avenida de Rancho Boyeros y el “Barbaram”, en la Avenida 26, justo frente al Zoológico.
Había también sus excepciones, que quizás por ser atípicas o algo exóticas, resultaban muy interesantes y convenientes, sobre todo para los caballeros, me refiero a algunos clubes que, además de los pullmans, contaban con sendos reservados, como el “Reloj Club”, el que estaba algo alejado del centro de la ciudad y que, por estas dos razones, costaba mucho más trabajo poder convencer a la inocente dama de que asistiera. Y otros, como el “Sherezada” que, siguiendo la tradición árabe, tenía sus asientos directamente en el piso, sumidos en una densa obscuridad, lo que, de entrada, hacía mucho más relajado y sofisticado el encuentro amoroso.
Resulta obvio, que con el transcurso del tiempo todas las cosas cambian y no necesariamente deben mantener el mismo patrón inicial, aunque en el caso de los clubes nocturnos de La Habana, el cambio fue tan radical, que según mi modesta opinión y la de muchos amigos de mi generación, el cambio no fue para bien. La mayor parte de estos clubes, se reconvirtieron de la noche a la mañana en escenarios de actuación de una gran variedad de artistas de todo tipo, muchos de ellos de dudosa calidad y reputación, entre los que sobresalían cantantes solistas, cómicos, bandas musicales y hasta orquestas de música popular, donde a lo menos que se aludía en sus interpretaciones era al tema romántico, y con este intempestivo cambio, se perdieron para siempre las principales bondades que hacían tan adorables estos entrañables lugares, su tranquilidad, su privacidad y su discreción. Debido a la presencia de estos artistas de la farándula, la cantidad de personas que arrastraban consigo era incalculable y prácticamente resultaba imposible que muchos jóvenes pudieran acceder a estos lugares, al sobrepasarse con creces sus capacidades, amén del astronómico precio que se les exigía por la entrada a cada lugar, estableciéndose prácticamente en todos los casos un elevado consumo mínimo, que a veces era bien poco asequible a los jóvenes, quienes acosaban a sus pobres padres con la petición de que les dieran una remesa mucho mayor, que ya muchos no podían asumir, y por supuesto, significativamente muy superior a la que nuestros padres nos podían ofrecer en nuestros tiempos de juventud. La seguridad de estos sítios cambió radicalmente también y muy frecuentemente se veía afectada por rencillas, broncas y riñas tumultuarias, con muy graves consecuencias la mayor parte de las veces, influenciadas por un lado, por la gran disparidad de las conductas sociales y la calidad humana de las personas que asistían a estos lugares, y por otro lado, por la creciente euforia provocada por la estridente música transmitida a todo volumen por los altavoces – muy diferente a las románticas y suaves melodías de mis tiempos - y la frecuente emisión de algunas de las múltiples composiciones del género urbano, muy demandadas por la juventud, pero provistas de una explícita vulgaridad y fuertes promotoras de violencia. Este aspecto era lo que más preocupaba a la mayoría de los padres, quienes sufrían al conocer del mal ambiente de estos centros nocturnos y temían por la seguridad de sus hijos, algo literalmente opuesto a lo que ocurría en estos mismos centros antaño. Por si fuera poco, aparejado a este tan poco propicio escenario, también se multiplicó como nunca la prostitución, el proxenetismo y el consumo de sustancias prohibidas, algo bastante difícil de ver en los tiempos de mi juventud.
En resumen, de aquellos plácidos y románticos clubes nocturnos que disfrutaban tanto las parejas de mi generación en sus años mozos, ha quedado bastante poco, quizás lo único perdurable sea ver, con mucha añoranza, sus nombres al paso por cada lugar, si no tuvieron el infeliz destino de desaparecer por completo como los dinosaurios.
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