Algo a lo cual siempre estuve vinculado, de una u otra forma, durante toda mi vida, fue a la actividad deportiva como medio de esparcimiento, relajación y preparación física. Para ello, tuve la suerte de concurrir a varios de los más famosos parques deportivos de la ciudad, donde podía practicar los deportes que más me atraían y liberar ese caudal de energía propio de mi edad en cada etapa.
Cuando, en 1961, el máximo líder de la Revolución estableció el concepto del “deporte como un derecho del pueblo”, erradicó radicalmente el profesionalismo y declaró que, en lo adelante, el deporte cubano sería aficionado y masivo. Por tanto, cualquier ciudadano del país tendría acceso gratuito a cualquiera de las instalaciones deportivas a lo largo y ancho de la isla que, por cierto, en aquellos tiempos estaban intactas y gozaban de un alto prestigio dentro y fuera del país. De ellas, las que recuerdo con más cariño, por estar directamente vinculadas a etapas muy importantes de mi vida, fueron “El Pontón”, la Ciudad Deportiva y el Parque “Martí”.
Si hubo un lugar en La Habana que me hizo completamente feliz en la primera etapa de mi niñez y adolescencia fue, sin lugar a duda, el combinado deportivo “José María Pérez Capote”, o como todos lo conocían, “El Pontón”, ubicado en el municipio Centro Habana, colindante con el Cerro. Durante la primera década posterior al triunfo de la Revolución, fue un modelo de instalación deportiva donde los habitantes del territorio podían practicar un gran número de especialidades, entre ellas: béisbol, fútbol, atletismo, baloncesto, tenis, judo, lucha, esgrima, cancha y levantamiento de pesas, impartidas por un selecto cuerpo de instructores y especialistas.
Recuerdo que, a la temprana edad de 8 años, mi vecinito y yo fuimos inscritos por su madre para practicar fútbol, como un efectivo medio para liberar energías en un entretenimiento totalmente sano. Posteriormente, como estudiante de primaria y secundaria básica, hacía educación física varias veces a la semana en este centro y participaba en encuentros de béisbol, voleibol, cancha y atletismo. También tuve la gran oportunidad de disfrutar de sus dos magníficas piscinas olímpicas —una para natación y otra para clavados— donde aprendí a nadar, asesorado por dos jóvenes instructoras. Viene a mi memoria, además, que muchas veces salí de aquel lugar caminando de la mano de una bella muchacha, después de haber realizado un intenso entrenamiento, recorriendo sin darnos cuenta, a través de la calle Monte, la larga distancia que nos separaba de nuestras casas.
La Ciudad Deportiva es considerada una de las obras de mayor relevancia de la ingeniería civil cubana. Construida en 1957 e inaugurada el 26 de febrero de 1958, está ubicada en el área limitada por la Vía Blanca, la avenida de Rancho Boyeros, Santa Catalina y Primelles, en el municipio Cerro, en La Habana. Abarca una gran extensión de aproximadamente 26 hectáreas y, aparte de su complejo de piscinas, terrenos de béisbol, sóftbol, fútbol, atletismo, baloncesto y otras áreas al aire libre, cuenta con el Palacio de los Deportes —el llamado Coliseo—, una instalación techada con capacidad para entre 12.000 y 15.000 espectadores, donde se han desarrollado diversos eventos deportivos nacionales e internacionales.
En esta magna instalación, tuve la posibilidad de disfrutar de un magnífico y moderno gimnasio, colmado de aparatos e implementos deportivos de todo tipo, donde practicaba fisicoculturismo y, posteriormente, corría largas distancias en una de sus pistas al aire libre de 400 metros. Entre los eventos más sobresalientes que se celebraron allí se encuentran: el XXVIII Campeonato Mundial de Esgrima (1969), con la asistencia de 23 países; el V Campeonato Mundial de Gimnasia Rítmica Moderna (1971), con delegaciones de 15 países; el XXVII Campeonato Mundial y el I Panamericano de Levantamiento de Pesas (1973); el I Campeonato Mundial de Boxeo Aficionado (1974); y los I Juegos Deportivos del ALBA (2005).
Por si fuera poco, además de los famosos eventos deportivos mencionados anteriormente, en la Ciudad Deportiva han acontecido otros sucesos de enorme trascendencia política y cultural para el país. Por ejemplo, en abril de 1961, sirvió como lugar de reclusión y juicio para los prisioneros que invadieron el territorio cubano por Playa Girón; y en 1976, tras el atentado terrorista a un avión de Cubana de Aviación en pleno vuelo, frente a las costas de Barbados, las fotos de los jóvenes del equipo de esgrima fueron expuestas en la arena del coliseo. Más recientemente, se celebraron allí los conciertos del célebre grupo británico Rolling Stones (25 de marzo de 2016), con la presencia de más de 500.000 espectadores, y el de la cantante italiana Laura Pausini junto al dúo cubano Gente de Zona (26 de junio de 2018), en su primera presentación en Cuba.
Aledaño al Ministerio de Relaciones Exteriores y la Casa de las Américas, justo al lado de la intersección entre la Avenida de los Presidentes y el Malecón, se encuentra el Parque Deportivo José Martí, o como todos lo conocen, el Parque “Martí”. Este moderno centro deportivo fue construido en la década del 40 y fundado en 1948. En sus inicios, contaba con instalaciones para la práctica de lucha, boxeo, baloncesto, atletismo, fútbol y béisbol. Tenía, además, un complejo de piscinas para natación, clavados y polo acuático. En áreas interiores, se concibió un tabloncillo para baloncesto y voleibol, con gradas para más de mil espectadores. Este fue uno de mis lugares preferidos en la década de los 90, del que conservo muy gratos recuerdos. Allí, en unión de mis primos y otros amigos, practicaba muy frecuentemente cancha y hacía largas carreras de resistencia en su pista, aledaña a sus famosas y hermosas bóvedas de cascarón.
Como muchas otras cosas pregonadas por el jefe de la Revolución, el famoso precepto inicial del “deporte como un derecho del pueblo” tenía un doble propósito y muy pronto se convirtió en otra de sus batallas sin cuartel y en una propaganda tenaz contra el enemigo capitalista, en busca de obtener los más altos puestos en las lides internacionales y la mayor cantidad posible de medallas. Pero ¿a qué precio se conseguía todo aquello? Nadie podrá nunca saber cuánto se gastó desde los primeros años del régimen en la construcción de escuelas e institutos deportivos en todo el país; cuánto se invirtió en el mantenimiento de esos monstruos; en los gastos de transporte de los atletas; en su indumentaria y equipos. La finalidad de todo aquello fue siempre el “medallismo” y el “triunfalismo”, para satisfacer las inagotables ansias de poder y grandeza del dirigente cubano.
Las delegaciones deportivas cubanas en eventos internacionales alcanzaban muchas veces más medallas que naciones desarrolladas del Primer Mundo, e incluso que muchos países no desarrollados con una población mucho mayor que la de la isla. Todo aquel enorme despilfarro de recursos transcurrió durante muchos años a costa de las extremas necesidades del pueblo y del bienestar común, sacrificando el desarrollo de otras áreas mucho más importantes y urgentes, como la alimentaria y la producción de bienes de consumo.
Toda aquella “gran burbuja de cristal” que representaba el inmenso desarrollo del deporte revolucionario ante el mundo se desplomó como por arte de magia con la estrepitosa caída de la Unión Soviética y el desmembramiento del campo socialista, su principal sostén económico y político. Y, algo mucho más importante: todos aquellos “medallistas”, considerados héroes por el régimen en su momento comprenderían más tarde que fueron premeditadamente utilizados y que solo recibieron una parte ínfima de lo que realmente habrían merecido por hacer lo mismo en cualquier otra parte del mundo. Muchas de aquellas grandes estrellas deportivas afrontaron también su decadencia en la peor de las miserias, relegados al olvido y al abandono por aquellos que antes los auparon.
(Continuará)