Capítulo XLIV: Período Especial

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El Período Especial




Recuerdo claramente cuando oí por primera vez la frase “Período Especial en Tiempos de Paz”. Fue a principios del año 1991, cuando, en respuesta al colapso sufrido por la Unión Soviética y la consiguiente crisis económica que se iniciaba en Cuba, el máximo líder de la Revolución utilizó por primera vez ese calificativo para referirse a la que sería la más grande crisis vivida en el país hasta la fecha, marcada por una apreciable escasez de bienes y servicios.


El Período Especial en Cuba fue como una tormenta silenciosa. No cayó una bomba, no se dispararon balas, pero el país entero se paralizó. Al cortarse abruptamente el comercio con la Unión Soviética y el bloque socialista, se esfumaron de un día para otro los subsidios, el petróleo barato, las importaciones de alimentos, medicinas y prácticamente todo lo que sostenía la vida diaria en la isla. En términos numéricos, el Período Especial significó para Cuba perder de golpe el 98 por ciento de la entrada de combustible y el 72 por ciento de su intercambio comercial, así como la contracción de su Producto Interno Bruto (PIB) en un 35 por ciento en solo tres años.


La población, como de costumbre, fue la que sufrió el más duro impacto. Comenzó una escasez total de alimentos, desabastecimiento de medicamentos, racionamiento de todos los productos de primera necesidad, reducción de jornadas laborales y envío de los trabajadores a sus casas con un 60 por ciento de su magro salario, recortes de energía eléctrica que llegaron a durar entre 8 y 16 horas diarias, y severas limitaciones en los servicios de transporte.



Bodega

Omnibus

Farmacia


Para paliar la falta de alimentos durante ese período, el régimen autorizó a la ciudadanía en los barrios a utilizar las áreas comunes para crear huertos de cultivos varios destinados al autoabastecimiento, así como la crianza de animales —como cerdos, conejos y pollos— dentro de los propios hogares. Esto implicaba un enorme riesgo de propagación de enfermedades, a la vez que la fetidez y suciedad inundaban el interior y el exterior de los recintos, pues se criaban pollos en los balcones y patios, y cerdos en los baños de las casas y en las azoteas. Ante la imposibilidad de brindarle a la población la restringida cuota normada de cárnicos, se les ofertaban pollitos vivos para promover su crianza en las casas y de esa manera suplir la necesaria proteína.


El ingenio popular, unido a la creciente necesidad, ideó las más increíbles y pintorescas disyuntivas para garantizar la dieta alimenticia básica y diaria: picadillo de cáscaras de plátano, bistec de toronja, pan de boniato, coquitos de zanahoria y otras innovaciones culinarias similares se preparaban por las amas de casa, desesperadas por llevar algo de comida a la mesa. En la mayoría de los hogares cubanos, en ausencia de leche y yogur, hubo que recurrir al agua con azúcar y a la mitad de un pan de 80 gramos para garantizar el desayuno de niños y ancianos. Con cierto grado de certeza y algo de exageración y leyenda, también se oyeron comentarios populares sobre la venta de pizzas hechas con preservativos en sustitución del queso, pan con bistec de frazada de piso y filetes de aura tiñosa. Casual o premeditadamente, hasta los gatos y perros desaparecieron misteriosamente de las calles.



Bistec


La carencia de combustible hizo que el transporte público y privado se volviera muy escaso; avenidas, en otras ocasiones muy transitadas como Malecón, Rancho Boyeros y Quinta Avenida, permanecían desiertas por horas. Ante la imposibilidad de garantizar un servicio regular de ómnibus, el régimen implementó la distribución de bicicletas de fabricación china en los centros laborales como solución para la movilidad ciudadana. La bicicleta se convirtió, de la noche a la mañana, en uno de los bienes más preciados de la población cubana e imprescindible para el transporte familiar.



Bicicleta


Los “apagones” se volvieron una rutina diaria y, en la mayoría de las familias cubanas, como la mía, teníamos que soportar cortes de electricidad de más de 8 horas, sentados en los balcones, portales e incluso en las azoteas, bajo la luz de una vela o una antigua lámpara de keroseno, mientras nos entreteníamos contando historias y viejas anécdotas, para olvidarnos del calor y de los molestos mosquitos. En el mejor de los casos, oíamos en un radio portátil las conocidas voces de los personajes de la telenovela de turno, transmitida por FM, o el programa musical “Nocturno”.



Lámpara


En realidad, tengo clara en la memoria la fecha en que empezó el Período Especial en Cuba, pero, sin embargo, no recuerdo cuándo terminó. Cuba nunca anunció de forma oficial el fin de esta etapa, cuyas consecuencias marcaron a la sociedad y a la economía cubana en muy diversos aspectos, incluso tres décadas después. La cruda realidad que vemos en Cuba en la actualidad nos demuestra que el final de esta aguda crisis nunca llegó, y que alcanzó su momento cumbre después del renombrado “reordenamiento económico”. Los efectos del Período Especial de los años 90 fueron devastadores y se extienden hasta nuestros días; aunque ahora la depauperación del país se manifiesta de manera más lenta, tiene la característica de avanzar más profundamente, de forma indetenible e irreversible, como materia orgánica descompuesta. A pesar de los desesperados esfuerzos del régimen por sortear la crisis aplicando diferentes “recetas”, como permitir los pequeños negocios privados y “dolarizar” la economía a partir de la apertura de tiendas en divisas, estas decisiones no abordaron la raíz del problema: cambiar profunda y definitivamente la estructura política, económica y social del país. A pesar del no reconocimiento explícito de este nuevo Período Especial, el momento actual es nefasto en todo sentido y avanza irremediablemente hacia su estadio terminal.



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