Precisamente, en los mismos días en que nos mudábamos a mi nueva casa, la situación en Cuba era peculiar y se podía presumir la debacle del gobierno de Fulgencio Batista, que fungía como presidente de la República y su pronto derrocamiento parecía inevitable. El gobierno de los Estados Unidos lo había preservado en el poder por mucho tiempo, otorgándole aviones, barcos y armas de última tecnología con el fin de sofocar la revuelta interna, pero en el mes de marzo de este año, había anunciado que dejarían de vendérselas. El descontento interno seguía en aumento y en ese momento, prácticamente los únicos que apoyaban a Batista eran unos pocos propietarios de tierras y otros empresarios cubanos comprometidos, que se habían beneficiado económicamente de su gestión.
Ante la inminencia del triunfo de las tropas rebeldes que luchaban en las montañas orientales y otros puntos del país desde hacía algún tiempo en contra de su gobierno, a las 3:00 de la madrugada del 1 de enero de 1959, Batista decidió huir hacia Santo Domingo. A partir de la mañana siguiente y en los próximos días los rebeldes entraron a La Habana, tomando sin resistencia el Campamento militar de Columbia y la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, respectivamente. Simultáneamente, el mismo 1 de enero, Fidel Castro, comandante en jefe de las tropas rebeldes, llegó a Santiago de Cuba, declarándola capital provisional del gobierno revolucionario de Cuba, el cual fue reconocido, por el momento, por los Estados Unidos.
La noticia de la fuga de Fulgencio Batista fue difundida rápidamente por Radio Progreso y recibida de inmediato en las seis provincias con que contaba el país en ese entonces (Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Las Villas, Camagüey y Oriente) , así como en la comandancia del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra, mientras que en la televisión la primicia correspondió a Telemundo. De inmediato, el pueblo se lanzó a las calles pletórico de entusiasmo para celebrar este esperado acontecimiento.
Al igual que otros muchos, mi familia también salió a la calle. En los hombros de mi padre y en unión del resto de la familia, fuimos a recibir a los victoriosos “barbudos” rebeldes en las calles aledañas al parque de “La Fraternidad”, donde llegaban montados en camiones y autos descapotables. Al pasar frente a nosotros, uno de los autos se detuvo y un hombre delgado y muy alto, de una espesa y enmarañada barba negra, que tenía puesto varios collares de cuentas de peonias y santajuanas y mostraba en la cadena que colgaba en su pecho una hermosa medalla de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, sonriente le estiró los brazos a mi padre y me cargó en medio de aquella gran multitud, ante mi inocente asombro.
La vida de la ciudad se hizo bastante agitada y convulsa durante todos
esos días y estuvo colmada de manifestaciones, mítines y discursos, organizándose
estos espontáneamente en cualquier punto y por cualquier motivo justificado o
no. No faltaron algunos excesos por parte de grupos de personas extremistas,
que eufóricas y excitadas entraban a la fuerza a muchos locales y negocios
privados y destruían y tiraban a la calle máquinas de juego “traga monedas”,
mesas de billar, estatuas, imágenes y fotos de representantes del gobierno y
cualquier otra cosa que se los recordara; entre esta gran confusión, también
hubo algunos que aprovecharon la ocasión para apropiarse de algún que otro bien
ajeno de forma indebida. También, se escuchaban a lo lejos en algunos puntos de
la ciudad, tiroteos y se podían ver estrepitosas persecuciones de simpatizantes
del antiguo gobierno, por lo que resultaba un tanto peligroso estar en la calle
en el momento que sucedían estos hechos.
Cómo estaba próximo el “Dia de los Reyes”, una antigua y arraigada tradición popular cubana, heredada de generación a generación, una de esas noches mis padres se decidieron a salir a dar un largo paseo por los portales de las principales calles comerciales de la Habana (Monte, Reina y Galiano) que estaban muy cerca de mi nueva casa, para que viera y me deleitara con los múltiples juguetes y otros atractivos que se exhibían en las numerosas y vistosas tiendas, que unas al lado de otras, competían en elegancia con sus decoraciones y bellos adornos. En las aceras, frente a los portales de las tiendas, tirados en el piso, permanecían una gran cantidad de vendedores ambulantes con la esperanza de que algún transeúnte caritativo se decidiera a comprar alguno de la gran diversidad de juguetes y otras misceláneas que ofertaban a precios muy bajos. A pesar de mi corta edad y mi lógica inexperiencia, ese primer encuentro con la Habana de noche me resultó impresionante e imborrable.
Esa, - ¡ la Habana de noche ! -, permanecerá siempre viva en mi mente, con su profusa iluminación, sus anuncios y letreros de neón, sus cafés al aire libre, sus orquestas de música contagiosa y estridente tocando en múltiples tarimas al aire libre, sus maravillosas tiendas, sus elegantes y lujosos hoteles y restaurantes y sobre todo con la perenne alegría de la gente que abarrotaba sus calles a cualquier hora nocturna, como si fuera pleno día.
Después del largo recorrido por las tiendas, fuimos a tomar un delicioso batido en “El anón de Virtudes” y regresamos a la casa tomando por una de las más hermosas y concurridas calles de la Habana, el Paseo Martí o como fue bautizada por el pueblo, “El Paseo del Prado” o simplemente la calle Prado.
La calle Prado, coronada en su inicio con la vistosa y siempre iluminada Fuente de la India, empezaba en la calle Monte y en las cuadras a cada lado de esa intersección, se encontraban, de una parte, el estudio C.M.Q. y de la otra, el restaurante-cafetería “La Zambumbia”, famoso por reunir en sus predios a “mujeres de la noche”, ofertando sus bondadosos servicios. Una cuadra más adelante estaba la Marquesina del Saratoga con su amplia tarima cerrada con cristales y mesas a su alrededor, cubiertas con sombrillas de vistosos colores, las famosas “sombrillitas” de la calle Prado, donde actuaban connotados artistas y músicos cubanos. Más adelante, se encontraban “Los Aires Libres”, donde, sobre dos tarimas abiertas, tocaban famosas orquestas de la época. Seguía después, frente al esplendoroso Capitolio Nacional, la emisora Cadena Roja y el cine - teatro Payret y a continuación el Parque Central, llegando hasta el famoso “paseo” que, a través de frondosos arboles a cada lado y sendos leones de bronce “defendiendo” cada una de sus esquinas, culminaba en el malecón de la Habana.
Agotado por el extenso paseo, llegué dormido en brazos de mi papá a la puerta del edificio donde vivía, quien, sudado y exhausto por la caminata, no tuvo más opción que subir los 56 escalones de mármol blanco de la larga escalera que nos separaba de la puerta de mi casa. Esta escalera, que siempre se encontraba iluminada y muy limpia, era una de los otros tantos atractivos de mi nuevo hogar, por su bella y sólida construcción, resaltando las hermosas losas españolas esmaltadas que decoraban sus paredes laterales, su baranda de hierro repujado y pasamano de madera preciosa, así como las redondas claraboyas de madera y cristales que tenía en cada uno de los varios recodos o “descansos” con que contaba, por donde entraba la luz del sol y contribuía a su claridad durante el día.
Después de esta refrescante pincelada en el curso de mis pensamientos, voy a proseguir la línea de los principales acontecimientos que sucedían en el país en esos primeros días convulsos, después del triunfo de la revolución, por la importancia que tuvieron para lo que ocurriría en lo adelante. El joven y flamante líder de la revolución victoriosa, Fidel Castro, se esforzaba por contener a la burguesía imperante en Cuba afirmando que “…esta revolución es tan verde como las palmas…”, para desmentir las continuas insinuaciones de su filiación comunista y que era el cambio del país hacia el sistema socialista su principal objetivo. Respecto a esto exclamaba “…sé que están preocupados de si somos comunistas. Quiero que quede bien claro, no somos comunistas…” y refiriéndose a la verdadera naturaleza de la revolución, reiteraba “… esta revolución no es comunista sino humanista…”.
Entonces, ¿cuál fue el verdadero motivo de que el hombre que rechazó con tanta pasión su filiación comunista en los primeros días de 1959 terminó convertido en el símbolo del socialismo mas radical de América Latina?
Según opiniones de algunos estudiosos de la materia, fue Estados Unidos quién prácticamente lo obligó a ser un ferviente aliado de la Unión Soviética y abrazar la doctrina socialista como el único camino posible del país, al tratar de ahogar al país económicamente e impedir que se desvinculara de la acostumbrada dependencia que tenía hasta ese momento con el país del norte. El propio Fidel reconocería años después que fue Estados Unidos quién precipitó que la revolución realizara un cambio tan radical en sus iniciales ideas nacionalistas hacia el socialismo.
Sin embargo, no todos compartían este criterio, otros afirmaban que fue después de su salida de prisión en 1955 que Castro se aproximó a las doctrinas del marxismo-leninismo y que en México, en 1956, mientras organizaba su partida rumbo a Cuba en el yate Granma, conocería a otro hombre que influiría decisivamente en el cambio de sus ideas hacia el comunismo: Ernesto "Che" Guevara.
Lo cierto es que los representantes del gobierno soviético intentaron seducir al jefe rebelde incluso mucho antes del triunfo de la revolución y aprovecharon la coyuntura de la posición asumida por los Estados Unidos, al renunciar abruptamente a la compra de la tradicional cuota azucarera cubana, para gestionar rápidamente sendos acuerdos comerciales para intercambiar azúcar cubano por petróleo ruso, además de otorgarle un ventajoso crédito millonario, con el fin de paliar la situación económica que tenía el país en ese momento y de esta manera, en lo adelante, dejarlo definitivamente comprometido.
Aprovechando la exaltación del numeroso público conglomerado frente al cementerio de Colón, en un emotivo discurso pronunciado años después, Fidel Castro declaró por primera vez el carácter socialista de la revolución cubana, después del entierro de las primeras víctimas de la invasión de Playa Girón.
Con esto, saldría a la luz por primera vez el verdadero propósito del habilidoso líder cubano y se cumpliría la sabia y simpática frase surgida del acervo popular de que “…la revolución cubana no era tan verde como las palmas, sino cómo el melón, verde por fuera, pero roja por dentro…”.
Parte anterior: Parte 1
Gracias, muchas gracias por hacernos revivir dulces recuerdos, nos animas a los que nos gusta la lectura de un pasado tan maravilloso. Continúa!!!!!!!
ResponderBorrar