Capítulo XXIV: Estudio y Trabajo

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ESBEC





Una idea se venía fraguando desde los primeros años del triunfo de la revolución que, después del estrepitoso fracaso de la “Zafra de los 10 millones”, llegó a su máximo clímax en el país, me refiero a la combinación del estudio con el trabajo en las escuelas, para de esta forma, conformar al “hombre nuevo” según la ideología socialista, pero que en realidad tenía otras razones no tan conocidas ni divulgadas en ese momento, pero muy bien pensadas y concebidas por los máximos dirigentes de la revolución y que su máximo líder, sin que nada ni nadie se lo impidiese, llevó a la práctica como otro de sus tan famosos “experimentos” que, a la larga, fracasaron y llevaron al país a un verdadero caos económico. Una de estas razones, era convertir a los estudiantes en fuerza productiva activa para que financiaran solapadamente la tan cacareada “educación gratis” para todos, y la otra – la más importante – era el adoctrinamiento sistemático y masivo de la juventud de forma centralizada en las ideas marxistas-leninistas erigidas como bandera por la Unión Soviética y el campo socialista, del cual nuestro país formaba parte. Esta gran masa de jóvenes, nada despreciable, fue utilizada posteriormente en múltiples ocasiones, de forma dirigida y obligatoria, como un gran medio de propaganda y fuente de participación en disímiles movilizaciones políticas, comparecencias masivas en discursos y otras tareas emprendidas por el gobierno, presentándola al mundo como una gran fuerza de apoyo del pueblo al sistema y a su máximo líder.



Estudiantes


De abril a mayo de 1966, se llevó a cabo en Cuba la primera experiencia de la denominada “escuela al campo” en la enseñanza secundaria, desarrollada en la provincia de Camagüey, la cual se generalizó después al resto del país y abarcó a todas las modalidades educativas existentes. Este “experimento”, en el que tuve que participar muchas veces, al igual que tantos jóvenes de mi generación, y del cual tengo múltiples vivencias y anécdotas, no siempre positivas, resultó ser el embrión de lo que fueron después las Escuelas Secundarias Básicas en el Campo (ESBEC), donde los estudios se combinaban con el trabajo durante todo el curso escolar en internados construidos en zonas rurales. Estas escuelas fueron edificadas inicialmente en las áreas agrícolas de la entonces provincia de La Habana y después se extendieron a otras regiones del país. Una de las primeras de estas instalaciones, Ceiba 1, se hizo en el pueblo natal de mi familia, Ceiba del Agua, donde los alumnos tenían que combinar diariamente el estudio con la ardua labor de atención a un gigantesco plan citrícola que abarcaba varias hectáreas de terreno y que, según el líder de la revolución, produciría mucho más que Israel, que era en ese entonces el país mayor productor de las ácidas frutas en el mundo – otro de sus ilusorios y fracasados proyectos -.



Escuela


Existía también otro motivo de peso para la construcción acelerada de decenas de estas escuelas en todo el país y era la enorme cantidad de jóvenes mayores de 16 años que no estudiaban ni trabajaban y que ascendía en el año 1972 a la astronómica cifra de 750.000, representando un verdadero problema social y político para el gobierno. Resultaba que, después de transcurrida más de una década de poder revolucionario, tres cuartas partes de la población adolescente entre 12 y 18 años, ni estudiaba ni trabajaba. Es por lo que, al iniciarse el curso escolar, en septiembre de 1972, en un mismo día se inauguraron 40 de estas escuelas, con capacidad para 20.000 estudiantes, lo que seguiría incrementándose año tras año, llegando durante su época dorada a la inmensa cantidad de 535 en todo el país, de las cuales 40 fueron destinadas a estudiantes extranjeros. Pero no solamente con las escuelas y los alumnos bastaba para conformar este ambicioso plan, hacían falta también cientos de profesores. Para ello, el máximo líder de la revolución también tenía una respuesta, “… hay que desarrollar, a través de las organizaciones estudiantiles y de la juventud, un movimiento de captación de jóvenes de décimo grado para que marchen a enseñar a las secundarias en el campo ...”, expresaba categórico en uno de sus discursos.


Desgraciadamente, como alumno de décimo grado, me vi envuelto en aquella enorme campaña de la cual felizmente salí airoso y pude finalmente eludir. Resultó ser que, al finalizar los exámenes intermedios correspondientes al primer semestre de décimo grado, en mi escuela se desplegó un movimiento masivo dirigido por el Comité de la Unión de Jóvenes Comunistas para escoger “voluntariamente” a los estudiantes que obtuvieran los mejores resultados docentes, seleccionándolos como “jóvenes ejemplares” e iniciarles de inmediato e inconsultamente el proceso para ingresar en las filas de la organización comunista; después, como era ya tradicional, a los que resultaran militantes se les indicaría como tarea obligatoria e ineludible el integrar el destacamento de “profesores emergentes” que darían clases en la primera escuela secundaria básica en el campo que se iba a inaugurar el próximo curso en Isla de Pinos (renombrada años después Isla de la Juventud), llamada ESBEC “Vanguardia de La Habana” – todo estaba minuciosamente muy bien pensado y calculado -. 


En primer lugar, yo no tenía el menor interés en pertenecer a la organización política, y en segundo lugar, no tenía la más mínima vocación por ser maestro, por lo que se me presentaba, sin quererlo, una gran disyuntiva, por un lado, no podía negarme radicalmente y no aceptar sin ninguna explicación aquella “selección” que resaltaba mis buenos resultados docentes, pues podía traerme consecuencias muy graves para mis aspiraciones futuras de que me otorgaran una carrera universitaria, y por otro lado, si aceptaba, troncharía para siempre mis verdaderas preferencias de estudiar una carrera de ingeniería, sin contar además las enormes complicaciones que me traería consigo el estar controlado y manipulado por aquella organización oficialista, así que, después de meditarlo bien, decidí aceptar inicialmente y de esa forma ganar algo de tiempo y preparar un buen plan para que mi ya decidida no participación en aquel destacamento no se viera como una negativa rotunda. Afortunadamente la suerte me favoreció y todo se desarrolló normalmente sin que tuviera que inventar una falsa excusa que me pudiera excluir de participar en aquella gran locura, pues al hacerme las concebidas verificaciones en mi cuadra y posteriormente en mi domicilio para comprobar mi “integración” revolucionaria, los verificadores encontraron que en la sala de mi casa estaba colgada en la pared una cerámica con un letrero que expresaba “Dios bendiga a nuestro hogar”, y aquello era considerado en esa época como una “debilidad” ideológica grave y algo imposible de admitir por un futuro comunista y mucho menos por un profesor revolucionario, por lo que automáticamente y sin yo proponérmelo, quedé totalmente excluido de ambas cosas. Otros de mis compañeros no corrieron la misma suerte y algunos meses después literalmente los “embarcaron” en uno de los ferris que hacía la travesía hacia Isla de Pinos, para que iniciaran aquella descabellada aventura de convertirse apresurada e improvisadamente en maestros “emergentes” para que dieran clases en aquella escuela en el campo, de lo que años después se arrepentirían irremediablemente.



Transbordador


Al llegar la década de los 90 y desmoronarse la URSS y el campo socialista, comenzó la decadencia de todas aquellas escuelas al terminarse el subsidio soviético y poco a poco fueron cerrándose una por una, al resultar totalmente incosteables e insostenibles por el estado. Las edificaciones de las famosas escuelas en el campo comenzaron a deteriorarse rápidamente y ser saqueadas indiscriminadamente por los vecinos de las áreas aledañas; muchas de ellas fueron convertidas en instalaciones militares, prisiones o albergues para los damnificados por los ciclones y otros desastres. Años después, como solución parcial al acuciante problema de la vivienda, durante el gobierno de Raúl Castro, algunas de estas escuelas se convirtieron en edificios de apartamentos para aquellas personas que se comprometieran en repararlos y garantizaran la atención de las zonas agrícolas circundantes.



Escuela abandonada


En la construcción de estas escuelas se invirtieron cientos de millones de pesos en recursos materiales que se desviaron de otros planes de desarrollo social y económico del país; se gastaron millones de toneladas de petróleo para abastecer a un parque de más de 2.000 ómnibus rusos encargados de transportar a los estudiantes semanalmente hacia y desde sus viviendas; se utilizaron millones de toneladas de alimentos para garantizar la alimentación diaria de los estudiantes, desviándolas del ya reducido abastecimiento del pueblo, y al final, los ingresos reportados al país por el trabajo de los estudiantes no cubrían ni remotamente una cuarta parte de todos aquellos gastos. Todo esto repercutió desfavorablemente y estancó el desarrollo del país por unos cuantos años y afectó sensiblemente el bienestar y mejoramiento del nivel de vida de la población, pero además, la concebida idea de encaminar a aquellos miles de jóvenes “medio descarriados” que ni estudiaban ni trabajaban y convertirlos en los “hombres nuevos” diseñados por los idealistas marxistas a través del estudio y el trabajo, no fructificó y muchos de ellos, lejos de mejorar, se acabaron de “descarriar” completamente; de esta forma, ese proyecto se convirtió en otro de los tantos “experimentos” ideados, concebidos y desarrollados por el máximo líder de la revolución que concluyeron en un rotundo fracaso.



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