Capítulo XXXVII: La Mayor Estafa del Mundo

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Joyas



Como muchos otros cubanos incautos, mi familia y yo caímos en la trampa de lo que hoy considero una de las mayores estafas que se han perpetrado en el mundo, nada más y nada menos que por el tan renombrado “honesto” Gobierno revolucionario contra el pueblo de Cuba. Me refiero a las Casas de cambio del oro y la plata, conocidas en el choteo popular cubano como las casas de “Hernán Cortés”, puestas en marcha en 1987 por iniciativa propia del flamante líder de la Revolución. Tal iniciativa  -perversamente preconcebida -, comprendía el canje de cualquier objeto de valor histórico o artístico, principalmente joyas de oro y plata, que estuviera en poder de cualquier ciudadano cubano, previa tasación estatal, por una moneda inventada denominada Pangold o cheque CIMEX, con la que podían adquirirse, únicamente en tiendas “especiales” habilitadas a tal efecto, ropa, comida y equipos electrodomésticos, los cuales brillaban por su ausencia en el resto de las tiendas de la red comercial del país. No era aquella transacción una operación común de compra y venta según las reglas de un libre comercio, sino una mala copia de las prácticas feudales usadas en tiempos pasados por algunos propietarios de centrales azucareros que pagaban a los trabajadores en vez de con dinero, utilizando bonos que únicamente servían para comprar en sus propias tiendas.



Prendas

Certificados


Recuerdo que mi padre tenía una antigua sortija de oro de 18 kilates con una “aguamarina” y mi madre un reloj “Invicta” también de oro con pequeñas incrustaciones de rubíes de los que con profunda nostalgia se desprendieron para llevarlos a una de aquellas funestas Casas de cambio en unión de otras bisuterías de oro y plata, donde un tasador improvisado les ofreció 36 de aquellos “chavitos”, sin considerar el valor de aquellas piezas como joyas ni el de las piedras preciosas, sino solo pesándolas y su peso, multiplicándolo por el precio por gramo que ellos tenían establecido para el oro como metal, que nunca dieron a conocer.


Para realizar aquellas tasaciones, contrataron a muchos individuos que en realidad eran más psicólogos que tasadores. Se le dio a cada uno de ellos un mínimo-técnico muy elemental sobre las características y evaluaciones del oro y todos recibieron entrenamiento muchos meses antes de que se abrieran las casas. Al final de su adiestramiento, aquellos “tasadores-vendedores” estaban preparados para influenciar al cliente en el proceso de tasación e inducirlo a que vendiera cualquier cosa que tuviera valor al más bajo precio posible.


Días después de realizada la tasación, mis padres y yo, luego de hacer una larga cola en una de aquellas tiendas “especiales” – recuerdo que estaba frente al Mercado Único -, pudimos adquirir dos tristes ventiladores y un abrigo de tela de algodón para mi padre.


Todos los artículos que se ofertaban en estas tiendas “especiales” eran los mismos que el Estado vendía a los extranjeros residentes y a los turistas en las tiendas de los hoteles y en las llamadas “diplotiendas”, pero en este caso se vendían a un precio varias veces superior y eran gravados con altos impuestos, a veces hasta del 40 por ciento. Los equipos electrodomésticos no se probaban en la tienda y tenían una garantía de 72 horas. En resumen, para no ahondar más en detalles, la supuesta operación de compra y venta que se realizaba en aquellas tiendas resultaba totalmente leonina.



Comprobante


El canje del oro y la plata por “pacotilla” fue otra de las más vergonzosas estrategias inventada por la astuta mente del máximo líder revolucionario para fortalecer la economía del país y mantenerse en el poder. El objetivo principal de este insólito hecho, solo acaecido en nuestro país, no era otro que recolectar – despojar – el oro y la plata de la ingenua población para respaldar el dinero en oro, ya que la moneda nacional no tenía – ni tendrá – este tipo de respaldo y era considerada como una de las más débiles del mundo.


La población, movida en parte por la necesidad, pero con una buena dosis de curiosidad y por la tentación de obtener productos “prohibitivos” en las tiendas nacionales, cayó en la trampa y no dudó en deshacerse de valiosos artículos personales (prendas, objetos de arte y otras reliquias familiares) que tenían un valor muy superior a lo que podían adquirir, pero que permanecían por largos años guardados en sus casas y, según la opinión de muchos, sin ninguna utilidad práctica. Esta coyuntura la utilizó muy bien el régimen para, sin ningún escrúpulo ni remordimiento, llenar sus arcas con cuantiosos objetos de valor irremplazables.


Nada más parecido a cuando los conquistadores españoles intercambiaron cascabeles, espejitos, cristales de colores y otras baratijas por los adornos de oro y plata que llevaban puesto los aborígenes del nuevo mundo. Eso mismo hizo el astuto dirigente revolucionario cubano al canjear el oro y la plata del pueblo por “pacotilla” y convertir a los timados ciudadanos nuevamente en aborígenes.



Conquistadores


Las Casas del oro y la plata fueron un timo en toda regla, un negocio redondo y bien calculado que le produjo jugosas ganancias al líder revolucionario y como se esperaba, el pueblo en masa mordió el anzuelo. Pero, indudablemente, esa gigantesca estafa que abarcó a todo un país trajo consigo también una incuestionable lección política que el Gobierno no pudo desatender: el triunfo del consumismo sobre la proclamada austeridad y uniformidad socialista. Además de la camisa “Yumurí”, el pitusa “Serrano”, la lavadora “Aurika” y el televisor “Krim”, había otras cosas que la gente deseaba tener con inusitado anhelo y eso quedó más que demostrado. Con las Casas de cambio del oro y la plata, la gente de “a pie” había logrado tener acceso a otros productos diferentes de los llamados “tostenemos”, o sea, un pitusa, un pulóver o un par de tenis de marca o variados artículos electrodomésticos “no rusos”, y con ello había podido ver un pedacito de ese otro mundo desconocido que, para el caso de los cubanos, no era más que tener acceso a lo prohibido. El entorno urbano se llenó entonces de miles y miles de jóvenes con pitusas nevados y prelavados y de pulóveres multicolores y en el interior de las casas convivían novedosos artículos “capitalistas” como radiograbadoras “Sony”, televisores a color “Sanyo” y sofisticadas lámparas de mesa, muy cerca de otros productos “socialistas” como ventiladores “Orbita” y radios “VEF”.



Pitusa

Radiograbadora

Televisor


En pura contradicción con la doctrina y propaganda promulgada por el socialismo, prometiendo la más sublime libertad, este no había hecho otra cosa que suprimirla y crear el imperio de la necesidad y la miseria generalizada. Con las Casas del oro y la plata quedaba demostrado el hecho de que la población prefería y apreciaba mucho más las ventajas evidentes de la sociedad de consumo sobre aquella otra sociedad totalitariamente homogénea e idealista y que el mundo de las mercancías equiparaba o aventajaba incluso al mismísimo oro. Lástima que, para aprender aquella lección, la gente se tuvo que ver envuelta en aquella colosal estafa.



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