En muchos coterráneos de mi generación percibo una remembranza muy arraigada de aquella década de los años 80, como la mejor que se vivió en Cuba después del triunfo de la Revolución. Ellos recuerdan que los mercados estaban llenos de productos liberados a los cuales cualquier trabajador podía acceder con su salario y que se podía abastecer de comida y otros productos de primera necesidad a una familia sin muchas preocupaciones. Quizás en parte tengan razón, pero estos melancólicos amigos de esos “buenos tiempos” obvian un aspecto muy importante y que nunca deberíamos pasar por alto, fue también la época de la mayor dependencia de Cuba de la Unión Soviética y del resto de los países socialistas. La situación económica que vivía el país en esa etapa no se correspondía con la eficiencia o productividad alcanzada en la producción de bienes de consumo, sino con la enorme "tubería" de recursos que llegaba de la Unión Soviética y el campo socialista para mantener a la isla socialista del Caribe en una burbuja de falsa prosperidad que duró bastante poco y estalló tan pronto se desplomó la "bondadosa" metrópoli juntamente con todos sus aliados. Además, tendríamos que recordar también que, en aquella época, el totalitarismo estaba en su máximo esplendor y el Estado cubano controlaba prácticamente el ciento por ciento de la vida económica y social del país. Eran años en que solo podíamos comprar en tiendas y mercados estatales, ver la televisión, leer y oír las noticias controladas por el Partido Comunista dominante y solo salir del país en misión oficial cuando el Gobierno lo entendiera.
En esa década “prodigiosa” se hicieron muy populares los llamados “mercados paralelos”, donde el Mercado Centro (antiguo Sears), ubicado en Reina y Amistad, en Centro Habana, se erigía como el más popular. La leche, el queso crema, la mantequilla y el yogurt colmaban los "puntos de leche", el pan y los huevos se vendían por la libre, la carne de cerdo pululaba a 4.50 pesos la libra, las latas de carne rusa ni se miraban y las jugos "Taoro" se podían adquirir donde se quisiera. Los anaqueles de estos mercados estaban abarrotados de leche condensada – la de la “Vaquita” -. En cualquier momento que se deseara se le podían abrir par de huequitos a una de esas deliciosas laticas y se saciaban las apetencias de tomar algo dulce, o se ponían en “baño de María” y se hacia el divino dulce nombrado “fanguito”.
El transporte público, que nunca en Cuba revolucionaria había sido una panacea, se logró mejorar un tanto, puesto que se ensamblaban numerosos ómnibus en fábricas nacionales, con suministros soviéticos, y al menos en la capital, se lograron estabilizar las principales rutas de ómnibus urbanos, reforzándose en las horas “pico”.
La década de los 80 fue sin lugar a duda la etapa más floreciente del socialismo cubano, pero terminó de la forma más brutal cuando se cerró radicalmente y de la noche a la mañana, la “tubería” soviética y de sus aliados socialistas. De esta gran hecatombe, Cuba nunca se pudo recuperar y años después, el país se empezó a hundir en una extensa crisis de la que nunca pudo salir.
Al oír la remembranza sobre aquella época de mis respetados contemporáneos, pienso que muchos de ellos no pudieron o quisieron ver que aquel florecimiento era totalmente efímero e irreal. Era en realidad una gran escena teatral creada con financiamiento directo del imperio soviético, dada a cambio de los servicios mercenarios del régimen cubano en distintas regiones del mundo y utilizando al país como punta de lanza para exportar su fallida ideología a otros pueblos.
Es preciso aclarar también que, detrás de la gran cortina de humo en que estaba sumida Cuba en esa década, el mundo en realidad había evolucionado mucho y esa etapa fue pródiga en famosos acontecimientos a los cuales el país desgraciadamente permanecía involuntariamente ajeno. Hay que decir que esa también fue la época del surgimiento de las video caseteras VHS primero y Beta después; del boom de las “walkman” y los teléfonos inalámbricos; del lanzamiento por IBM de la primera computadora personal (PC); de la invención de los video juegos y de la incuestionable revolución que representó la Internet. A ninguno de estos productos y a ninguno de estos avances tenía acceso el pueblo cubano y solo en casos muy particulares los podía conocer, a partir de un marino mercante que lo trajera después de un largo viaje, un funcionario estatal que lo comprara en el exterior o algún emigrado cubano que se lo mandara o se lo trajera a un familiar en su visita a Cuba. El país estaba encerrado en una gran “esfera de cristal” de la cual no podía escapar y solo tenía acceso a lo que le permitiera y le asignara el Gobierno. Incluso el acceso a Internet era totalmente prohibido, y el pueblo solo podía acceder a la información dosificada que le brindara por los medios de difusión masiva los órganos oficialistas estatales.
Desde ese entonces, no se ha vivido en Cuba – y pienso no se vivirá - otra etapa similar. Dado el fracaso de la política inicial, el régimen cubano se ha empeñado en ir introduciendo pálidos cambios en su sistema con la esperanza de lograr una ilusoria mejoría en la satisfacción de las necesidades del pueblo – “… cambiar todo lo que tenga que ser cambiado …”-, pero como es conocido, todos estos cambios han derivado y concluido irremediablemente en el fracaso y cada vez el país se hunde más en una profunda crisis económica, social y moral y es porque sus ilustres ideólogos se han olvidado de cambiar lo que resulta más importante y vital: la constricción de libertad que han sufrido los cubanos durante todo este tiempo.