La Giraldilla, uno de los símbolos más representativos de la ciudad, es una bella estatuilla de bronce de unos 110 centímetros de altura erigida en lo más alto del Castillo de la Real Fuerza, frente a la entrada del canal de la bahía habanera. Inspirada en una apasionante historia de amor, fue concebida por el escultor Gerónimo Martín Pinzón en la tercera década del siglo XVII y fue mandada a fundir en bronce y colocada, a modo de veleta, en lo alto de una de las torres del mencionado castillo por el gobernador Juan de Bitrián Viamonte y Navarra, quién la bautizó con el nombre de La Giraldilla, en memoria de La Giralda de su ciudad natal, Sevilla, España. La obra original, de indiscutible valor histórico y patrimonial, fue retirada de la torre y se conserva en uno de los salones a la entrada de la fortaleza, y en su lugar, se colocó una réplica. La silueta de la Giraldilla aparece reflejada en la etiqueta del ron cubano Havana Club, en el periódico Tribuna de la Habana y es el logotipo del equipo Industriales, uno de los más famosos conjuntos deportivos que participan en la Serie Nacional de Béisbol de Cuba.
En los múltiples paseos que realicé con mi familia y mis amigos al casco histórico de La Habana Vieja, visité el Castillo de la Real Fuerza y recuerdo que pude admirar el original de la curiosa estatuilla en uno de sus salones y la réplica situada en lo más alto de una de sus torres.
Nunca saldrán de mi memoria las muchas veces que, en mi juventud, en unión de la respectiva conquista amorosa del momento, visitábamos por la noche del 15 de noviembre ese popular lugar, dábamos las tres concebidas vueltas a la ceiba en sentido contrario a las manecillas del reloj y solicitábamos en silencio el deseo de mantenernos un amor eterno, lo que sinceramente tengo que reconocer, nunca se nos cumplió.
Otra versión de este mismo tema, visto desde otra perspectiva, era que el entonces presidente de la república utilizó hábilmente la realización de este proyecto para aplacar las tensiones con la población y como vía para incrementar el apoyo popular que, por aquellos tiempos, le había disminuido. De cualquier manera, lo más positivo y concreto fue que la primera dama, señora Fernández de Batista, utilizando su incuestionable influencia, lanzó una convocatoria nacional para que los artistas cubanos de la plástica presentaran una propuesta del diseño de esta fastuosa estatua que coronaría uno de los costados de la entrada de la bahía y se convertiría con el transcurso de los años en otro de los más importantes símbolos que caracterizaban a la ciudad. Gracias a esta aceptada iniciativa, la ciudad de La Habana tuvo la suerte de atesorar esta fabulosa obra monumental de 20 metros de altura del Sagrado Corazón de Jesús, nombrada El Cristo de La Habana que, aunque no alcanzó las dimensiones de su homóloga de la ciudad brasileña, satisfizo con creces las expectativas.
Esta colosal estatua, erigida en lo alto de la colina de La Cabaña, sobresale unos 57 metros por encima del nivel del mar y está situada en el ultramarino poblado habanero de Casablanca, en el Municipio de Regla, al que se podía acceder en aquellos tiempos, de forma fácil y rápida, por vía marítima, atravesando la bahía por medio de una lancha, conocida por todos como la “lanchita de Regla”. Esta significativa altura, permitía que los habaneros pudieran ver la escultura desde muchos puntos de la ciudad, y desde su emplazamiento, los visitantes pudieran apreciar una maravillosa vista de gran parte de la urbe.
Al triunfar la revolución en enero de 1959 y tras la inicial política asumida por el gobierno de una tenaz persecución religiosa, la famosa escultura quedó por mucho tiempo abandonada por lo que ella representaba intrínsicamente y fue literalmente rodeada por árboles y cubierta de maleza, de forma premeditada, para que no pudiera ser vista apropiadamente desde la ciudad, además, se suspendieron las visitas públicas, con el argumento de que la obra estaba ubicada en las inmediaciones de una zona militar con acceso prohibido. A pesar de todo esto, la impactante imagen de El Cristo de La Habana permaneció firme e incólume, al igual que la devoción de los cubanos que jamás le abandonó. En los años 90, después de una relativa apertura proclamada por el gobierno de libertad religiosa, fue reabierta al público la visita a la venerada estatua y jóvenes católicos habaneros rezaron a sus pies un Vía Crucis, como merecido acto de desagravio.
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Como siempre muy linda e interesante su lectura Tony, todas me has gustado pero esta me ha encantado. Continue escribiendo para deleitarnos. Gracias
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