En el mes de marzo de 1986 el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) impulsó dos programas destinados a recuperar la economía y dinamizar la sociedad: la Perestroika y la Glásnost. En aquel mismo momento histórico, el máximo líder de la Revolución cubana reaccionó en sentido totalmente contrario, reforzando con un gran paquete de medidas el control estatal de la economía e impulsando nuevas políticas autoritarias. Este giro estaba enfocado fundamentalmente en no reconocer la necesidad imperiosa de un proceso de cambios económicos, políticos y sociales en el país, similar al de la Perestroika en la Unión Soviética. En años posteriores, según el líder cubano, se había desviado la Revolución de su verdadero camino. Las reformas económicas de los años 70 y principios de los 80, que trajeron consigo un pequeño soplo de pragmatismo y flexibilidad, ahora le parecían una sombra ideológica que amenazaba drásticamente al núcleo del “socialismo cubano”. De esa forma, nació el proceso de “Rectificación de errores y tendencias negativas”, demostrándose una vez más la inmovilidad del totalitarismo del Estado cubano y la negativa rotunda de su dirigencia de impulsar cambios que democratizaran la vida política y generaran un desarrollo económico mucho más viable.
Durante los años 70, como ya se ha mencionado, Cuba había implementado una serie de reformas económicas de corte más flexible, conocidas como el “Sistema de Dirección y Planificación de la Economía" (SDPE). Con este sistema se había dado paso a una economía más descentralizada, permitiendo a las empresas estatales moverse con cierta “autonomía”, vinculando los salarios a la productividad e incluso abriendo una pequeña brecha a la cooperación con países capitalistas. Para algunos, esos cambios significaban desarrollo; para el máximo dirigente revolucionario, significaban una traición a los principios del “marxismo-leninismo” que había que “rectificar”.
El célebre proceso de “Rectificación de errores y tendencias negativas” se extendió sobre Cuba como un devastador terremoto que removía y arrasaba cualquier vestigio de individualismo económico. Los “Mercados Libres Campesinos “ (MLC), que permitían a los agricultores vender sus excedentes a precios de oferta y demanda, fueron eliminados después de reiterados ataques del líder cubano, quien acusaba a sus participantes de "macetas" - individuos con mucho dinero - que se enriquecían a costa de las necesidades del pueblo. La cuestión para él era simple: estos mercados fomentaban el “acaparamiento”, el “individualismo” y la “especulación”. El campesino que había encontrado en estos mercados un respiro para comercializar su producción, ahora debía conformarse con los canales estatales, donde la oferta era sumamente rígida y las recompensas, muy escasas.
A tenor con estas decisiones, se realizaron varios operativos policiales para arremeter contra cualquier vestigio de este tipo de comercialización, como fueron la “Operación Pitirre en el alambre”, la “Operación Maceta” y otros, con los cuales se eliminaron de los barrios cubanos los demandados puestos de venta de productos agrícolas y desaparecieron como por arte de magia de las tarimas – y de la mesa cubana – productos tales como el mamey, el anón, el mamoncillo, la chirimoya, el caimito, la ciruela y otros de gran aceptación popular.
Las medidas tomadas tenían un amplio espectro y abarcaron múltiples sectores de la economía. Las “microbrigadas” de construcción fueron literalmente “absorbidas” por entidades estatales y algunas “empresas autónomas” que estaban establecidas y que habían probado las aguas de una gestión más flexible y alcanzado una determinada eficiencia, fueron nuevamente centralizadas. No escaparon de tal debacle ni el modesto estipendio que recibían los estudiantes en los centros universitarios, el cual fue eliminado radicalmente, ni las famosas “jabas” que recibían los trabajadores en una buena parte de los centros laborales con productos de aseo personal, aceite, salchichas y alguna otra cosa.
La “moral revolucionaria” se convirtió en el principal pilar del nuevo orden y en consigna diaria. El “trabajo voluntario” no era solo una tarea más, sino un deber moral muy controlado, y aquel que no lo entendiera así, sufriría las respectivas represalias. Se revivió la figura del “hombre nuevo”, aquel que trabajaba no por incentivos materiales, sino por pura “convicción ideológica”.
Aquella “rectificación” fue recibida primeramente por el pueblo cubano con una mezcla de esperanza y resignación. Pero no pasó mucho tiempo antes de que sus funestos efectos empezaran a sentirse en cada rincón de la isla.
Los barrios, las calles y su gente comenzaron a mostrar señales evidentes de una creciente escasez y de un floreciente deterioro. Los mercados estatales, antes llenos de diversos productos de alta y baja demanda popular, se vaciaron por completo, y las colas para productos básicos se hicieron cada vez más largas y frecuentes. La productividad agrícola e industrial cayó en picada al no tener los incentivos que antes la estimulaban. La economía y el país en general comenzó a estancarse.
La frustración de la población empezó a burbujear y afloró en un gran descontento general. Por otra parte, el aparato represivo del gobierno se multiplicó y perfeccionó, manteniéndose por el momento el control y el orden, aunque la tensión se siguió acumulando, silenciosa pero constantemente. La posibilidad de un cambio profundo y una apertura política y social desapareció por completo, fortaleciéndose cada vez más el papel del Estado y el Partido Comunista como organismos totalitarios.
La relación con la Unión Soviética, hasta entonces el gran sostén económico y político de Cuba, comenzó a resquebrajarse a medida que Mijaíl Gorbachov impulsaba con toda fuerza la “Perestroika” y la “Glásnost” en el otrora primer Estado socialista del mundo. Las reformas anunciadas por el presidente soviético, que prometían modernizar el socialismo, el líder cubano las rechazaba con firmeza. Esa profunda divergencia ideológica fue distanciando a Cuba de su principal aliado, dejándola aislada y vulnerable ante un futuro totalmente incierto.
La “Rectificación de errores y tendencias negativas” fue otro de los grandes fracasos ideado y puesto en práctica por el máximo líder de la Revolución cubana y representó un aspecto clave en la historia de Cuba postrevolucionaria, no solo por el profundo estancamiento económico que provocó en el país, sino porque sembró las semillas del incremento de la tensión social y del descontento popular con el líder revolucionario y sus “geniales” iniciativas. Además, marcó una pauta para el aislamiento político que sufriría el país en los años 90 y para el inicio de la profunda crisis económica, política y social en que se vio sumido después y que ha sobrevivido hasta nuestros días. Nada, que la famosa y conocida frase, “rectificar es de sabios”, en esta ocasión, como se ha podido comprobar, no fue honrada dignamente.