En el mes de septiembre de 1972 comencé mi enseñanza preuniversitaria en el muy famoso Instituto Preuniversitario de la Habana José Martí, anteriormente nombrado Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. Esta entidad educativa fue fundada el 15 de julio de 1863, estando enclavada desde su inicio y durante mucho tiempo en un local situado en las calles Obispo y San Ignacio, en La Habana Vieja, hasta que en 1924 se trasladó para su definitiva ubicación, un majestuoso edificio de tres plantas de gran belleza arquitectónica, de estilo neoclásico, que ocupaba una manzana completa entre las calles Zulueta, San José, Teniente Rey y Monserrate.
Mi buen gran amigo, que tampoco esta vez aprobó el noveno grado, no pudo estar conmigo en esta escuela y fue llamado a cumplir los tres años establecidos del Servicio Militar Obligatorio, pero jamás perdimos nuestro estrecho vínculo y en los eventuales pases que le daban a su hogar, aprovechábamos la ocasión reuniéndonos en una de las cabañitas que su mamá alquilaba en una de las piscinas de los Hoteles Habana Libre, Nacional o Habana Riviera, donde podíamos pasar el día hasta diez personas, desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde, a un precio muy módico, que en el caso de los hoteles Habana Libre y Nacional era de diez pesos y en el Hotel Habana Riviera era de quince pesos por cabaña.
Las cabañitas de estos excelentes hoteles, provenientes de la época prerrevolucionaria, poseían sus propias características, pero todas tenían en común que brindaban un inmejorable servicio, mantenían una abundante oferta gastronómica y se podían alquilar durante todas las semanas del año por un precio muy asequible, por lo que eran muy demandadas y concurridas por los jóvenes de aquella época.
Cada cabañita contaba con un baño interior con ducha y un amplio vestidor equipado con un sofá, una pequeña mesa y dos cómodas butacas, y garantizaban una completa privacidad y seguridad a sus ocupantes durante todo el tiempo que disfrutaban de la piscina. Aledaña a la siempre muy limpia y reluciente alberca, se encontraba una moderna cafetería que mantenía un amplio menú de bebidas y comestibles ligeros, donde los usuarios podían seleccionar y hacer sus pedidos y estos le eran servidos después, por un personal muy amable y profesional, directamente en sus cabañas.
De las tres instalaciones, mi preferida era la piscina del Hotel Habana Libre, el edificio de mayor altura de la ciudad en aquellos tiempos, nombrado antes del triunfo de la Revolución Hotel Habana Hilton, el cual contaba con 33 magníficas cabañitas. Este moderno hotel se erigía en el mismo corazón de la Rampa, en la manzana comprendida entre las calles L, M, 23 y 25. Lo que para mí resultaba más atractivo de aquel lugar era que, al terminar el horario de disfrute de la piscina, podíamos saborear también un exquisito coctel, acompañado de un sabroso entremés surtido, en el bar “Las Cañitas”, el cual estaba ubicado justo a la entrada de la piscina.
Lo más novedoso de la piscina del Hotel Habana Riviera era su alta plataforma de clavado, ubicada en su extremo más profundo, donde recuerdo haber realizado alguno que otro intrépido salto, bajo la mirada expectante y sorprendida de mis amigos o de una bella dama – aunque en realidad, confieso que no fueron muchos -. Este hotel, de 21 pisos, originalmente nombrado Havana Riviera, se localizaba en la esquina de las avenidas Paseo y Malecón, en el Vedado, frente a las cálidas aguas del Golfo de México, las que se podían observar desde cualquiera de sus 352 habitaciones.
La piscina del Hotel Nacional de Cuba no dejaba de tener también un gran atractivo porque, sin duda, de los tres, este antiguo hotel, inaugurado en 1930, con sus ocho plantas, era el más clásico y admirado de la capital. Construido en lo alto de una colina, a pocos metros del litoral del malecón habanero, este hotel abarcaba una gran extensión frente a las calles 21 y O, en el Vedado. Recuerdo que este majestuoso hotel contaba con unos preciosos jardines, desde donde podíamos contemplar, despues de salir de la piscina, una espectacular vista del mar y toda la ciudad, pasando momentos muy agradables junto a los añejos cañones, siempre vigilantes, que componían la antigua batería de Santa Clara.
Sin lugar a dudas, las cabañitas de estos tres hoteles estuvieron vinculadas a momentos importantes de varias etapas de mi juventud, pues tuve el enorme placer de disfrutarlas en muchas ocasiones, durante varios años, en compañía, unas veces de mis más preciados amigos y en otras oportunidades de alguna que otra pareja amorosa, y mantengo siempre de aquellos buenos momentos una imagen muy placentera que recuerdo con profunda nostalgia. Es por eso, mi enorme tristeza y gran decepción al recibir recientemente la triste noticia de que uno de aquellos entrañables lugares, después de varios años de abandono, había sufrido un gran desastre. La famosa plataforma de clavado de la piscina del antaño emblemático Hotel Habana Riviera se había desplomado completamente.
El derrumbe de esa plataforma fue una consecuencia más de la desidia e insensibilidad de ese sistema, que no ha tenido la previsión ni el deseo de mantener esos valiosos patrimonios, pero a la vez, es un reflejo simbólico de su paulatino desplome. Años y años de historia se han ido perdiendo y no se han preservado para las presente y futuras generaciones, mientras se invierten cuantiosos recursos en construir otras instalaciones que jamás superarían a esas verdaderas joyas arquitectónicas.
Otra noticia que atrajo mi interés recientemente fue el conocer la pésima situación que ha presentado en los últimos años el icónico Hotel Habana Libre, el cual está bastante deteriorado y falta de atención, pero que, aún así, no han permitido que deje de prestar servicios, para no perder la significativa entrada de divisas que aporta y que tanto anhelan los gobernantes del país. Según la opinión de diferentes turistas que han visitado la instalación recientemente, lo peor no es el creciente deterioro físico que se puede observar claramente en muchas de sus áreas, sino, lo más penoso, es el derrumbe moral y anímico del personal que presta el servicio, que catalogan como pésimo para un hotel de esa categoría y esos precios. Las famosas cabañitas que tanto nos gustaban a todos antaño desaparecieron hace muchos años y su maravillosa piscina, siempre tan concurrida, permanece la mayor parte de las veces cerrada por una u otra razón. Las múltiples opiniones negativas junto a las malas calificaciones otorgadas por los usuarios en el sitio web especializado TripAdvisor pudieran muy bien ubicar a este hotel entre los peores del mundo. Sin embargo, lo más curioso es que, a pesar de todas estas críticas y opiniones adversas que se han ido emitiendo en el transcurso de casi una década, el hotel ha permanecido igual, sin que hasta la fecha se haya tomado ninguna acción de mantenimiento y restauración.
Estos ejemplos, que pudieran ser muchos más, son representativos del abandono que sufren estas instalaciones y resultan verdaderamente inconcebibles para todos aquellos que, como yo, disfrutaron de la excelencia de antaño de estos magníficos lugares que, como otros tantos, han tenido la desgracia de ser víctimas de un sistema que lejos de hacerlos mejorar y prosperar, los empeora y destruye.
Muy ameno y bien redactado tu recorrido por los emblemáticos lugares del Vedado de nuestra juventud.
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