Capítulo XL: Tres Colosos de la Salud Habanera

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La Dependiente




Era el atardecer de uno de los días más importantes y felices de mi vida, 21 de noviembre de 1988, y corría muy excitado por los salones de aquel moderno hospital, con un bello, pero un poco estropeado, ramo de flores a encontrarme y agasajar a la madre de mi primogénito y único hijo y poder tenerlo por primera vez entre mis brazos. Para mí fue muy emocionante ver aquella criaturita de muy poco tiempo de nacido, acurrucado entre frondosas sábanas, mirar al mundo por primera vez con sus expresivos ojos negros y debido a este trascendental acontecimiento que marcó mi vida para siempre, guardo con mucho cariño en mi memoria la imagen de aquellos salones y de aquel hospital, el Hospital Ginecobstétrico “Ramón González Coro”, uno de los tres que considero un coloso de la salud habanera.



Hospital Gonzalez Coro


El Hospital Ginecobstétrico “Ramón González Coro” era conocido antes de la Revolución como la clínica privada “El Sagrado Corazón”, la cual se encontraba ubicada en la calle 21 No. 2313 entre las calles 4 y 6, en el Vedado habanero. Esta exclusiva clínica tuvo sus inicios en el año 1925, cuando el doctor Roberto Valera Zequeira, quien era su director, junto a los también médicos Alfredo Antonetti e Ignacio Calvo Tarafa se unieron en la Asociación Médico Quirúrgica “El Sagrado Corazón”. En un comienzo, este proyecto no contaba con un local propio, hasta que, finalmente, inauguraron el majestuoso edificio de la calle 21 en el año 1941, que tenía en su inicio solamente dos plantas. En el año 1943 se adicionó una tercera planta al edificio y once años después, en 1954, se comenzó a construir otro, adyacente a la clínica, con el objetivo de ampliarla, el cual fue inaugurado en 1957.


En un contexto donde la medicina privada dominaba la atención hospitalaria en Cuba, la clínica “El Sagrado Corazón” se destacó por su servicio de excelencia, realmente, de primer nivel. Con una plantilla de especialistas altamente capacitados y equipos médicos de última generación, la clínica era una opción privilegiada para quienes podían permitirse el lujo de asumir su costosa atención. Su prestigio convirtió a esta clínica en un centro de referencia nacional e internacional, pero su acceso estaba restringido a una selecta élite económica.


Tras el triunfo de la Revolución, la mayor parte del personal médico y técnico, inconforme con el rumbo que había tomado el nuevo Gobierno, abandonó el país. Poco tiempo después, la clínica fue “nacionalizada” y con una renovada plantilla, pasó a llamarse Hospital Ginecobstétrico “Ramón González Coro”. Después de su absorción por el sistema estatal, sus modernas instalaciones y equipamiento se pusieron al servicio popular y su administración pasó totalmente a manos del Gobierno. Esto hizo que su rol cambiara completamente, dejando atrás el modelo de pago y su alta exclusividad, para convertirse en un hospital más del sistema de salud cubano, con las mismas altas y bajas que ya conocemos. Estas bajas, llegaron a tal punto en un momento determinado que, debido a la falta de recursos y la insensible negligencia humana, el mantenimiento y conservación del inmueble fue totalmente descuidado y médicos y pacientes sufrieron directamente las terribles consecuencias de un creciente deterioro.



Ventana

Baño

Pantry


Para mí, el segundo gran coloso de la salud habanera, como se podrán dar cuenta más adelante, resulta obvio. Se trata del Hospital Ginecobstétrico "Eusebio Hernández Pérez" o como se conoce popularmente, “Maternidad Obrera”, pues fue en ese monumental centro de salud donde, a las once y treinta de la noche del día 18 de septiembre de 1956, este humilde servidor tuvo el honor de nacer y abrir los ojos a la vida.


Maternidad Obrera

Estatua


Este indiscutible gran coloso de la salud pública habanera, diseñado por el arquitecto Emilio de Soto Segura, quien obtuvo un premio por su proyecto en un concurso de arquitectura de la época, comenzó su construcción en abril de 1939 y dos años más tarde, el 20 de septiembre de 1941, fue inaugurado por el entonces Presidente de la República, Fulgencio Batista y Zaldívar, tomando el nombre de clínica de “Maternidad Obrera”. El majestuoso edificio, de estilo Art Deco, está situado en la Avenida 31 y calle 84, en el Municipio Marianao de La Habana. Dotada con los equipos más modernos y con los adelantos científicos y técnicos de la época, esta clínica llegó a ser una de las mejores dentro de su clase a escala internacional, siendo su primer director el doctor Alfredo Comas Calero, fiel servidor de Batista.


En el año 1959, la clínica “Maternidad Obrera” pasó a formar parte del sistema de salud estatal. Su capacidad se amplió, se modernizaron sus instalaciones y se incorporaron nuevas tecnologías y en el año 1966 la edificación fue renombrada y desde entonces se denomina Hospital Ginecobstétrico "Eusebio Hernández Pérez", no obstante, en el argot popular, se sigue conociendo como “Maternidad Obrera”. Como dato curioso, la edificación de “Maternidad Obrera” desde una vista aérea tiene la forma de un órgano reproductor femenino.



Vista aérea


A pesar de la excelencia de este Hospital Ginecobstétrico habanero, resulta muy lamentable conocer un reporte reciente donde se informa que, debido al déficit de alimentación, más del 70 por ciento de las embarazadas atendidas en este hospital deben recibir transfusiones de sangre debido a que tienen niveles muy bajos de hemoglobina, lo que pone en peligro sus vidas, pues el alumbramiento genera pérdidas de sangre importantes y una mujer que arribe a un parto o a una cesárea por debajo del nivel normal de hemoglobina incrementa los riesgos de ella y de su bebé. Esta misma situación no es ajena al resto de los Hospitales Maternos de la capital y se agrava en el resto de las provincias del país.


Finalmente, voy a referirme a un centro de salud que tuvo gran impacto en mi niñez, ya que estuve asociado al mismo por la módica tarifa de 2.50 pesos mensuales, desde mi nacimiento hasta una avanzada etapa de mi adolescencia en 1969, donde dejó de prestar servicio como centro mutualista y pasó definitivamente al sistema de salud gratuito cubano, me refiero a la Quinta “Dependiente”, renombrada después del triunfo de la Revolución como Hospital Docente Clínico Quirúrgico “10 de Octubre”. Las Casas de Salud, llamadas “Quintas” eran hospitales privados a los que tenían derecho de ser asistidos los socios mutualistas que pagaban una mínima cantidad mensual, de entre 2 y 2.75 pesos, que incluía, además de la hospitalización, medicinas, consultas externas en diversas especialidades, cuerpo de guardia y visitas a domicilio.



Quinta


La “Quinta Dependiente”, oficialmente conocida como la Casa de Salud "La Purísima Concepción", fue construida durante la ocupación española y fundada el 11 de abril de 1880 por la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana y tenía como objetivo inicial brindar apoyo y atención médica a los empleados del sector comercial de la capital. Estaba ubicada en la Calzada de 10 de Octubre entre las calles Alejandro Ramírez y Agua Dulce.


En sus primeros años, la Quinta era un modesto establecimiento. Sin embargo, gracias al esfuerzo y dedicación de sus miembros y benefactores, experimentó un crecimiento significativo. Para 1902, contaba con instalaciones modernas que incluían departamentos de hidroterapia, quirúrgicos y una farmacia bien equipada con su propio laboratorio químico. Además, disponía de lavaderos que utilizaban vapor para la limpieza de la ropa y una cocina y despensa abastecidas para garantizar una alimentación adecuada a los pacientes. Su arquitectura se caracterizaba por tener amplios pabellones rodeados de jardines y áreas verdes, proporcionando un ambiente propicio para la recuperación de los enfermos. Llegó a tener 18 salones asistenciales, 8 de ellos utilizados como salas de ingreso, aventajando de esta manera en capacidad hospitalaria a la famosa Quinta “Covadonga”, ubicada en la Calzada del Cerro.


Fue precisamente en esta Quinta donde, en 1907, se realizó por primera vez en Cuba y por segunda vez en América una sutura de corazón, algo muy novedoso para la época. Posteriormente, en 1958, se realizó el primer servicio de parto sin dolor que existió en Cuba. Cito estos dos hechos como ejemplos significativos del alto prestigio científico del equipo médico y técnico que integraba la Quinta, reconocido internacionalmente.


Es una pena y para mí una lamentable verguenza tener que decir que aquella prestigiosa Quinta, orgullo del sistema de salud cubano, llegó a convertirse con el paso de los años en una caricatura de lo que antes fue debido al descuido y, por ende, el extremo deterioro en que se sumieron sus instalaciones patrimoniales. De sus 18 pabellones asistenciales, solo 5 siguieron prestando servicio, 3 de ellos completamente clausurados por derrumbe, y el resto proclives a un desplome total inmediato. Además, del otrora servicio médico de excelencia, queda muy poco, ya sea por la carencia de recursos o por la falta de interés y estimulación del escaso personal médico y técnico que no ven su abnegado trabajo debidamente reconocido ni remunerado. Uno de sus pabellones, donde se prestaba servicio de Terapia intensiva e intermedia, recibió merecidamente el triste calificativo de “el que entra, no sale”, por el elevado índice de mortalidad que alcanzaban sus pacientes.


Los tres colosos de la salud habanera, que alguna vez fueron íconos de excelencia médica y progreso, lamentablemente, reflejan una realidad desgarradora de lo que se ha convertido el sistema de salud cubano. Lo que en su momento fueron instituciones de vanguardia, con tecnología de punta y profesionales altamente capacitados, ha cedido paso al deterioro, la escasez y la desesperanza.


El paso del tiempo y las circunstancias políticas y económicas transformaron estas excelentes instituciones, que alguna vez estuvieron reservadas para una élite o fueron sostenidas por sistemas mutualistas, en centros de salud públicos con acceso universal. Sin embargo, la falta de recursos, el descuido estructural y la desmoralización del personal médico han convertido muchos de estos espacios en sombras de lo que alguna vez fueron.


Más allá de la nostalgia y el orgullo por lo que estos hospitales representaron para mí y para muchas otras personas de mi generación, este breve relato histórico nos deja a todos un inquietante cuestionamiento: ¿cómo es posible que instituciones que marcaron hitos en la medicina cubana hayan llegado a niveles de deterioro y desmoralización tan alarmantes? La salud no debería ser un lujo ni un privilegio, pero tampoco debería convertirse en una ruina administrativa, estructural y moral donde la vida de los pacientes y el trabajo de los médicos se vean constantemente amenazados.


Sería ideal poner freno cuanto antes a este desastre, no solo por la historia intrínseca que tienen estas y otras instituciones de su tipo, con un valor patrimonial invaluable, sino por el derecho elemental que tiene cada ser humano de tener una atención de salud digna. La memoria de estos colosos no debe ser solo un homenaje nostálgico al pasado, sino un llamado urgente a la acción en el presente.

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