Capítulo XLIX: Almacenes sin Economía

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Naves de Almacenes en Cuba.



Tengo que admitir que una gran parte de mi vida estuve muy vinculado a la actividad de organización y optimización de los almacenes pertenecientes a distintos Organismos de la Administración Central del Estado de Cuba (OACE) —prácticamente toda mi vida laboral—, fundamentalmente en el Ministerio de la Construcción (MICONS). Debido a ello, obtuve un gran conocimiento, habilidad y prestigio en esta materia, siendo reconocido en algunos momentos y espacios destacados, de lo cual puedo decir que me siento orgulloso. Dejando atrás la modestia, debo expresar que, en la década de los 90, estaba considerado entre los mejores especialistas del país en esta disciplina, lo que me valió para participar en distintos eventos nacionales de inspección a los almacenes de todos los OACE, recorriendo la isla de un extremo a otro. Para aclarar un poco más, esta actividad de revisión de almacenes estaba enmarcada dentro de la disciplina denominada “Economía de Almacenes”, que era de gran importancia y seguida muy de cerca por la dirección del país en aquellos años, bajo la influencia y doctrinas de la Unión Soviética y el resto de los países socialistas de economía planificada centralizada.


El origen de esta disciplina, anteriormente desconocida en Cuba, se remonta a la década de los 60, cuando el país cambió radicalmente su fuente de suministros —fundamentalmente desde los Estados Unidos— hacia los mercados de la Unión Soviética y demás países de Europa del Este, alejados a miles de kilómetros de distancia. Fue entonces cuando se vio la necesidad de construir enormes instalaciones para conservar materias primas, materiales y equipamiento para las industrias “nacionalizadas”, así como otros productos vitales para el consumo de la población durante el largo período que demoraba su reaprovisionamiento. En resumen, si bien no hay una fecha exacta para el surgimiento de la “Economía de Almacenes” en Cuba, su desarrollo se vinculó a la necesidad de organizar la distribución y almacenamiento de bienes en un contexto diferente —político, económico y social— de economía planificada y, posteriormente, a los esfuerzos por optimizar la gestión logística frente a los enormes desafíos económicos y políticos que enfrentaba el país.



Almacén con Montacargas Manipulando Productos.


Estoy obligado a reconocer también que aquella actividad me dio la oportunidad de visitar toda la isla y conocer sus lugares más hermosos —y otras cosas extras—, pues cada vez que emprendía aquellas travesías, acompañado de otros especialistas, era recibido y tratado con gran esmero y amabilidad en cada lugar por la máxima dirigencia de los OACE y el Partido Comunista de Cuba (PCC) de las provincias. El fin que tenían, nada oculto, era obtener buenos resultados. Debido a ello, nos hospedaban en los mejores hoteles, nos aseguraban transporte ininterrumpido, la mejor comida, recorridos por los sitios más destacados de la provincia y, al final, espléndidos regalos. Además, en cada ocasión organizaban alguna que otra gran actividad festiva en un centro nocturno especial, donde compartíamos todos un momento muy agradable: no faltaban las bebidas, los aperitivos, los espectáculos musicales y… las compañeras de la localidad aledaña, bellas jóvenes provincianas que se encargaban de que la pasáramos mucho mejor. En realidad, aquel trabajo de asesoría que realizábamos para hacer los almacenes más eficientes resultaba bastante costoso y no tenía nada de economía.


Durante esa prolífica etapa de mi vida, tuve la oportunidad de brindar mis conocimientos a muchas personas, de lo cual me siento plenamente complacido, e impartí seminarios, cursos y asesorías especiales. De estas últimas tengo un recuerdo muy grato que quisiera compartir, pues para mí resulta una vivencia valiosa y simpática.


Resulta que el hijo mayor de mi querido primo, ya fallecido —con quien conviví toda mi niñez y buena parte de mi adolescencia en mi propia casa—, estaba terminando su carrera de Ingeniería Industrial y me pidió ayuda para el asesoramiento de su tesis de grado, que precisamente trataba sobre la “Economía de Almacenes” en una empresa constructora del MICONS en La Habana. Por supuesto, enseguida estuve dispuesto a ayudarlo y para ello compartíamos sesiones diarias en mi casa, a la cual mi querido sobrino tenía que acceder contando, como medio de transporte, con una pesada bicicleta china que debía subir y bajar diariamente por los 56 escalones de la escalera de mi domicilio.


Trazamos una estrategia y un plan de acción previo a cada sesión, que consistía en visitas al almacén, entrevistas a los trabajadores, mediciones de la instalación, inventario de equipos y medios de almacenamiento, además de la necesaria consulta a bibliografía especializada y a otros asesores de la materia, fundamentalmente a la tutora oficial de su trabajo de diploma, asignada por su centro de estudios: una carismática señora de mediana edad, con un sinnúmero de títulos académicos y docentes y un imponente ego profesional, que trabajaba en un Centro de Investigación de Logística, situado en la Avenida Rancho Boyeros, algo alejado del centro de la ciudad. Pues resulta que, en medio de aquellas sesiones, yo le indicaba a mi paciente sobrino que fuera a buscar información a alguno de estos lugares y regresara con ella. Dicho así resulta extremadamente sencillo, pero si se le añade el tener que bajar y subir de nuevo los famosos 56 escalones y transitar con aquella pesada bicicleta decenas de kilómetros de ida y vuelta, era una misión realmente heroica, por no decir suicida. En la tercera sesión ya mi sobrino había bajado unas cuantas libras y se encontraba realmente extenuado y, sobre todo, estresado, por lo que recibí rápidamente la llamada de su mamá para indagar al respecto y decidimos que era conveniente bajar un poco la intensidad de su preparación.


Lo más ocurrente de esta anécdota ocurrió cuando llegó el día de la exposición de su tesis que, para su gran suerte, no contó con la presencia de su tutora en extremo exigente y algo venática—, porque tuvo que salir del país en una misión de trabajo y delegó en mí para que lo representara. Por supuesto, después de su exposición y llegado el momento de expresar las opiniones del tutor —las mías—, todo lo que dije fue positivo y resalté en gran medida el trabajo realizado y su importancia. Cuando le tocó el turno a la oponente —otra dama con características especiales— esta trató de minimizar el trabajo y resaltar algunos errores que, según ella, le restaban valor al documento, como por ejemplo un realmente insignificante precio asignado a un montacargas que necesitaba el almacén expuesto en el Capítulo correspondiente a la Evaluación Económica. Pero mi sobrino, sin perder la calma y de forma muy directa y rápida, le contestó diciéndole que ese valor lo había consultado y se lo había dado un especialista del Centro donde precisamente trabajaba su tutora y que, si había algún error, no era de él. Se hizo un silencio general algo incómodo para la ocasión e inmediatamente se terminó la sesión. La calificación final que obtuvo mi sobrino fue la máxima posible: 5 puntos, con reconocimientos.



Salón de Exposición de la Tesis de Grado.


Cuando se desplomó la Unión Soviética y sus aliados del bloque socialista, comenzó en Cuba una de las mayores crisis que nunca antes se había presentado, conocida por todos como “Período Especial”, en el que se cortó de la noche a la mañana el gran canal de suministro continuo de recursos proveniente de esos países. Precisamente, la subsistencia durante y después de esa crisis se mitigó en gran parte gracias a los productos que estaban en existencia en los abarrotados almacenes, por lo que junto con esta crisis llegó también el inicio de la decadencia paulatina de la llamada “Economía de Almacenes”, porque en realidad no había mucho que economizar: los almacenes comenzaron a vaciarse sistemáticamente y se pasó a otra forma de abastecimiento y distribución muy diferente, que dependía en gran medida del mercado internacional “no planificado”. Con los pocos recursos financieros disponibles, solo se traía al país lo que se iba a consumir prácticamente en el momento y los productos en los almacenes ya no podían pasar largas temporadas como lo hacían anteriormente.


La situación de los almacenes en Cuba actualmente es otro reflejo de la profunda crisis económica que continuó atravesando el país, con estanterías y grandes espacios vacíos debido al decrecimiento de la producción nacional y a la creciente dependencia de importaciones que, a su vez, son muy puntuales y se ven limitadas por la escasez de divisas. Otra situación es que, debido a la obsolescencia y falta de demanda de determinados productos, muchos almacenes mantienen inventarios de artículos de lenta rotación que permanecen almacenados durante años, lo que incrementa los gastos logísticos sin la obtención de ningún resultado. Entonces, la gran paradoja es que, a diferencia de décadas atrás, cuando nos esforzábamos en organizar los almacenes para lograr una mayor economía y evitar construir nuevos almacenes debido al exceso de productos, ahora hay muchos almacenes vacíos, pero no existe en el país una economía sostenible que garantice un suministro estable de los productos.


Todo esto es consecuencia de una crisis política, económica y social más amplia que abarca todos los sectores de la sociedad, e incluye una deficiente gestión administrativa a todos los niveles, alta inflación, problemas con la generación de energía, déficit de transporte y todos los demás males que ha originado el empecinamiento en mantener un sistema fallido, que inexorablemente va en camino de su desaparición.


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