Capítulo III (Parte 1): Érase Una Vez en el Oeste

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Ceiba del Agua: Poblado Agrícola (Parte 1)

Características de la Agricultura Cubana Después del Triunfo de la Revolución (Parte 1).


Al oeste de la ciudad de la Habana está ubicado un conjunto de poblaciones, más o menos extensas, cuya principal actividad económica ha sido desde tiempos inmemoriales la agricultura. Esta zona siempre fue la más importante fuente de suministros agrícolas de la ciudad y antes del triunfo de la revolución y hasta sus primeros años, estos productos agrícolas eran transportados, acopiados y concentrados en su mayoría en la capital en sendos mercados concentradores mayoristas. El primero y más importante de ellos, nombrado “Mercado Único”, se trataba de un edificio de dos plantas con un amplio sótano que ocupaba una considerable área enmarcada entre las calles Monte, Cristina, Arroyo y Matadero. Su primera planta, que contaba con un patio central, se utilizaba para la venta de una extensa variedad de productos agropecuarios y provenientes del mar y en su segunda planta estaban ubicados numerosos pequeños negocios dedicados a la venta de un significativo surtido de productos industriales y varias fondas y pequeños restaurantes, donde se podían degustar deliciosos platos, fundamentalmente de la cocina asiática. El segundo de estos mercados era el “Mercado de Carlos III”, que fue inaugurado en 1957 y rompió con el monopolio y la exclusividad que tenía hasta entonces el “Mercado Único”. Este era un establecimiento mucho más moderno ubicado en la manzana formada por las calles Carlos III, Estrella, Árbol Seco y Pajarito y realizaba entre otras, las mismas funciones que el “Mercado Único”, pero entre sus novedades tenía un moderno sistema central de aire acondicionado.



Mercado Único en la Capital Habanera

Mercado de Carlos III en la Capital Habanera


A estos mercados llegaban los suministros del campo por vía ferroviaria o automotor y de aquí, se distribuían por diversos medios de transporte a todos los puntos de venta de la ciudad; estos medios eran tan diversos, que iban desde enormes camiones de carga hasta pequeñas carretillas manuales. A pesar de esta logística tan elemental, nunca se vieron afectados los abastecimientos de productos agropecuarios del centro de la ciudad y sus zonas aledañas (barrios y repartos). Desafortunadamente, esta situación fue cambiando paulatinamente desde el momento que la producción agrícola empezó a formar parte de una serie de “iniciativas” y “experimentos” de la máxima directiva del nuevo gobierno y cuando los tradicionales mercados concentradores de la Habana fueron intervenidos y “nacionalizados”. Entre otros proyectos que puedo recordar, me vienen a la mente el “Cordón de la Habana”, que consistía en sembrar 19 mil hectáreas de café intercalado con frutales alrededor de la capital cubana; la zafra de los 10 millones, que tenía la idea de romper todos los récords históricos de producción azucarera;  los planes citrícolas, que aspiraban a convertir a Cuba en el principal exportador del mundo de estos productos; la siembra de pangola, para desarrollar la ganadería en áreas nunca antes utilizadas para estos fines; la Brigada Che Guevara, que avanzó de Oriente a Occidente del país tumbando palmares, arboledas de frutales y árboles maderables, que hasta la fecha, no se tiene una idea clara de cual era su objetivo, y así, muchas otras descabelladas ideas, que no tuvieron un final feliz, pero que hirieron irremediablemente a la agricultura cubana y como consecuencia de ello, afectaron seriamente el suministro de productos agrícolas a la población.



Plan del Cordon de La Habana


Entre estos poblados agrícolas del oeste de la capital, es imprescindible que mencione a uno que tiene un enorme significado sentimental para mí y que es fuente de muchos de mis recuerdos, ya que toda mi familia, tanto paterna como materna, es oriunda del mismo y porque he estado vinculado a él, de alguna u otra forma, gran parte de mi vida; este singular y entrañable pueblo se nombra Ceiba del Agua.


Recuerdo que mis padres no faltaban un solo domingo en visitar su querido pueblo natal y para ir, seguíamos la estricta costumbre de mi padre de levantarnos de madrugada, hacer la rutina habitual del desayuno y dirigirnos rápidamente a la parada, que estaba a unas pocas cuadras de la casa, a tomar el ómnibus, en este caso la ruta 48, nombrada por todos “ruta azul”, que llegaba justo a su hora programada y nos transportaba desde el centro de la ciudad hasta Ceiba del Agua, culminando su recorrido en el vecino poblado de Alquizar.



Omnibus de la Ruta 48 (Ruta Azul)


Al arribar a Ceiba por la carretera Central, lo primero que encontrábamos era la amplia rotonda, cuyo centro estaba coronado por una frondosa ceiba, símbolo del poblado, y seguidamente, después de cruzar un paso a nivel ferroviario, proseguíamos por la calle Real hasta que, a nuestro reclamo, el ómnibus paraba justo frente a la única farmacia que tenía el  pueblo en ese entonces, contigua a una espaciosa casona, ambas antiguas propiedades de la acaudalada familia Juaristi. Doblando por la esquina, tomábamos por la calle donde estaba la casa en que vivían mis abuelos paternos y posteriormente, unos tíos y primos muy queridos.



Ceiba en la Rotonda de Ceiba del Agua


La casa de mis abuelos, muy antigua, de techo de tejas y cercha de madera, era amplia y ventilada y siempre me trae muy gratos recuerdos. Al frente de la alta puerta de madera, crecían unas frondosas y siempre verdes arecas y al subir unos escalones y entrar, lo primero que encontrábamos era una espaciosa sala amueblada muy modestamente con dos recios sillones de caoba, un pequeño aparador y unos pocos cuadros en sus paredes y al fondo a la izquierda se erigía majestuoso un precioso reloj de pie de péndulo, con gabinete de madera y puerta de madera y cristal, construido en una fecha indeterminable del siglo anterior. Al costado derecho y comunicados por un estrecho pasillo, se encontraban los cuartos, dos a un lado y uno al otro lado; en la pared del pasillo se podía apreciar el imprescindible cuadro del “Corazón de Jesús”, presente en la mayoría de las casas de las familias cubanas devotas al catolicismo, religión de la que mi abuela era fiel creyente. Seguidamente estaba el enorme comedor, que contaba con una ventana de hojas de madera frente al pasillo y con una larga mesa de madera, testigo de tantas reuniones familiares – ¡deliciosas Nochebuenas! – que se comunicaba al fondo con una pequeña cocina y esta daba acceso a lo que más me encantaba y disfrutaba, un patio grande al aire libre, semi pavimentado, que en su costado izquierdo tenía una enorme jaula, donde se criaban cerdos, gallinas, pavos, y que en una ocasión, le dio cobijo inexplicablemente a un bello gavilán, que no sé porque capricho del destino llegó volando a la casa y mi abuelo lo atrapó y posteriormente domesticó, siendo admirado y querido por todos, principalmente por los más chicos de la familia, tanto fue así, que cuando murió, fue disecado y expuesto en la sala de la casa de una de mis tías.


Continuación: Parte 2

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1 comentario

  1. Que tristeza, después de tantos planes agrícolas, todos fracasados, muy bueno que usted lo cuenta, para las venideras generaciones. Bonita infancia en la casa de sus abuelitos paternos.
    Continué escribiendo.

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