Capítulo XLVIII: La Inversión Extranjera en Cuba

0

EXPOCUBA: Feria Internacional de La Habana.



Me encontraba convaleciente en casa después de haber padecido durante varias semanas la enfermedad viral de hepatitis, aunque en su variante más benigna, la hepatitis A, cuando recibí una llamada telefónica de un antiguo compañero de trabajo, al que hacía algunos años que no veía. Me extrañó inicialmente su llamada, pero después de los saludos preliminares, la indagación mutua por la familia y otros comentarios triviales acerca del tiempo, las últimas noticias del país y mi reciente enfermedad, llegamos al motivo principal de su llamada. Resulta que mi amigo trabajaba desde hacía algún tiempo en una empresa mixta española-cubana, cuya sede estaba en una magna residencia ubicada en la privilegiada localidad de Miramar, en La Habana —antigua mansión de algún ricachón criollo expropiada por el gobierno revolucionario—, que se dedicaba fundamentalmente a la importación y exportación de diversos productos vinculados a la construcción.


Conociendo mi habilidad en computación y que yo había desarrollado algunas aplicaciones muy efectivas para la empresa estatal del Ministerio de la Construcción a la que él pertenecía anteriormente, su intención era que lo “ayudara” a crear y poner a punto un sistema computarizado para gestionar las ofertas de los productos que comercializaba su entidad en Cuba. Por supuesto, todo este trabajo sería completamente extraoficial, o como decíamos en buen cubano, “por la izquierda”, y de mi retribución por el servicio prestado se ocuparía él personalmente.


Nos pusimos de acuerdo de inmediato porque a ambos nos convenía significativamente: a él, porque se ahorraría una suma considerable de dinero si hubiera tenido que contratar el trabajo con alguna empresa especializada, cubana o extranjera, de manera oficial; y a mí, porque me resultaba sumamente atractivo recibir un beneficio material adicional que no tenía previsto. La única condición que exigí fue que, dado mi estado de convalecencia, debía garantizarme el transporte de ida y regreso a mi casa cada día, durante el tiempo que durara el trabajo, a lo cual me aseguró que también se ocuparía personalmente con su automóvil privado.


La inversión de empresas extranjeras en Cuba no era nueva; solo que después del triunfo de la Revolución se habían cambiado sustancialmente los patrones existentes, y la totalidad de las entidades foráneas radicadas en el país fueron “nacionalizadas” y pasadas a control estatal. Los principales importadores y exportadores de materias primas, productos y servicios, que eran España y Estados Unidos principalmente, fueron sustituidos por la Unión Soviética y los países del campo socialista.


Haciendo un poco de historia, podemos decir que en el siglo XIX, al finalizar la guerra de independencia sostenida contra la metrópoli española, la principal industria cubana de ese momento —la azucarera— pasó rápidamente a manos de monopolios norteamericanos como resultado de la intervención de Estados Unidos en Cuba. Se desarrollaron además otras industrias tradicionales, como el tabaco y el ron, con capital norteamericano, mientras que los inversionistas españoles se centraron en el comercio minorista, principalmente en la capital del país. En los primeros años de la República, la gran mayoría de los capitales invertidos en el comercio provenían de entidades españolas.


A inicios de la década de los treinta, el precio del azúcar bajó a niveles increíbles, provocando la quiebra de los principales productores nacionales, cuyas inversiones pasaron a manos de oportunistas bancos norteamericanos, consolidándose una situación que ya tenía antecedentes en las dos primeras décadas del siglo XX. Si a esto le añadimos la gran cercanía de nuestra isla al territorio norteamericano —apenas 90 millas—, que posibilitó el establecimiento ininterrumpido de vías de comunicación marítimas, se podrá entender el alto grado de dependencia que llegó a crearse de la economía cubana respecto a la norteamericana. Esta dependencia se reforzaba por el hecho de que los sistemas financiero y bancario del país estaban prácticamente en manos de Estados Unidos. Durante esta etapa, también industrias de otros países tenían cierta presencia en la economía cubana.


Esta situación se extendió de forma similar en la década del cincuenta, con alguna presencia de capital criollo en industrias como la ganadería, la producción de arroz y otros monocultivos, aunque el impacto de la inversión norteamericana en sectores clave como el petróleo, la electricidad, las comunicaciones y la industria azucarera era preponderante y crucial, manteniéndose hasta el triunfo de la Revolución, el 1ro. de enero de 1959.



Sede de Firestone.

Cartel de la Esso.

Cartel de la Gillette.


Después del triunfo de la Revolución, ya conocemos lo que ocurrió: fueron expropiadas bajo el manto de la “nacionalización” todas las entidades extranjeras que operaban en Cuba, y después de un corto tiempo, las empresas privadas nacionales pasaron también a control estatal. Ante las grandes divergencias y contradicciones con su principal aliado anterior, Estados Unidos, Cuba abrió completamente sus puertas económicas, políticas y sociales a la Unión Soviética y sus aliados del campo socialista, quienes se convirtieron por varias décadas en sus principales inversores.


El país reorientó radicalmente todo su comercio —tanto de materias primas para la producción industrial como de artículos de consumo para la población— hacia los mercados de Europa del Este, con la particularidad de que estos países tenían economías planificadas y se encontraban a enormes distancias de la isla. Esto provocó la necesidad de redimensionar la economía, acostumbrada a un suministro estable y casi instantáneo desde Estados Unidos, creando enormes almacenes para conservar grandes cantidades de productos que garantizasen el funcionamiento de las nuevas empresas estatales nacionales durante el largo período de reabastecimiento, con fuentes distantes hasta 10.000 kilómetros.


Cuba se integró también al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), donde cada miembro tenía una función específica y planificada. Con esta estrategia, los recursos para las nuevas inversiones llegaban muchas veces a los puertos cubanos cuando la industria aún se encontraba solo en proyecto, almacenándose estos por meses o incluso años, con los consiguientes gastos para su conservación y, más peligroso aún, con el riesgo costoso de su obsolescencia.


Al desplomarse la Unión Soviética y desaparecer el campo socialista, junto al CAME, en un período relativamente corto de tiempo, fue necesario realizar cambios urgentes en la infraestructura económica cubana para evitar un desplome aún mayor del que realmente ocurrió. Esto obligó a abrir la economía del país a la colaboración extranjera del mundo occidental, comenzando la apertura al capital foráneo en algunas industrias que de otra forma hubiesen tenido que cerrar irremediablemente. Las primeras manifestaciones de este tipo se dieron en la rama del turismo y precisamente con la antigua metrópoli: España.


La primera entidad turística española que comenzó a operar en Cuba después del colapso del campo socialista fue Gaviota-Sol Meliá, una empresa conjunta entre el grupo turístico cubano Gaviota y la cadena hotelera española Meliá. Esta asociación estratégica se formó en el contexto del llamado "Periodo Especial", cuando la isla buscaba desesperadamente nuevas fuentes de ingresos y diversificación económica tras el fin de la Unión Soviética, su principal socio comercial y aliado político hasta entonces.



Hotel Meliá Varadero.


A partir de este momento se amplió la introducción de capital extranjero en el país, con el objetivo de mantener con vida al régimen. Claro está, no fue una apertura total y esta ampliación estaba restringida por determinadas condiciones:


  • La inversión extranjera debía estar asociada a una empresa cubana y su participación no sería superior al 49 % del capital nacional.

  • Estaban excluidas de la inversión extranjera la salud pública, la educación y la industria para la defensa.

  • Todo el personal cubano o extranjero residente en Cuba y que trabajara en una empresa mixta sería propuesto por una empresa cubana empleadora, encargada de contratar y asegurar el personal idóneo para cada cargo o función.


No fue hasta 1995 que, ante la necesidad de perfeccionar este proceso, se aprobó la Ley 77 sobre inversión extranjera, la cual amplió el espectro económico en cuanto a áreas de participación. De este modo se autorizó la posibilidad de inversión con el 100 % del capital extranjero en nuevas iniciativas, así como la inversión en bienes inmuebles, la creación de zonas francas y parques industriales.


Continuando mi anécdota personal, puedo agregar que, en cumplimiento de lo pactado, mi amigo me recogió la semana siguiente a nuestra conversación, temprano en la mañana, en su flamante Lada 2105. Venía acompañado de su esposa, quien trabajaba también en otra firma extranjera. Después de dejar a su mujer en la puerta de su trabajo —otra residencia ubicada en Miramar—, nos dirigimos hacia nuestro destino, donde fuimos recibidos muy cariñosamente, con una humeante taza de café Cubita, por una señora entrada en años que fungía como ama de llaves, recepcionista, cocinera y auxiliar de limpieza.


La casa era majestuosa, de dos plantas y enclavada sobre una enorme base pétrea en una esquina del otrora privilegiado reparto de Miramar. En la planta baja se encontraba un amplio garaje con capacidad para cuatro autos, una enorme recepción donde, a un costado, se había improvisado un muestrario de los principales productos comercializados por la empresa, y al otro costado se ubicaban un enorme sofá y cuatro cómodas butacas tapizadas en cuero de primera calidad, dispuestas alrededor de una bella y moderna mesa de cristal con base de mármol, sobre la cual reposaba una extraña pero hermosa escultura de una dama semidesnuda. Seguidamente estaba el comedor, donde destacaba una enorme mesa de cristal y mármol, manteniendo el estilo inicial de la recepción, y a continuación se encontraba la cocina, donde la carismática señora preparaba suculentos platos, solicitados diariamente por los pocos trabajadores de la entidad. La planta baja culminaba con un cuarto y un baño, que utilizaba la señora encargada de la casa durante su tiempo de servicio.


En la planta alta se encontraban las tres oficinas, antiguamente los cuartos de la casa. En la primera se ubicaba mi amigo junto a otro señor de mediana edad; ambos fungían como especialistas comerciales. Seguidamente estaba la oficina de una joven secretaria; a este local le seguía un amplio y precioso baño con paredes de mármol, y al final se hallaba la enorme oficina del gerente cubano de la firma, que, además de contar con un bello despacho equipado con un moderno mobiliario, tenía un pantry, un baño y un pequeño salón para recibir a visitantes especiales. La casa estaba climatizada con aire acondicionado central y rodeada por un patio de tierra y hormigón donde crecían espléndidos árboles frutales y todo tipo de enormes plantas exóticas.


Al terminar mi recorrido “turístico” por la mansión, mi amigo, después de presentarme a todos, me mostró mi lugar de trabajo, que resultó ser la oficina de la secretaria. Allí contaba con un amplio buró, una cómoda silla giratoria, varios archivos metálicos y todo el equipo informático necesario para realizar mi labor con tranquilidad y eficiencia.


A media mañana llegó el gerente, en otro flamante Lada 2107, acompañado de su chofer. Mi amigo y yo fuimos a su oficina y, tras las presentaciones de rigor, me explicó el objetivo y características del trabajo informático que requerían. Añadió que tenía plena apertura para solicitar toda la información necesaria, designando a mi amigo como facilitador. Por la tarde, después de disfrutar con el resto del equipo de un suculento almuerzo, comenzamos el trabajo, que se extendió por espacio de 28 días, durante los cuales recibí una atención sumamente amable y especial.


Al cabo de unos días me enteré de que, de los miembros del equipo, solo mi amigo, su compañero de oficina y el gerente habían sido contratados oficialmente por la entidad cubana empleadora y recibían su salario en moneda nacional. También recibían, de manera no oficial ni autorizada —pero tradicional—, un pago en divisas por parte de la parte extranjera, como comisión directa por sus ventas. El resto del equipo, incluyéndome a mí, trabajábamos “por la izquierda”.


Cada semana nos reuníamos todos en una terraza al fondo de la casa, hacíamos balance de los resultados y recibíamos los correspondientes estímulos materiales. Todos recibían una cantidad en divisas y, en mi caso, me retribuían con una enorme bolsa de variados artículos alimenticios y de aseo personal, adquiridos en las tiendas en divisas. Al concluir el sistema informático y entrenar a los especialistas, el gerente quedó plenamente complacido y me recompensó con un apreciable regalo.


La anécdota anterior no era para nada excepcional en este tipo de entidades mixtas. Estaba claro que siempre fue del conocimiento de las autoridades todo lo que se hacía, que miraban para otro lado, pues se quedaban con la mayor “tajada”. Por cada trabajador contratado, la empresa empleadora recibía un salario en divisas de la directiva extranjera, del cual los trabajadores cubanos no recibían absolutamente nada, solo un mísero sueldo en moneda nacional, que poco resolvía. Era otro gran negocio y una variante de explotación aplicada —y aún mantenida— por el gobierno cubano, sin explicación razonable.


Para colmo de desvergüenza, a partir de enero de 2008, el régimen introdujo una normativa para los empleados de firmas extranjeras en la isla, obligándolos a pagar impuestos por percepciones no incluidas en su salario, refiriéndose evidentemente al complemento en pesos convertibles que las empresas extranjeras pagaban a sus empleados cubanos y que no era declarado a las autoridades. Esta decisión causó malestar y protestas inusuales de los cerca de 5.000 trabajadores afectados, quedando demostrada la cínica hipocresía del régimen al reconocer este mecanismo de pago no autorizado por ley, pero tolerado bajo el ambiguo concepto de "gratificación", por el cual se aseguraban ingresos a través de impuestos que gravaban esas gratificaciones recibidas “bajo el mostrador” con entre un 10 % y un 50 % de los ingresos declarados.


Actualmente, a pesar de las recientes destituciones efectuadas por el gobierno en el máximo organismo estatal, la inversión extranjera en Cuba se encuentra estancada y en muchos sectores ha retrocedido. La enorme crisis del país y la inestabilidad política hacen que las infraestructuras cubanas sean percibidas como riesgosas por los posibles inversores. La pretensión del gobierno de captar inversión foránea para los sectores energético y alimentario contrasta con el poco presupuesto que se les destina, en comparación con el sector turístico.


Frente al descalabro de la inversión extranjera por parte de los países tradicionales, ahora la desesperación del gobierno se centra en atraer las inversiones de los emigrados cubanos —antes no permitidas—, algo que se ha hecho evidente en los últimos años y quedó plasmado en la Ley de Migración aprobada recientemente. Nada, que regresamos a los orígenes, como en tantas otras barbaridades y errores cometidos durante todo este período revolucionario. Pero hay una realidad innegable de la que el régimen se niega a convencerse: no habrá un cambio real en Cuba mientras no exista un cambio radical en su fallida política y el Estado siga controlándolo todo, aunque lo haga mal.


Tal vez te interesen estas entradas

No hay comentarios