Después de comenzar mi enseñanza preuniversitaria y arribar también a una nueva etapa de mi adolescencia, un poco más cercana a la adultez, mis gustos y preferencias también fueron cambiando y mis frecuentes encuentros nocturnos en casa de alguno de mis amigos para disfrutar de las pasiones de un buen juego de mesa, se fueron desvaneciendo y desviando poco a poco hacia otros destinos de los que había oído muchas veces, pero que en realidad, no había tenido la posibilidad de disfrutar todavía, me refiero a los variados y maravillosos centros nocturnos que hacian tan placentera e inolvidable las salidas por La Habana de noche. Ya en esta época, era muy común que coordináramos un grupo de amigos o de compañeros de escuela para concurrir una noche de sábado o domingo a uno de los tantos bares, cantinas o barras que pululaban en numerosos sitios de La Habana de entonces y entablar algún coloquio especial de interés mutuo, mientras degustábamos un exótico coctel o simplemente una cerveza bien fría, acompañada de un sabroso “saladito”. Algo nos atraía cada vez más a estos lugares, por un lado, era lo acogedor y agradable de cada sitio y, por otro lado, eran sus económicos precios, asequibles en ese entonces a nuestro escaso presupuesto juvenil, obtenido casi totalmente de las mesadas que nuestros padres con mucho sacrificio nos daban todos los meses.
Había muchos establecimientos como estos, prácticamente en todos los lugares de la ciudad, pero recuerdo que, entre ellos, nuestros preferidos eran el bar del restaurante “Floridita” y el bar “Sloppy Joe´s” en La Habana Vieja y la barra del restaurante “Polinesio” en el Vedado.
Es indudable que la magia principal del bar del “Floridita” radicaba en la anterior y asidua presencia en él del famoso escritor norteamericano Ernest Hemingway, quien lo mencionó en muchas de sus más notables novelas y al que llamara como “… el mejor bar del mundo …”. Según nos relataba a nosotros muy orgullosamente uno de sus más viejos cantineros, en la década de los años 30, Hemingway se instaló por mucho tiempo en el hotel “Ambos Mundos”, muy cercano al “Floridita”, y visitaba regularmente el lugar para beber su bebida predilecta, el daiquirí y, especialmente, la variante denominada “Papa Doble”, creada en honor a su nombre, ya que al escritor se le conocía afectuosamente en nuestro país como “Papa”. Era un sitio en realidad pequeño, pero extremadamente acogedor, que atraía perdurablemente a todos los que lo visitaban por primera vez y probaban alguna de las tantas combinaciones que ofertaban de su exquisito daiquirí, admiraban el busto en bronce del famoso novelista realizado en 1954 y situado en el que era su rincón favorito o, más recientemente, compartían con su escultura a tamaño real donde se le podía ver apoyado sobre la barra como un cliente más.
El “Sloppy Joe’s” era otro de los bares que visitábamos frecuentemente por su cercanía a nuestras residencias y por la excelente calidad de sus ofertas. Ubicado en la calle Zulueta entre Ánimas y Virtudes, en el Centro Histórico de la ciudad, este fabuloso bar era portador de mucha historia y poseía entre sus tantos atractivos, además de su variado surtido de bebidas y comestibles ligeros, el récord de tener una de las barras de caoba oscura más largas de todo el país, con 18 metros de longitud. El “Sloppy Joe’s” fue fundado en 1917 y en la década de los 60, como todo lo demás, fue “nacionalizado” como parte de las medidas tomadas tras el triunfo de la Revolución. Como todo lo demás también, a partir de su “nacionalización”, comenzó a languidecer hasta cerrar sus puertas definitivamente en 1965. No fue hasta el año 2007 que, impulsado por la Oficina del Historiador de La Habana, se acometió su restauración, valiéndose de algunas pocas fotografías y materiales donados por algunas personas relacionadas con el sitio, pudiendo reabrir nuevamente sus puertas, pero perdiendo la célebre autenticidad de antaño. Muchas figuras famosas pasaron por este establecimiento como Frank Sinatra, Ernest Hemingway, Spencer Tracy, Errol Flynn, Nat King Cole, John Wayne, Clark Gable, Ava Gardner, Babe Ruth y Greta Garbo y dejaron su valiosa huella, que por supuesto, no fue posible conservar en todos los casos después de su restauración, perdiéndose para siempre esta importante parte de la historia del lugar.
Aunque la zona residencial del Vedado capitalino era la que más bares poseía, nuestro sitio predilecto era sin duda el bar del restaurante “Polinesio”, o simplemente, como todos la conocíamos, la barra del “Polinesio”. Aún recuerdo, el agradable ambiente bohemio de este exótico lugar, ubicado en uno de los sitios más famosos y concurridos de La Habana, la Rampa, donde prevalecía una intensa vida nocturna y donde se reunía noche tras noche una gran porción de la juventud habanera y la mayor parte de la farándula de la época. Además de sus exquisitos cocteles, siempre se podía contar con la cerveza más helada de La Habana, la que se podía acompañar de una variada oferta gastronómica, donde los platos estrellas eran las bolitas de queso y las alitas de pollo empanizadas. Si a todo esto le agregamos que contaba con unos precios extremadamente módicos, un trato muy cordial y la posibilidad de que al final de la noche podíamos disfrutar fácilmente de una excelente cena, deleitándonos con los platos de la variada y exquisita carta del restaurante, convertían a este lugar en el espacio más frecuentado y estimado por nosotros.
Fueron mucho menos frecuentes las visitas, porque era mucho más difícil de poder acceder a ellos, pero también recuerdo con inmensa nostalgia los bares de los restaurantes “El Conejito” y “Moscú” con sus entremeses de conejo y platos típicos rusos respectivamente y su siempre presente cerveza bien fría. Por desgracia, las malas referencias acerca de la calidad de sus platos y el deficiente servicio dadas por muchos usuarios que han visitado recientemente “El Conejito” han ensombrecido su antigua fama y del otrora famoso restaurante “Moscú”, tan concurrido y alabado en su época de esplendor, ya no quedan ni las cenizas del funesto incendio que misteriosamente lo convirtiera en ruinas a finales de los 80, siendo su infeliz destino reconvertirse en un hotel de lujo destinado a atraer más turistas extranjeros y alejarse cada vez más de las posibilidades del pueblo.
Salir de noche por La Habana y compartir con mis amistades en uno de estos famosos bares fue sin lugar a duda una de las mejores experiencias de mi juventud, la que guardo como un valioso tesoro, el que desgraciadamente solo puedo trasmitir a las nuevas generaciones a través de estos cortos relatos, que a veces los jóvenes de ahora, muy justificadamente, dudan en poderlos creer.
Continuación: Parte 2