Capítulo XXIII: El Match del Siglo

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Juego ciencia



Después de concluidas mis vacaciones de verano, tuve que matricular, en el mes de septiembre de ese año, el décimo grado de la enseñanza media en una nueva escuela, la Escuela Secundaria Básica “Forjadores del Futuro”, ubicada en la calle Obispo esquina a Oficios, junto a la Plaza de Armas, en el llamado “casco histórico” de La Habana Vieja. En esta institución, tuve la oportunidad de conocer a nuevos compañeros de estudio, hice nuevas amistades y mantuve otras muy importantes, pues, mi mejor amigo, al que conocí en la secundaria anterior repitiendo el noveno grado, también se trasladó, aunque no coincidimos en la misma aula, porque tuvo que repetir nuevamente el mismo año, el cual, realmente, nunca logró terminar. Mi habitual predilección por la música rock y mi participación en fiestas donde tocaban grupos habaneros de ese género musical se afianzó aún más porque tuve la suerte que esta escuela era “apadrinada” por una famosa banda de rock de la época, los 5U4, encabezada por su talentoso cantante-compositor y guitarrista ciego Osvaldo Rodríguez. Aunque honestamente, pienso que lo más significativo de esta nueva etapa de mi vida fue el creciente gusto que empecé a desarrollar por un emocionante entretenimiento, el ajedrez, denominado muy sabiamente con el apelativo de “juego ciencia”, en el cual alcancé modestas habilidades.



Escuela Secundaria Forjadores del Futuro

Grupo de rock

Juego


En mis ratos libres, jugaba ajedrez muy frecuentemente con mi mencionado amigo, aprovechando la tranquilidad de la azotea de su casa, mientras contemplábamos una espléndida vista panorámica de esa zona de La Habana Vieja; también lo hacía en mi casa con mis dos primos, sentados cómodamente en mi amplia y bien iluminada sala, mientras oíamos alguno de los tantos discos de vinilo de jazz o música clásica que tanto disfrutaba mi primo mayor auxiliándose de aquel añejo pero excelente tocadiscos marca Magnavox.



Azotea del amigo

Sala

Tocadiscos Magnavox


Pero lo que sí disparó totalmente el máximo de mi atracción por el juego de los trebejos fue la celebración del campeonato mundial de ajedrez, disputado entre el soviético Boris Spassky y el norteamericano Bobby Fischer del 11 de julio al 1 de septiembre de 1972, celebrado en la ciudad de Reikiavik, Islandia, y considerado por todos como el torneo de ajedrez más mediático de todos los tiempos. El nombrado “match del siglo”, estremeció al mundo entero en pleno apogeo de la “guerra fría” y con la victoria del norteamericano, se puso fin al mito de la superioridad mundial de la Unión Soviética en el emocionante “juego ciencia”.



Ajedrecistas


Las dos más grandes potencias mundiales con concepciones ideológicas bien diferentes, el comunismo y el capitalismo, dirimían sus enormes diferencias, esta vez, frente a un tablero de ajedrez, y es precisamente por esta razón, por lo que este magno encuentro alcanzó tal enorme significado y repercutió en todo el mundo en aquella convulsa época en que la humanidad estaba totalmente polarizada en dos sistemas expresamente antagónicos, el socialista y el capitalista.


Recuerdo que mis primos y yo seguíamos paso a paso el desenvolvimiento y resultado de cada una de las partidas disputadas en el evento y discutíamos minuciosamente cada encuentro, haciendo pronósticos quizás algo apresurados del futuro vencedor. Conforme a las reglas fijadas por la Federación Internacional de Ajedrez (más conocida por FIDE, del acrónimo de su nombre en francés: Fédération Internationale des Échecs), el ganador del torneo sería cualquiera de los dos jugadores que alcanzase primero 12 puntos y medio en la celebración de un máximo de 24 partidas, y se pactó además que, si el match terminaba empatado, el entonces campeón defensor de la corona, el soviético Boris Spassky, retendría el título. Para ponerle aun más emoción al excitante ambiente ajedrecístico que estábamos viviendo, celebramos entre mis dos primos y yo un “torneo” doméstico. De un máximo de 4 partidas a disputar entre cada uno, debíamos ganar 2 y medio puntos, y los dos finalistas, teníamos que celebrar después, tantos encuentros como fuera necesario, hasta que uno de los dos superara al contendiente por dos puntos, coronándose finalmente como “campeón de la familia”. Aunque no puedo recordar realmente quién fue el vencedor, aquel “campeonato” resultó ser una excelente manera de disfrutar juntos en familia de las indiscutibles emociones del “juego ciencia” a la par que nos deleitábamos con el desarrollo del gran torneo internacional.


El famoso “match del siglo” fue bastante controvertido debido a las continuas excentricidades del talentoso jugador norteamericano. Antes del inicio del torneo, Fischer comenzó a plantear sus demandas, algo insólitas hasta la fecha en encuentros de tal magnitud, consistentes en percibir un porcentaje monetario de los derechos de transmisión televisiva y que fuera incrementado el monto de los premios finales, lo que no le fue inicialmente concedido y motivó que no se presentara en la partida inaugural y el campeonato tuviera que comenzar con Spassky sentado solitariamente en su silla sin que tuviera ningún contendiente. Después de que se realizara una apresurada llamada al extravagante ajedrecista, proveniente de la Casa Blanca, y que un acaudalado británico accediera a incrementar la bolsa del premio, Fischer accedió a asistir al encuentro, llegando a Reikiavik en medio de una gran expectación, y al por fin poder concertarse la primera partida, Spassky se encontró nuevamente solo ante el tablero en los primeros momentos, pues Fischer llegó seis minutos después de haberse puesto en marcha el reloj que cronometraba la partida; justo a la mitad del juego, el retador, continuó con sus demandas y pidió que se retiraran todas las cámaras de televisión del salón, porque estas hacían que se desconcentrara. Todos estos insólitos acontecimientos fueron soportados pacientemente por Spassky, quien, por esta vez, mantuvo la calma y logró alcanzar su primera victoria. Aún más sorprendente fue la no presentación de Fischer a la segunda partida, en protesta nuevamente por la presencia de las cámaras de televisión en el local de juego, solicitando además que las primeras 7 filas de público permanecieran vacías; al no presentarse al encuentro, el marcador quedó favorable a Spassky dos puntos a cero. Durante el resto del torneo continuaron ininterrumpidamente las exigencias del excéntrico jugador en cuanto a aspectos tales como la iluminación, el tamaño de las piezas, la presencia de un cocinero las 24 horas, alguien con quien jugar tenis si se le antojaba y muchas otras extravagancias. No obstante, a partir de la tercera partida, el notable ajedrecista norteño demostró su incuestionable talento, desarrollando excelentes partidas, casi perfectas, y haciendo gala de sorprendentes jugadas, muy alabadas por los expertos, logrando derrotar al ya totalmente desconcertado jugador soviético 12 puntos y medio por 8 puntos y medio, convirtiéndose de esta forma en el campeón mundial número once y en el primer estadounidense en alcanzar este cetro desde que lo consiguiera a fines del siglo XIX el austriaco Wilhelm Steinitz, quien desarrolló parte de su carrera ajedrecística en los Estados Unidos.


La indiscutible y espectacular victoria de Fischer acabó con 24 años de supremacía de la Unión Soviética en los campeonatos mundiales de ajedrez, donde el máximo título había sido obtenido, desde 1948, solamente por ajedrecistas soviéticos, resaltándose por ello, con gran fanfarria, las ventajas del socialismo sobre el capitalismo.


Antes de iniciarse el torneo, el entonces presidente del Comité de Deportes de la Unión Soviética, Víctor Baturinsky, declaró categóricamente que su único interés consistía en evitar que Fischer se convirtiera en el próximo campeón del mundo, porque representaría para ellos una gran derrota política.


Aquel bien llamado “match del siglo” tuvo una gran repercusión mundial al representar mucho más que un simple y aislado acontecimiento deportivo, pues marcó una profunda pauta en la historia deportiva en general, convirtiéndose en ejemplo de la más positiva y fructífera realización de estos magnos eventos, donde el talento personal debía ser el único elemento a tener en cuenta y la única clave de éxito posible entre los contrincantes, más allá de su ideología y concepción política.


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