Capítulo XVII (Parte 2): Iconos de la Ciudad

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Estatua de La Giraldilla




Hay símbolos que, con solo nombrarlos, identifican una ciudad y un país, tal es el caso de la Torre Eiffel en París, Francia, la Estatua de la Libertad en Nueva York, Estados Unidos o el Big Ben de Londres, Inglaterra, por solo nombrar tres de los más famosos y conocidos. Cada uno de ellos está cargado de una rica historia, entrañables recuerdos y hasta de vivencias muy personales y sería difícil para cualquier habitante de esa ciudad o ciudadano de ese país, no poder admirarlos y rendirles un eterno tributo, sintiéndose siempre orgullosos de distinguirlos como indisolubles íconos de su ciudad y de su nación.



Vista de la Torre Eiffel

Imagen de la Estatua

Vista del Big Ben


La ciudad de La Habana no está exenta de estos íconos y, de hecho, tiene muchos, muy bellos e interesantes, ubicados en diferentes puntos, pero indiscutiblemente, los más importantes y conocidos por todos son La Giraldilla, El Templete y El Cristo de La Habana.


La Giraldilla, uno de los símbolos más representativos de la ciudad, es una bella estatuilla de bronce de unos 110 centímetros de altura erigida en lo más alto del Castillo de la Real Fuerza, frente a la entrada del canal de la bahía habanera. Inspirada en una apasionante historia de amor, fue concebida por el escultor Gerónimo Martín Pinzón en la tercera década del siglo XVII y fue mandada a fundir en bronce y colocada, a modo de veleta, en lo alto de una de las torres del mencionado castillo por el gobernador Juan de Bitrián Viamonte y Navarra, quién la bautizó con el nombre de La Giraldilla, en memoria de La Giralda de su ciudad natal, Sevilla, España. La obra original, de indiscutible valor histórico y patrimonial, fue retirada de la torre y se conserva en uno de los salones a la entrada de la fortaleza, y en su lugar, se colocó una réplica. La silueta de la Giraldilla aparece reflejada en la etiqueta del ron cubano Havana Club, en el periódico Tribuna de la Habana y es el logotipo del equipo Industriales, uno de los más famosos conjuntos deportivos que participan en la Serie Nacional de Béisbol de Cuba.


En los múltiples paseos que realicé con mi familia y mis amigos al casco histórico de La Habana Vieja, visité el Castillo de la Real Fuerza y recuerdo que pude admirar el original de la curiosa estatuilla en uno de sus salones y la réplica situada en lo más alto de una de sus torres.



Estatua original

Imagen del castillo


A solo unos pasos del Castillo de la Real Fuerza, en la Plaza de Armas, se erige el conocido monumento El Templete, que marca el lugar fundacional de La Habana. Este famoso ícono habanero fue inaugurado el 19 de marzo de 1828 y está ubicado en la calle Baratillo entre O’Reilly y Enna, en el mismo sitio donde se fundó la séptima villa cubana, el 16 de noviembre de 1519. El pequeño templo, de estilo grecorromano, guarda en su interior tres lienzos del pintor francés, Juan Bautista Vermay, dos de los cuales muestran imágenes de la primera misa y el primer cabildo de la Villa de San Cristóbal de La Habana y el tercero, es una reproducción del momento de su inauguración; además, sobre su pulido piso de mármol blanco, se alza un busto de mármol de Cristóbal Colón, colocado sobre un recio pedestal. Todo el mausoleo está rodeado de verjas de hierro terminadas en sendas lanzas de bronce. Pero el elemento más sobresaliente de esta magnífica obra monumental es sin duda su frondosa ceiba, debido a la arraigada tradición que tienen los habaneros, cada 15 de noviembre, trasmitida de generación en generación, de girar alrededor de ella, tocarla, abrazarla y besarla en solicitud de un místico deseo de bienestar, amor y prosperidad.


Nunca saldrán de mi memoria las muchas veces que, en mi juventud, en unión de la respectiva conquista amorosa del momento, visitábamos por la noche del 15 de noviembre ese popular lugar, dábamos las tres concebidas vueltas a la ceiba en sentido contrario a las manecillas del reloj y solicitábamos en silencio el deseo de mantenernos un amor eterno, lo que sinceramente tengo que reconocer, nunca se nos cumplió.



Imagen del Mausoleo



Ateniéndome a la historia contada, que tantos conocemos, y a una pizca de leyenda popular, no tan conocida, puedo narrarles que el 13 de marzo del año 1957 el entonces presidente Fulgencio Batista fue víctima de un atentado en el Palacio Presidencial, en el cual la vida del mandatario estuvo en grave peligro, anunciándose incluso erroneamente, desde los estudios de Radio Reloj, el éxito de la operación. Ante esta confusa situación, su esposa Marta Fernández le pide devotamente al Sagrado Corazón de Jesús protección divina para su esposo y hace la solemne promesa de que, si este sobrevivía del ataque, ordenaría construir una efigie de Cristo, de tal magnitud, que pudiera ser vista desde cualquier punto de la ciudad. Como se conoce, Batista increíblemente sobrevivió del atentado y, atendiendo a este supuesto milagro y en un acto de profunda devoción cristiana, su esposa cumple la promesa y ordena la construcción de una enorme estatua de Jesucristo, con dimensiones similares o superiores a la famosa estatua del Cristo Redentor de la ciudad de Río de Janeiro, en Brasil, para ser ubicada en un punto donde todos pudieran verla. Hasta aquí el argumento promulgado por la historia conocida y lo que se pudo recoger de los sabios comentarios de la población.


Otra versión de este mismo tema, visto desde otra perspectiva, era que el entonces presidente de la república utilizó hábilmente la realización de este proyecto para aplacar las tensiones con la población y como vía para incrementar el apoyo popular que, por aquellos tiempos, le había disminuido. De cualquier manera, lo más positivo y concreto fue que la primera dama, señora Fernández de Batista, utilizando su incuestionable influencia, lanzó una convocatoria nacional para que los artistas cubanos de la plástica presentaran una propuesta del diseño de esta fastuosa estatua que coronaría uno de los costados de la entrada de la bahía y se convertiría con el transcurso de los años en otro de los más importantes símbolos que caracterizaban a la ciudad. Gracias a esta aceptada iniciativa, la ciudad de La Habana tuvo la suerte de atesorar esta fabulosa obra monumental de 20 metros de altura del Sagrado Corazón de Jesús, nombrada El Cristo de La Habana que, aunque no alcanzó las dimensiones de su homóloga de la ciudad brasileña, satisfizo con creces las expectativas.


Esta colosal estatua, erigida en lo alto de la colina de La Cabaña, sobresale unos 57 metros por encima del nivel del mar y está situada en el ultramarino poblado habanero de Casablanca, en el Municipio de Regla, al que se podía acceder en aquellos tiempos, de forma fácil y rápida, por vía marítima, atravesando la bahía por medio de una lancha, conocida por todos como la “lanchita de Regla”. Esta significativa altura, permitía que los habaneros pudieran ver la escultura desde muchos puntos de la ciudad, y desde su emplazamiento, los visitantes pudieran apreciar una maravillosa vista de gran parte de la urbe.



Estatua de El Cristo

Imagen de la lanchita


El Cristo de La Habana, constituido por 67 piezas de mármol de Carrara, con un peso aproximado de 320 toneladas, fue creado y esculpido en Roma por la escultora cubana Jilma Madera y bendecido por el Papa Pío XII antes de ser transportado a la isla. Después de finalizado su definitivo emplazamiento, ocurrido el 24 de diciembre de 1958, la fabulosa obra fue inaugurada y bendecida al día siguiente por el Cardenal Arteaga, con la presencia de su autora, el presidente de la república, su esposa y una nutrida concurrencia, con motivo de las celebraciones navideñas. A partir de este día, el lugar fue frecuentemente visitado por numeroso público de La Habana y de otras provincias del país, así como por muchos turistas de todas partes del mundo, alcanzando una gran notoriedad internacional.


Al triunfar la revolución en enero de 1959 y tras la inicial política asumida por el gobierno de una tenaz persecución religiosa, la famosa escultura quedó por mucho tiempo abandonada por lo que ella representaba intrínsicamente y fue literalmente rodeada por árboles y cubierta de maleza, de forma premeditada, para que no pudiera ser vista apropiadamente desde la ciudad, además, se suspendieron las visitas públicas, con el argumento de que la obra estaba ubicada en las inmediaciones de una zona militar con acceso prohibido. A pesar de todo esto, la impactante imagen de El Cristo de La Habana permaneció firme e incólume, al igual que la devoción de los cubanos que jamás le abandonó. En los años 90, después de una relativa apertura proclamada por el gobierno de libertad religiosa, fue reabierta al público la visita a la venerada estatua y jóvenes católicos habaneros rezaron a sus pies un Vía Crucis, como merecido acto de desagravio.


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1 comentario

  1. Como siempre muy linda e interesante su lectura Tony, todas me has gustado pero esta me ha encantado. Continue escribiendo para deleitarnos. Gracias

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