Hace unos cuantos años atrás – por lo menos sesenta y siete - nací en un pequeño apartamento situado en la misma esquina de dos conocidas
calles de la Habana Vieja, el cual, con
el entonces modesto salario de mi padre de cuarenta pesos mensuales y el
ingreso recibido por las costuras que hacia mi madre a una corta clientela, podían
pagar penosamente. Mi nacimiento colmó de dicha y felicidad la modesta y
rutinaria vida de mis padres y de toda su familia en general que, en su mayoría,
de clase humilde, vivía en un pequeño pueblo de campo ubicado al oeste de la
ciudad, de donde también ellos provenían.
De este tiempo tengo muy pocos recuerdos, como es de entender, pero pude
conocer después que pasaba largas horas llorando, debido a la estrechez de aquella
vivienda de un cuarto y al excesivo calor que teníamos que soportar, al no
tener accesos al exterior y solo contar para refrescarnos con un pequeño
ventilador marca Westinghouse, que no paraba de funcionar ni de día ni de noche
- ¡ tan bueno era ! -. Para completar este poco agradable panorama, al poco tiempo de mi
nacimiento vino a vivir con nosotros una tía paterna, que se encontraba
desempleada y tenía un futuro bastante incierto en su pueblo, de donde emigró con
la esperanza de encontrar nuevas oportunidades, de la misma forma que lo hicieron
mis padres años antes.
Pasaron dos largos años y continuábamos en este pequeño infierno, durante
los cuales mi papá tenía que soportar resignado los justos reproches y
protestas de mi mamá, incluso después de que mi tía encontró, de forma simultánea,
un aceptable empleo en un taller de corte y costuras en la calle Egido y un flamante
novio, este, un señor de buena presencia, pero bastante mayor que mi tía, con
el que pronto se casó y se fue a vivir a un apartamento a Santos Suárez.
Para suerte mía, a finales de diciembre del segundo año, nos mudamos
para una casa muy amplia y ventilada, situada en el segundo piso de un antiguo y
sólido edificio, construido en la primera mitad del siglo XX, ubicado en una
céntrica y pintoresca calle, también de la Habana Vieja, muy cercana a la
Terminal de ferrocarriles. La renta de este apartamento era bastante elevada
para esa época, - ¡ setenta pesos al mes ! – y debido a eso,
mis padres decidieron compartirla con la familia de una tía materna, que la integraban
cinco personas, mi tía, su esposo, mis dos primos y un hermano de mi tío,
soltero.
Mi nuevo y flamante hogar se encontraba casi a la mitad de la segunda de
las cinco cuadras con que contaba la calle de un extremo a otro. Era largo y estrecho
y colindaba con otro apartamento similar en el mismo piso, del cual solo lo
separaba una fina pared de madera. Contaba con cinco cuartos, dos baños, una
sala amplia y un espacioso comedor, matizados todos con pisos de bellos
mosaicos, de variados diseños y colores y techos decorados con caprichosas formas
de yeso en sus laterales y en el centro; pero algo muy significativo que
recuerdo era que tenía un largo pasillo que pasaba justo frente a todos los
cuartos, siendo su pared lateral una “caja de aire” abierta, que empezando por
la planta baja, pasaba por todos los pisos y terminaba en la azotea del
edificio; contaba también con un balcón de recia baranda de hierro repujado y pasamano
de madera dura que daba acceso a la calle, de donde se podía observar un
excelente paisaje y lugares tan representativos de la capital como el Capitolio
Nacional, una copia casi exacta del existente en Washington, un costado del
muro de la Estación Central de ferrocarriles y a lo lejos, una parte de los
muelles de la bahía de la Habana; gracias a estas características, en todo momento
del día o de la noche y en cualquier época del año, se podía disfrutar de una abundante
y agradable brisa. De las altas paredes, donde sobresalían diversos y poco homogéneos
objetos decorativos, recuerdo siempre con mucha añoranza, en la sala, un adorno
de yeso que expresaba a vivos colores sobre un fondo blanco “Dios bendiga
nuestro hogar” y un bello jarrón de porcelana china de impreciso origen e
indeterminada edad, depositado sobre una sólida mesita de cedro y en el comedor, la imprescindible copia de la famosa obra de Davinci, presente en la
mayoría de las casas de las familias cubanas, “La última cena”. El mobiliario
era el imprescindible para cada local y muy sencillo, pero cubría las
necesidades indispensables de todos los miembros de la ahora numerosa familia. En
el primero de los cuartos, contiguo a la sala, dormíamos mis padres y yo; en el
segundo, separado por el amplio baño principal, mis tíos; seguidamente estaba el cuarto de mis
dos primos y a continuación, en el cuarto que quedaba al final del pasillo y
contiguo al comedor, el hermano de mi tío; el quinto y último cuarto, que tenía un pequeño baño y que en su época
inicial al parecer era el de los sirvientes de la casa, pegado a la cocina, nunca
se utilizó como dormitorio y fue dedicado al local de elaboración del
vestuario, que mi mamá y mi tía diseñaban y confeccionaban a una amplia
clientela y donde estaban ubicadas las máquinas de coser y la mesa de corte y donde
también se guardaban telas, hilos, moldes, revistas de moda y otros enseres de
costura. Tanto la cocina, como este último cuarto y su baño, tenían ventanas de
persianas de madera que daban a la parte posterior de la larga vivienda, de
casi una cuadra de largo, de donde se podían apreciar los techos y las azoteas
de las casas y edificios colindantes.
La calle donde se encontraba mi hogar era una de las más movidas e importantes de aquel barrio; se mantenía siempre muy limpia e iluminada y contaba con innumerables establecimientos comerciales y negocios de todo tipo, entre los que sobresalían: un famoso y espacioso supermercado, con ofertas variadas de víveres secos y frescos, así como otras mercancías necesarias para el hogar, que se llevaban al domicilio de los clientes a su solicitud, de forma opcional; una pollería y tintorería de chinos, con sus olores y misterios asiáticos característicos; una distinguida farmacia; varias pequeñas panaderías, dulcerías y carnicerías; algunas bodegas, bares y cantinas en las esquinas, donde no descansaban las vitrolas musicales con discos de vinilo de los más famosos cantantes de la época y los juegos de cubilete alborotando en los mostradores; pequeños restaurantes (fondas) y cafeterías que permanecían en su mayoría abiertos día y noche y donde se ofertaban, entre otros ricos manjares, un variado menú de comidas típicas cubanas, españolas y asiáticas, jugos y batidos de frutas tropicales frescas, helados, refrescos, cervezas, bebidas alcohólicas y licores variados, bocaditos, sándwiches y emparedados, - ¡ deliciosas mediasnoche ! –, reconocidas como las mejores de la capital. También en esta calle se podían encontrar, en algunos puntos más discretos y alejados, algo que no podía faltar en ningún barrio de la Habana de la época, las famosas “posadas” u hostales, donde pasaban la noche o solo algunas horas de placer por muy poco dinero, parejas de enamorados casuales o provenientes de relaciones furtivas extramatrimoniales.
Dispuestos directamente en la calle de algunas esquinas abundaban los carretilleros, pregonando sus mercancías: naranjas y cocos pelados; frutas frescas, viandas y vegetales de todo tipo; dulces y golosinas para los más pequeños, donde no podía faltar el sabroso algodón de azúcar; en otros puntos estaban los carritos y quioscos de comida rápida que ofertaban panes con bistec y con tortilla, fritas cubanas, papas rellenas, minutas de pescado, frituritas de seso o de maíz, cocteles de ostiones, almejas y huevos de carey, tamales, chicharritas de plátano, churros de yuca, granizados y otras múltiples delicias, que halagaban el paladar de los siempre apurados transeúntes que bajaban y subían continuamente por la calle, donde siempre se respiraba un peculiar olor agridulce.
Las principales rutas de autobuses (guaguas), así como los espaciosos
autos de alquiler de las más famosas marcas norteamericanas, pintados de color
naranja, que transitaban por toda la ciudad, transitaban también por esta calle
rumbo a sus destinos y paraderos, cerca de la Terminal de trenes.
Continuación: Parte 2
Es un buen artículo que describe de alguna manera la verdad que se ha vivido en Cuba
ResponderBorrarexcelente primer capitulo, que continue la historia
ResponderBorrarExcelente recuerdo para compartir con los que no vivieron esa época. Hacerle saber cómo fue nuestra Cuba!!!!! Y que no es la de hoy . Felicidades Tony , continúa.
ResponderBorrarInteresante escritura me gustaría seguirla me iso recordar mi infancia visitaba esa casa de la cual tengo gratos recuerdos vivía cerca con mis padres y teníamos una estrecha unión familiar con esta familia siendo una de mis tías y esposo mis padrinos. Hay mucho q contar hacerla de esta historia q involucra también la vida en la Habana en aquellos tiempos donde las calles Monte, Reina Prado y Galiano mueren en la céntrica calle Cien Fuegos parque de Fraternidad calles llenas de vida con abundantes carteles lumínicos tiendas cafeterías cines bares eladerias quincallas fiambreras etc cosas q ya tristemente no existen estando todo en una plena destrucción hay mucha tijera por donde cortar .
ResponderBorrarMuy bellas tus palabras y ese es el objetivo, revivir de nuevo esos lindos recuerdos y mostrarselo a los que desgraciadamente no los conocieron. Que continue la historia.
BorrarMe haces recordar muchas cosas, siento los olores que describes, recuerdo la limpieza de las calles, los carros barredores que 0asaban en las noches, aunque de día estaban los barrendero. Tu casa que tanto me gustaba y tus padres a quienes quería y admiraba. Sigue, sigue.
ResponderBorrarMe parece un excelente retrato de La Habana de aquellos tiempos, lleno de costumbrismo
ResponderBorrarPara mi suerte visite esa casa en una estapa mas cercana a nuestros dias, me invitaban a pasar unos dias en la misma unas veces a mi otras a mi hermano, lo difrutaba porque me llevaban a visitar museos el propuo capitolio y paseaba por la Habana, ellos eran mis tios que siempre los recordare porque domingo a domingo visitaban mi casa temprano en la mañana lo recibiamos con una taza de cafe o leche caliente, no los olvidare nunca, es una historia fuera de la Habana, pero con vinculo a ella,
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