Capítulo VII: Memorias del Séptimo Arte

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Cine Radiocentro en la Esquina de 23 y 12

Los Cines de La Habana Después del Triunfo de La Revolución.

Como otros tantos sábados, aquella mañana me levanté más temprano que de costumbre y me fui a compartir los últimos momentos de sueño junto a mis padres en su cama, algo que, como muchos niños, disfrutaba enormemente. Un rato después, mi madre me despertó con el acostumbrado café con leche y así comenzó otro de los días más felices y recordados de mi niñez.


Era una linda mañana de verano y acompañado de mi padre, realizamos un largo paseo matutino, iniciando nuestro recorrido por la calle de mi casa y continuando después por los portales de la calle Prado, donde solo nos detuvimos a tomarnos en un quiosco un delicioso coctel de ostiones; finalmente llegamos a la esquina de las calles San Rafael y Consulado y después de comprar las entradas, entramos en uno de los lugares más emblemáticos de la Habana y muy apreciado por mí – y por tantos niños habaneros -, el Cinecito. Esta pequeña sala cinematográfica inaugurada en 1942 con el nombre de Cine Periódico Resumen se especializó primeramente en la proyección de noticieros, documentales y dibujos animados, hasta que poco a poco, los dibujos animados (todos de procedencia norteamericana) fueron desplazando al resto de las exhibiciones y se convirtieron en el único objeto de su programación, transformándose en el cine infantil por excelencia de la ciudad de la Habana. Recuerdo con alegría y algo de nostalgia aquellos simpáticos y entretenidos dibujos animados del “Cegato Mr. Magoo”, “Tom y Jerry” y muchos otros,  que tanto hacían reír a los chicos y también a sus acompañantes, en la penumbra de aquella entrañable sala obscura, solo iluminada a veces por los destellos de la linterna de la amable “acomodadora”. Después del triunfo de la revolución, como todos los demás cines, el Cinecito fue “nacionalizado” por el Estado cubano, pasando a formar parte del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), el cual fue variando poco a poco y muy sutilmente la tradicional programación de sus “cartoons” de factura norteamericana, por otros dibujos animados producidos en Cuba y otros países, fundamentalmente de Europa del Este y Asia, no tan simpáticos ni entretenidos como los de antaño, pero que también disfrutaban mucho los inocentes niños. 




Cinecito en la Calle San Rafael

Dibujo Animado del Cegato Mr. Magoo

Dibujo Animado de Tom y Jerry



Era una tradición muy arraigada de los habaneros la de ir al cine, siendo un espacio muy barato de entretenimiento y esparcimiento para toda la familia, existiendo en la Habana en enero del 59, más de 130 cines, según algunas fuentes especializadas, siendo, a pesar de su pequeño tamaño, una de las ciudades mejor dotadas del mundo. Además de cines tan elegantes y confortables como el Radiocentro, Payret y Acapulco, no había un solo barrio en la capital que no contara con al menos un cine, todos equipados con cómodas butacas y la más moderna tecnología de proyección cinematográfica de la época, los famosos proyectores de 35 milímetros.



Lunetas de un Cine de La Habana

Cámaras de Proyección de un Cine



Recuerdo con mucho cariño el cine de mi barrio, el Patria, ubicado en las calles Suarez y Corrales, donde tan buenos momentos pasé, primero acompañado de mis padres y después de adolescente, y es inevitable también que mencione el popular grito del público de “cojo suelta la botella”, muy frecuente en los cines de barrio, cuando la cinta se trababa o se producía una breve interrupción por alguna distracción del proyeccionista o por algún problema técnico.


Para mi suerte, mi casa era un lugar muy privilegiado en cuanto a cines se refiere porque no solo en mi barrio, sino también muy cerca de mi domicilio, donde podíamos ir caminando muy fácilmente, se encontraban muchísimos otros cines como: Actualidades, América, Campoamor, Capri, Cervantes, Cuba, Duplex, Esmeralda, Fausto, Favorito, Finlay, Habana, Ideal, Negrete, Payret, Radiocine, Regio, Reina, Rex Cinema, Rialto y Universal. Así que cada fin de semana, mis padres, si no querían tomar ningún ómnibus, podían seleccionar entre una amplia programación de películas, al principio casi en su totalidad norteamericanas, mexicanas y argentinas, pero poco después, de países y culturas tan disímiles como Francia, España y Japón, por solo mencionar las más frecuentes. De estos países, me vienen a la mente filmes tan trascendentes como “Fántomas”, “La vida sigue igual” y “Masajista Ichi”, las cuales se mantenían en sus circuitos de estreno varias semanas consecutivas con largas filas de ansiosos espectadores de todas las edades.




Película de Fántomas

Película La Vida Sigue Igual

Película del Masajista Ichi



Desafortunadamente, después que los cines fueron “nacionalizados” y pasaron a propiedad estatal, se construyeron tan pocos en el país que se pueden contar con los dedos de una mano y los que existían, se quedaron estancados en el tiempo y recibiendo muy poca atención, por lo que sus instalaciones se fueron deteriorando con el paso del tiempo, sin recibir un mantenimiento adecuado; sus butacas rotas, no tuvieron ninguna reposición; sus marquesinas, anteriormente tan iluminadas, se quedaron  obscuras; sus baños se clausuraron, carentes de agua y accesorios de repuesto; y con la llegada del llamado Período Especial en los años 90, se aceleró su definitiva e irreversible desaparición. Apenas sobrevivieron poco más de 50 salas en toda la capital y muchas de estas no mantuvieron su función inicial. La situación aún era más crítica en el resto de las provincias del país, donde prácticamente las salas de cine se extinguieron. Las administraciones de estos cines, que desde 1976 dejaron de estar subordinadas al ICAIC y pasaron a ser atendidas localmente por los gobiernos provinciales, con muy escasos recursos disponibles, nada pudieron hacer para mantener funcionando, con un servicio aceptable, las pocas salas que quedaron y se sentían muy limitados y frustrados ante los crecientes problemas materiales que les afectaban, a pesar de sus esfuerzos personales por brindar un mejor servicio.


Resulta inexplicable que un país, donde su capital mantenía un promedio de una sala de cine por cada 2800 habitantes y estaba en planos muy superiores a muchas otras grandes ciudades del mundo, que hizo ingentes esfuerzos en desarrollar su propia producción cinematográfica, que llegó a crear instituciones de formación y promoción de noveles cineastas y que cada año organizaba un Festival donde se proyectaban las mejores producciones del área latinoamericana, se fue quedando atrás, prácticamente sin salas de proyección, debido a una falta de visión gubernamental evidente y a una casi nula política de desarrollo y conservación. Es solamente que, como otros tantos gustos y preferencias de los cubanos, el séptimo arte se convirtió también en solo una memoria más.


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2 comentarios

  1. Lindos recuerdos en este capítulo.

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  2. Así es mi amigo narras muy bien aquella época , éramos los reyes del cine por así decirlo, hoy en día por ejemplo el de guanabacoa , mi municipio, que contaba de una belleza estructural grandiosa ha sido olvidado como tantas otras cosas.
    Pero bueno a lo que íbamos, tus recuerdos maravillosos muy bien narrados, continúa escribiendo nos haces disfrutarlos a través de la lectura; mis saludos y éxitos.

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